Nos fuimos a ver 'El test', la obra de Jordi Vallejo en el Teatro Cofidis Alcázar. Desde que Yasmina Reza en Francia, Jordi Galceran aquí, etc, pusieron en valor y en auge (no me gusta decir de moda) las comedias con diálogo –mucho mejor que con mensaje…- una siempre espera pasar un buen rato yendo a ver una obra protagonizada por una o más parejas donde surge alguna situación inesperada, paradójica y con retranca.

Fue el caso de El método Grönholm, de El crédito y de Burundanga (Galceran), es el caso de La mentira (Florian Zeller) que una espléndida troupe capitaneada por Carlos Hipólito todavía exhibe en el Teatro Maravillas y es también el caso de esta que les digo, El test, de Jordi Vallejo. Los intérpretes: Luis Merlo, Antonio Molero, Maru Valdivielso e Itziar Atienza.

Como a diferencia de otros casos el dilema de la obra se conoce desde el minuto uno, no hay spoiler ninguno en que servidora lo exponga aquí: a una pareja económicamente en apuros se les ofrece la posibilidad de elegir entre que les den, limpios de polvo y paja y porque sí, 100.000 euros ahora…o un millón de aquí a diez años.

Será porque yo he nacido con las glándulas económicas atrofiadas. De verdad, hay algo en el dinero que se me escapa. Algo turbio que no sé ni quiero saber. Como un niño no se quiere enterar de quiénes son los Reyes Magos…

Viendo El test sin despegar ojo del escenario, poco a poco la comedia se iba enrareciendo de complicación, gasificando de drama. Para los personajes y para ti, que desde el patio de butacas sigues aquello como un concurso televisivo del que sabes o crees saber las respuestas.

¿100.000 euros ahora o un millón dentro de diez años? ¿Pájaro en mano o ciento volando? Yo pensé primero: esta es fácil. Para mí los 100.000 euros ahora y que no me salga la psicóloga repelente (uno de los personajes…) a decirme que es de fracasados no saber esperar, que eso es mentalidad de perdedores y de pobres, etc. Ser antieconómica no significa ser pobre, no en el sentido darwiniano. ¿Has pensado en cómo funcionan los fondos de inversión y los fondos buitre, en todos los imponderables de todo tipo que pueden convertir la espera de ese millón en algo así como la espera de las pensiones, es decir, en el cuento de la lechera? Y aunque al final hubiera leche: ¿hay dinero en el mundo que valga esperar diez años?

Otra cosa es que, mira tú, lo que había empezado como un intento más o menos descarado de desnudar económicamente a la gente, de sacar a la luz sus anhelos y sus miedos materiales, de repente dio el salto a otra cosa. A otras connotaciones y consecuencias. Aquí sí que tengo que ser muy prudente para no cargarme el suspense de la obra.

Dejémoslo en la siguiente pista, en la siguiente posible pregunta: ¿Esperaría usted diez, veinte, treinta años, los que hicieran falta, al verdadero amor de su vida, o se conformaría con un amor de mínimos aquí y ahora? Cuando digo esperar, no digo ser como Penélope tejiendo tan tranquila mientras Ulises vuelve de la guerra y de comprar tabaco, no… Digo no tener absolutamente ninguna garantía de que el amor de tu vida se dé por enterado de que lo es, con lo cual en realidad no tiene ninguna obligación, y la inversión es tan a largo plazo como a ciegas… Ya ven, más azaroso aún que los fondos de inversión, los fondos buitre, las pensiones…

Es curioso cómo a veces los mecanismos de decisión sobre dinero y sobre amor son plenamente coincidentes… y a veces no, mira. ¿Mi corazón, mi capital? Está claro que hay que ir al teatro, a este tipo de teatro, mucho más seguido. La penumbra de un patio de butacas es uno de los pocos reductos donde todavía se puede sentir y pensar. Todo a la vez. Hala.