En una reciente entrevista en el diario El Mundo, la periodista Lucía Méndez se interesó por lo que Pablo sentía al ver a Tania junto a Íñigo. Pablo le contestó: “No voy a responder ninguna pregunta que tenga que ver con lo emocional”. Es un maravilloso sarcasmo.

Todo en Podemos, empezando por que a Iglesias le llamamos Pablo, a Sánchez Tania y a Errejón Íñigo, es emocional. Ellos antes que Trump apostaron por un formato reality para la construcción de un liderazgo social. Su discurso es tan autorreferencial que cualquier español con TDT podría escribir de memoria la biografía de Pablo. Podría hablar de sus relaciones sentimentales, de las series que le gustan, de sus hábitos sexuales en campaña, del día en que su equipo asesor le aconsejó que se quitara el piercing de la ceja, de las al menos cuatro veces en las que lo vio llorar, de cuando él e Íñigo se conocieron y de que entonces Íñigo le escupió y de cómo sin embargo terminaron queriéndose para luego odiarse, del perro palleiro que nos enseñó en aquel publirreportaje de Léon de Aranoa, de sus miradas lascivas a Rita Maestre, del morbo que le dan Cristina Cifuentes o Cristina de Kirchner, de la primera y única vez que le dio un puñetazo a alguien, de que ese alguien era un lumpen de clase mucho más baja que él, de que a él no le gustan la lumpen drugs y sí un buen single malt.

Pablo ha servido su hígado a cucharadas en Youtube primero y en las televisiones después y ahora pide que dejemos a un lado lo personal. Como si pudiéramos dejar de saber lo que sabemos porque él nos lo ha contado con una ambición impúdica.

Frente a la impudicia de Pablo están los remilgos del periodismo, donde se ha instalado el temor a que cualquier referencia no consentida a las relaciones personales en Podemos le valga a uno la acusación de hozar en la mugre sensacionalista. Cuando mugre sensacionalista es precisamente lo que él ha venido a traer a los medios serios, a cuyos periodistas ha conseguido incluso sentar en famélica asamblea en una alfombra del Congreso.

Pablo quiere tener la exclusiva de sus emociones, de la misma manera que una folclórica se quita a los paparazzi de encima después de haber traficado con su intimidad en Pronto. Porque Pablo no acepta robados sino posados. Y la prensa seria parece que está de acuerdo, como tantas otras veces, con su imposición.

Ahora Pablo quiere dejar a un lado lo emocional cuando ha construido un artefacto, Podemos, más similar a Hombres Mujeres y Viceversa que a un partido político tradicional, donde las atávicas pulsiones juegan su papel, claro, pero no determinan hasta tal punto su organigrama ni se exhiben con la naturalidad con la que el partido de Pablo ha comerciado con ellas.