El columnista de EL ESPAÑOL Cristian Campos ha perfeccionado un subgénero acrobático de la opinión. Muchos de sus artículos son todavía una obra incompleta en el momento de ser publicados. Les falta el toque final, una coda que los redondee y que ya no depende del autor sino de la hipersensible muchedumbre. Esa es la acrobacia.

Cuando el ejercicio sale bien, los comentarios en las redes sociales al artículo se convierten en la confirmación necesaria de la tesis del mismo. Hasta el punto de que cualquier lector tempranero, de esos que llegan al artículo antes de que la hipersensible muchedumbre lo arrastre hasta él, puede disentir en un principio de las conclusiones de Campos y terminar siendo convencido unos días después por el aluvión de lectores indignados que confirman con su reacción que la tesis era correcta.

La tribuna acrobática más reciente del periodista catalán se titula 100 razones por la que es mejor ser español que no serlo. En ese centenar de motivos para el orgullo caben sus neuras estéticas, sus eclécticos gustos musicales, provocadoras generalizaciones y un par de trampas para que los incautos le completen el artículo. Yo pensaba que estas últimas eran demasiado obvias. Pero no. Nada es demasiado obvio para esta ola de amantes de la obviedad, a los que cualquier recurso estilístico que vaya un poco más allá de una frase enunciativa simple hace que les estalle la cabeza. Ahora por ejemplo es cuando yo debería añadir: “entiéndanme, no hablo de que les vaya a estallar la cabeza literalmente sino en sentido figurado”, es como funciona la cosa.

En esta tribuna de Campos, la trampa es tan obvia que está en el punto primero: “Por los españoles, claro. Incluidos aquellos que no quieren serlo. Porque esos, precisamente, son los españoles por antonomasia”.

Los más españoles de entre los españoles se quejaron amargamente del artículo que celebraba su españolidad, porque no hay nada tan español como un español que reniega de serlo y que sin embargo mataría con sus propias manos al primero que se carcajeara de cualquier folclore ridículo de su tan española región. La sensibilidad del español más español que los españoles -como los replicantes de Tyrell Corporation en Blade Runner: “más humanos que los humanos”- crece de una forma inversamente proporcional al tamaño de las entidades territoriales a las que pertenece. De manera que por España ni se levantaría del sofá, defiende a su comunidad autónoma como si fuera su propia madre, se alistaría en un pelotón suicida para proteger a su provincia y quién sabe de lo que sería capaz, no lo pongas a prueba, si de lo que se trata es de defender el honor de la aldea de 13 habitantes en la que nació y en la que se sigue circuncidando a los niños con los dientes.

Por eso de las decenas de artículos que ya se han publicado del tipo 100 razones por la que sentirse orgulloso de ser gallego, gerundense, albaceteño o de Guarromán, el único que no ha sido unánimemente celebrado y que ha provocado insultos y sofocos a tutiplén es el que habla del orgullo de ser español, a pesar de que el orgullo de ser gallego, gerundense, albaceteño o de Guarromán es también el orgullo de ser español.

Por eso yo añadiría un punto más a la lista de Cristian: “Porque es una patria muy poco exigente, poco celosa y mucho menos susceptible que cualquiera de las minipatrias que cobija”.