Esto que voy a hacer ahora no se hace: recomendar una novela antigua de un escritor que acaba de sacar una nueva. Ignacio (Nacho) del Valle escribe unas novelas negras vintage, o de suspense histórico, como las quieran llamar, que a mí siempre me han parecido magníficos westerns camuflados. Puro John Huston hecho verbo. La editorial Pez de Plata acaba de mandarme su última obra calentita, recién salida del horno, Índigo Mar. Y de repente este Índigo Mar inunda mi mesilla de noche y trae flotando como tesoros de un naufragio dos obras de Nacho del Valle que tenía pendientes. Y los ojos se me van a la más lejana de ellas, El arte de matar dragones (Alfaguara).

¿A que es precioso el título? Alude a una tabla del siglo XIV cargada de perspectivas anteriores a Brunelleschi, de misterios y de secretos, que forma parte del patrimonio del Prado y que los custodios artísticos de la República extravían al final de la guerra. Se desata una búsqueda feroz, comandada por el mismísimo Serrano Suñer, lo cual hace emerger por primera vez al personaje señero de Nacho del Valle, el teniente Arturo Andrade, miembro de los servicios secretos franquistas pero con un turbio y atormentado pasado y un intenso, personalísimo código de honor. Pura caballería clandestina que cada vez que asoma pone los pelos de punta.

Ahora que tanto se habla de la memoria histórica, y tantos sacramentales se montan a cuenta por ejemplo del Valle de los Caídos, esa fosa común del rencor que lo mejor sería cubrir con cal viva de la bola a la cruz y volver a empezar de cero (¿alguien se acuerda de lo que es volver a empezar de cero en este país?), las historias de Nacho del Valle son mucho más que agradables novelas negras con el retrogusto de la achicoria de la posguerra. Son tiroteos de humanidad. Cazando héroes ocultos en el rincón menos pensado. Más que buenos y malos, en estas novelas hay rotos y enteros.Valientes y cobardes. Para bien y para mal.

Será porque se llama igual que yo… Pero me ha conmovido el personaje de Anna, una austríaca de dieciséis años que Arturo Andrade encuentra en un burdel de lujo, una virgen adolescente cuya desfloración va a ser objeto de subasta. Nuestro héroe se abre de capa a la luz. La desea “como deseo que resuciten mis padres”… Sueña en rescatarla de una gran lanzada heroica... En atravesar la lluvia de sucio fuego escamoso, envolver a Anna desnuda en una colcha y simplemente llevársela. Muy lejos de la desdicha y de allí.

Ojalá pudiera pararse el tiempo y ojalá se pudieran parar también las novelas. O yo nada sé de este oficio, o mucho me extrañaría que Nacho del Valle y la vida permitan que esto acabe de otra manera que no sea mal, muy mal y peor que mal… Pero, ¿cuánto vale un solo destello de caballería, un instante de grandeza y de pureza en el corazón de un hombre? ¿Cuánto vale un Arturo Andrade, aunque nadie haya visto nunca ninguno en la vida real? Tampoco ha visto nadie seriamente a los ángeles de la guardia, y bien que hay quien se les encomienda…