Javier Fernández es un hombre discreto y tranquilo. Lo sacaron del prado astur y lo pusieron a pastorear el cortijo previo de Susana; pero él en todo amar y servir, que diría San Ignacio. Javier es un hombre tranquilo, insisto en ello; de ésos que le ponen a la vida buena cara y la paz lluviosa del Norte. Nada le turba. Cara de fraile bueno y hombre de paz, sin las estridencias matoncillas de Miguel Ángel Heredia, ese brazo armado de Susana en las cañerías; ese hombre de paja del susanismo cañí. Ese otro fontanero de cuando creyeron que se apagó la luz y que mataron a los taquígrafos.

Pero Javier Fernández no es Miguel Ángel Heredia -por ventura-; Fernández es un hombre que visto así, desde fuera, pareciera todo de algodón, como el Platero de Juan Ramón. Entre el Principado y el mamoneo de dentro y fuera de Ferraz, el hombre tranquilo, el Sr. Fernández, hace lo que puede en lo que queda de España. Si le piden que se remangue su camisa, se la remanga; si le piden que hable, pues habla.

El hombre tranquilo es poco dado a las ferias y a esas romerías donde va Susana taconeando a su séquito, a su tieso y a su criatura. A Susana le llegan en Feria los palmeros sin ideología, casi que como en un chiste de Paco Gandía, y le piden milagros y que les bendiga los panes y los peces. Javier Fernández, en cambio, lleva de escolta a Mario Jiménez, un ortodoxo nini que le sigue los pasos por si de tan bueno tiende a desviarse.

Fernández se ve un señor frugal, de sanos hábitos. Un zurcidor de descosidos entre escocidos, quizá un buen vasallo si oviese buen señor. El 2 de mayo, sin perder la calma y la sonrisa, Javier Fernández, de los Fernández de la gestoría y las Asturias, le puso una carta a Pablo Iglesias. Una carta con mucho de sentido común y con menos de gramática; a Javier quizá se le subieron los pulsos, le sobraron algunas comas entre sujeto y predicado puestas como a voleo (las comas, digo).

Pero quedó claro el mensaje por encima de la puntuación. Le dijo cortésmente a Pablo Iglesias que a él no van a alterarlo ni sus sirenas, ni sus caceroladas, ni ese afán de Turrión por hacer de la política un sorpasso televisivo con parienta aplaudidora. Fernández tiene razón, el zasca por correo con CODA incluida, sí; y tiempo libre para dedicarse a las epístolas morales y a mejorar concordancias.