Hace tiempo que me propuse no escribir de fútbol y no lo voy a hacer ahora. Simplemente, me llama la atención el argumento que ha utilizado Piqué para decir algo que todo el mundo sabía: que nunca trabajará para el Real Madrid.   

Yo creía que esa negativa tenía que ver con la fidelidad a unos colores que le impide vincularse emocionalmente a otra entidad. Y me congratula que en el fútbol profesional, donde hoy rige antes que nada la ley del dinero, todavía haya quien se mueva por sentimientos. Pero el "yo jamás trabajaría para el Madrid, no me gusta los valores que transmite", lo que desprende no es amor a lo propio, sino aversión al otro.

Al margen de que la explicación de Piqué desmitifica su acendrado barcelonismo -de sus palabras cabe colegir que aunque nunca se acercaría al Madrid, no tendría inconveniente en hacerlo a otros clubes- su punto de vista refleja una pretendida superioridad moral.

Si los clubes de fútbol fueran entidades benéficas entendería que sus miembros presumieran de ética. Pero basta dar un simple repaso a las páginas de Sucesos para percatarse de que la ejemplaridad no es precisamente una de sus señas de identidad. El Barça de Piqué incluido.

Los presidentes que ha tenido este club en los últimos cuarenta años, todos, sin excepción, han tenido problemas con la Justicia. José Luis Núñez ha entrado en la cárcel por pagar sobornos, y Gaspart, Laporta, Rosell y Bartomeu se han sentado en el banquillo. La propia entidad ha admitido que defraudó a Hacienda.

Tampoco puede decirse que el comportamiento de algunas de sus estrellas sea edificante. Desconozco si las autoridades fiscales tienen especial ojeriza hacia los azulgrana, pero lo cierto es que Messi, Neymar, Mascherano, Eto'o, Adriano y Alexis Sánchez han sido señalados como defraudadores, y algunos ya han reconocido el delito y han pagado por ello.

Qué decir de los patrocinios de Qatar. El Barcelona no ha dudado en prestar su imagen a un país en el que existen la pena de muerte, las restricciones de derechos básicos como la libertad de expresión o los castigos físicos, tal como viene denunciando una y otra vez Amnistía Internacional. Pero no es mi intención airear un listado de miserias, sino poner sobre la mesa datos que desmienten versiones idealizadas que no se corresponden con la realidad.     

Sin darse cuenta, con su discurso, Piqué ha ofrecido un retrato bastante aproximado del problema de la sociedad catalana. No es que se crea buena, es que se pretende mejor que las demás. Y tal vez no sea para tanto.