Maritxu Jiménez, una psicóloga que atiende a presos de ETA desde hace 17 años, le cuenta a El País que no recuerda que ninguno de ellos “se haya hecho la pregunta de si ha merecido la pena”. Piensen en la célebre ‘Tigresa’. Idoia López Riaño entró en la cárcel con 30 años y disfrutó de su primer permiso penitenciario con 53: tres días que le sirvieron para comprobar hasta qué punto el mundo la había dejado atrás. La respuesta a “si ha merecido la pena” es tan obvia y tan dolorosa que es comprensible que todos los asesinos a los que ha tratado esta psicóloga hayan preferido eludir la pregunta. Plantearla sería ceder a una pulsión suicida.

De siempre se ha sobrevalorado la inteligencia de los criminales. El cine se ha inventado a psicópatas fascinantes, de inteligencia y cultura apabullantes y de fina sensibilidad, de ahí la sorpresa que uno siente cuando ve en la tele la declaración ante el juez de un 'Txapote' o una entrevista al arrepentido Soares Gamboa y comprueba que apenas son capaces de construir una oración enunciativa simple. ¿Se acuerdan de cuando se hacían sesudos análisis sobre la intencionalidad política de los atentados de ETA? Prueben a escuchar durante cinco minutos a Rufino Etxeberría, quien pasa por ser el Guicciardini del mundo abertzale. Son unos auténticos tarugos pero hasta una inteligencia tan limitada como la de un Valentín Lasarte es capaz de llegar al subtexto del comunicado con el que ETA anunció el “cese definitivo” de su actividad criminal el 20 de octubre de 2011.

Si desbrozas esa declaración de los inevitables latiguillos insurgentes, prosa analgésica para consumo militante, lo que queda no es más que una rendición deshonrosa y la certeza de que después de todo este horror ETA no será más que una nota a pie de página en la historia de España. Hoy igual que ayer, la entrega de las armas es la torpe escenificación de la humillante entrega de unos delincuentes cercados por la fuerzas de seguridad.

Valga esta enseñanza no para los que traficaron con la promesa de una arcadia euskaldun, socialista e inmune al paso tiempo y del progreso, que esos ya la han aprendido, sino para aquellos persistentes tontos útiles -más bien idiotas útiles- que, ciegos de ideología y de forma inconsciente, ennoblecieron el asesinato adosándole el adjetivo de político y alimentaron con ello la idea de que la clandestinidad y la cárcel podrían llegar a merecer la pena.