En navidades, el capitalismo nos muestra lo más íntimo de su perfección. Se trata de un tiempo de miseria, donde la actividad crediticia se estructura con lo ilusorio hasta conseguir el narcótico que acompaña el viejo sueño de los economistas clásicos, alcanzando el equilibrio entre producción y consumo.

Además, al compás de la pandereta, el sistema político enguanta la mano invisible de un Estado recaudador donde la lotería viene a ser un impuesto a tributar. Porque lejos de ser un juego de azar, la lotería es un impuesto camuflado al que se le añaden impuestos por cada vez que toca. Una acumulación de imposiciones tributarias que alcanza las medidas de los perdedores, un engañabobos en el que el Estado logra la causa final de su planificación capitalista organizando la vida de los más simples al estilo burgués. Sí. Ese estilo que toma la vida como sacrificio, semejante a un camino de espinas donde sólo merece la libertad el que ha tenido la suerte de conseguirla. Por eso hoy son tantos y tan simples los que se resignan a la lotería como forma de salir de pobres y humillados.

Con esta infamia consentida, la lucha de clases queda neutralizada desde el momento en que la conquista social depende de la suerte, representada en un décimo. Los hay incluso que rezan oraciones para que su número resulte premiado y en su creencia se dejan aconsejar por telebrujas. Por haberlos, hasta los hay que buscan en el décimo la fecha del cumpleaños o la de la noche en la que perdieron su virginidad. Incluso, los hay que no creen en el azar ni en su mano invisible, pero que juegan y rezan por si acaso algo existiese. En el portal de mi casa lo acabo de oír: “Mira que si toca en la tienda de abajo y no llevo décimo”

Luego está la misericordia que contamina estas fechas y que sirve para aliviar pulgas sin dejar de mantener distancias. Como cada navidad, tiene su representación televisada en las niñas y niños huérfanos de San Ildefonso que cantan la suerte. Han sido elegidos entre los de mejor timbre de voz, dejándose la capacidad de asombro de su edad en ensayos continuos, recitando numéricos.

Sirva la indignación de este panfleto como respuesta al tuit donde se anuncia que ya están dispuestos los bombos en el Teatro Real; residuos aceptados por el pensamiento mayoritario como manera poco realista de alegrar los bolsillos de los probes.