Si el programa Cervantes ayuda tanto a la "cohesión y construcción" de España como el Erasmus a la de Europa, bien puede aplaudir el secesionismo este hit del Gobierno. La cuestión no es que Europa haya demudado el sueño de paz perpetua de la Sociedad de Naciones por una pesadilla distópica de camiones suicidas y fascismos, sino que la educación y la nación españolas son tan calamitosas que el anuncio de la ministra Dolors Montserrat sólo puede considerarse una ocurrencia, una broma, o una burla.

Gracias al Cervantes los pequeños maulets y gudaris de Manrensa o Bilbao distinguirán las singularidades de las pilsen de Sevilla, Coruña o Espinardo, y acariciarán de paso el delirio expansivo de todo nacionalismo. En recíproca respuesta -y dado que los bachilleres castellanohablantes en Catalunya o Euskadi no podrían continuar su ciclo en español-, quillos, nenos y zagales tendrán un curso entero para libar kalimotxos o espumosos y vivirán en carne propia los topicazos de la saga Ocho apellidos. Enriquecedoras perspectivas.

La alusión a la bebida no es un prejuicio, sino la presunción constatada de que este proyecto -como antes el Séneca- aportará más al sector hostelero que a la educación o al espíritu nacional de los chavales. La referencia a las dificultades objetivas que los alumnos formados en español afrontan en Cataluña y País Vasco, más que una denuncia recurrente, es la prueba palmaria de cuán peregrino resulta este Erasmus made in Spain.

El programa ha sido parido -y dado a conocer- por la titular de Sanidad y Asuntos Sociales, en lugar de por el responsable de Educación, lo que sugiere un carácter asistencial -más que formativo- que conecta la disyuntiva España posmoderna con las excursiones de los hermanos Salesianos y de los colegios públicos de la Transición.

En Águilas, Murcia, primeros 80, el primer viaje escolar para promover la "emancipación" y el "emprendimiento" -como ahora defiende la ministra- fue a la planta de embutidos El Pozo y a las instalaciones de Pascual Hermanos. Nos obsequiaron con tripitas de sobrasada y lechugas iceberg que devoramos junto al paquete de Ducados de don Pedro: "¡Nenes, coged que no miro!", qué alegría.

Visto en la distancia, aquellos fiambres y lechugas, aquel primer tabaco, anticiparon las vidas sucintas de decenas y decenas de compañeritos. Unos fueron a engrosar las cadenas de montaje de aquellas fábricas, otros se marcharon -en fila india- en pos de las platitas que los mayores fumaban en los espigones, y los demás nos repartimos como pudimos por el horizonte que avistábamos. Ahora, el horizonte puede ser un Erasmus a la española. Es decir, que desde entonces han cambiado muchísmas cosas salvo la calidad educativa... y el ingenio de los ministerios.