Hace unos días, comí con un amigo periodista que tiene veinticinco años que me contó que los jóvenes copian las expresiones de Taburete. Tuve que disimular y asentir como si lo supiera, pero en cuanto se levantó para ir al baño busqué Taburete en Google y me salió el grupo pop indie del hijo de Bárcenas. Cuando llegó a la mesa levanté la cabeza del móvil con un resorte digno de Bette Davis en La Loba. Mi amigo, al darse cuenta de mi julepe añadió que era el grupo de moda entre los pijos. Yo pensé en Mecano y en los Hombres G. Es lo que tiene la vasta hemeroteca propia. Mi amigo añadió que era un grupo de niños bien para niños bien, de los que llevan las camisas caras arrugadas y se dejan el pelo al amor del sol. Luego me explicó las modas y los éxitos actuales.

Entonces llamé a Paco, que es mayor que yo y sabe mucho de todo. “¿Tú conoces al grupo Taburete?” Me contestó: No. Me alivió no saber el rien ne va plus de las tendencias en música actuales. Va sin ánimo de ofensa. Que yo, de música se lo debo todo a las verbenas de mi pueblo, la revista de buzón Discoplay y, ahora, Spotify. He remoloneado entre Depeche Mode, Supertramp, Alaska y sus variantes, Rocío Dúrcal y Radio Futura. Después tuve que cogerle el hilo a las novedades.

Al salir de la comida escuché Sirenas, que debe ser el single más rabioso de Taburete, por recomendación de mi amigo de veinticinco. Dicen frases del color de MrWonderful, positivas y abstractas: “A qué huele la luna”. No lo pillé. Pero, repito, no tengo ningún criterio musical y la edad se me ha ido de las manos. Mea culpa por estar tan off en este mundo tan in.

Sin ir más lejos, para certificar mi nula visión musical, recordaré cuando era monitor de campamento y salió un tal Alejandro Sanz con un pelotazo llamado Viviendo deprisa. “La típica canción de verano”, creo haber dicho en aquel verano de 1992. Tal cual. Muchos años después me encontré a Alejandro en una peluquería de Núñez de Balboa, Madrid. Se estaba decolorando el pelo y yo me ponía, entonces, un relax para evitar el pelo a lo Elena de Borbón. Los dos frente al espejo y descojonándonos de la pinta que nos daban los productos químicos. Cuando empezamos a hablar de tatuajes y de buenos tatuadores me abrí en canal; tal vez por el efecto del olor a amoniaco me hice el haraquiri frente al maestro de la música. Le confesé lo que había dicho en aquel campamento del 92: “Este muchacho no pasará del verano”. Alejandro se desternilló. “No pongas una consulta de videntes”, respondió entre risas agarrándome el brazo. Es que estaba harto de la canción de la ambulancia, le dije. Y me excusé más, “todo el día los chavales poniéndola en el recreo, la piscina, la comida como una murga”. Pedí perdón. Alejandro me pasó el teléfono de su tatuador y nos dimos un abrazo bajo el foco del tinte. Qué gran tipo.

Tal vez por eso, siempre que me piden que elija una canción recurro a las de siempre y a los de siempre. Soy como las encuestas, que no tengo ojo para los vaticinios electorales.