Cuando el Estado se convierte en anfitrión del capital, aparece el parasitismo y quedamos condenados a vagar con el peso de nuestra propia sombra atada al cuello. Es lo más parecido a una maldición que anula los atributos del ser humano hasta convertirlo en sujeto vacío. Algo así percibió Karl Marx en tiempos, cuando aún no se había comercializado la bombilla y se escribía arañando la luz escasa de un quinqué.

Aquel profeta de barbas blancas nos presentó el mecanismo de un sistema económico que muere matando. Lleva en su esencia el germen de su propia destrucción así como la del individuo que lo soporta, pues éste queda convertido en víctima de la cohabitación entre los parásitos y los bienes públicos. Seguimos pagando con nuestras fatigas el precio por haber nacido en un Estado que, además de hacernos, nos deshace. No sé si me explico pero cuando el Estado hace al hombre y no al contrario, sucede lo que estamos viviendo.

Si retrocedemos un poco, podemos encontrar no sólo el peso, sino también la medida del Estado y de sus parásitos reflejada en los últimos gobiernos que nos ha tocado sufrir. Sirva el ejemplo que durante el Aznarato, el gobierno se deshizo de las principales compañías de los sectores energéticos para jugárselas en el casino de la economía global -herencia a su vez del Felipato- y a ese trapi se le denominaría "Milagro Económico Español". Tampoco hay que sorprenderse por tal denominación de origen cuando, el partido menos popular de España se denomina Partido Popular. En fin, que luego llegaría Zapatero a dejar pasar el milagro con una sonrisa. Recordemos su política de arreglo cosmético, cuyo peso orgánico intelectual quedó revelado con la pandi de La Ceja.

Así hasta el día de hoy, que el que nos gobierna implora a la virgen de la Cueva para que llueva, convirtiéndonos en sujetos místicos que miramos al cielo, como si éste tuviera culpa de que nos suban el recibo de la luz.

El otro día, Rajoy saltó con un tuit donde su dedo dejó de apuntar tan arriba. Fue un tuit, pongamos terrenal, donde justificaba la subida de la luz con el agravio comparativo, como si verdad tan simple sirviese para ocultar una cuestión política. Con estas cosas, está permitiendo la cohabitación beneficiosa de los parásitos en un país donde los recursos energéticos son suficientes para que -por sí mismos- sean derecho y no mercancía. En tiempo de bombillas, su gobierno anda escaso de luces.