Son un puñado de días, solo, y algunos de ellos no son ni siquiera buenos. Nuestros padres, y alguien lo cantó, nos dijeron que 20 años no eran nada, pero no les creímos. Pero tenían razón. Esto de vivir son solo unos cuantos momentos encadenados, como los clásicos que ponen algunas radios cuando quieren que les escuches sin que la publicidad perturbe la magia.

Como en el cuento de Jorge Bucay, también mágico, ése en el que en el cementerio todas las placas hablan de pocos años, y también de meses o semanas, y el Buscador que las lee se aterra. Pero no, no eran niños; ocurría que en ese lugar solo contaban los días verdaderamente felices. Y no eran tantos.

Al final, llega -siempre llega- un día único que va a ser el último. No lo creemos igual que no creímos a nuestros padres cuando nos alertaban de lo efímero de la existencia, pero será así. Y como Pedro, el personaje de la canción de Silvio Rodríguez en Causas y Azares, no sabremos, no, que ésa será la luz de nuestro último día.

Unos pocos, sin embargo, sí lo sabrán, porque lo habrán decidido ellos mismos. Eso acaba de hacer Fabiano Antoniani, que logró morirse este lunes mordiendo el botón que activó los fármacos que detuvieron su corazón. Dj Fabo, ciego y tetrapléjico por culpa de un accidente de coche en 2014, pasó los últimos tres años de los 40 que cumplió postrado en una cama y viviendo un “infierno de dolor”, como él mismo lo describió. Tuvo que viajar a Suiza para -agradecido y aliviado- poder suicidarse legalmente.

¿Qué sentido tiene? La vida, el que seamos capaces de encontrarle. La muerte, no sabemos si tiene. Pero tener que huir de tu país para poder pasar de un estado al otro, para concluir tu propia vida cuando ésta se ha vuelto miserable, no tiene ninguno.

Es verdad que no todo el mundo vive su tormento particular del mismo modo. Jeff Lowe fue un maravilloso alpinista que revolucionó su deporte. Entre otros logros extraordinarios, creó en 1991 una nueva ruta, conocida como Metanoia, en el Eiger. Le decían que esa ratonera a la que se iba a enfrentar era un suicidio seguro. Le decían que el ascenso que pretendía por la cara norte de la mítica montaña de los Alpes era imposible. Y lo era, hasta que él lo consiguió. Nadie más logró repetir su hazaña en 26 años. Hasta esta semana.

Lowe, un icono único forjado con legendarias escaladas, sufre a sus 63 años un tipo de esclerosis lateral amiotrófica que le obliga a utilizar una silla de ruedas; tampoco puede hablar. Pero él, un eterno optimista, se toma el proceso que lo está matando lenta y cruelmente con toda la elegancia, hasta con interés. Su elección resulta del todo acorde con su manera de escalar: visionaria, humilde, y un tanto alocada.

En su deliciosa La casa de mis padres, el cantautor madrileño Quique González concluye su último trabajo insinuando, casi literalmente, que necesita luz, en la última curva, para “vivir como me dé la gana”. Tan importante como vivir como quieras es morir como desees, o como necesites, cuando ya te vas a morir igualmente, y más aún cuando cada día vivo es mucho peor que estar muerto.

Antonioni ya descansa, tras su amarga pelea de tres larguísimos años. Lowe sigue en la lucha, disfrutando a pesar de sus enormes dificultades físicas de jornadas como la del próximo 12 de abril, cunado recibirá el Piolet de Oro honorífico, sumándose así otros históricos como Messner, Diemberger o Bonatti.

No es mejor un camino que otro: solo son distintos. Cada uno deberá, llegado ese momento junto a la frontera, escoger el suyo. Lo importante es que ambos sean posibles. Lo urgente es que los dos sean legales.