Se ha escrito tanto sobre el caso Nadia que entiendo que es difícil que interese este artículo. Sin embargo, ojalá lo lea mucha gente. Porque estos días hemos hablado de padres sin escrúpulos, de periodismo irresponsable, de candidez en las redes, de morbo televisivo, y nuestra indignación ha dejado de lado los círculos concéntricos de este lamentable episodio, los daños colaterales del bochornoso gol que nos colaron.

Y es que el caso Nadia va a despertar una ola de justificado recelo hacia familias que demandan nuestra solidaridad porque la necesitan desesperadamente. Es triste que el caso de un padre miserable se haya destapado justo en época navideña, el momento en el que las conciencias y los bolsillos son más proclives a un chapuzón en el mar de las buenas obras.

La extra, los villancicos, los anuncios de turrón, los cuentos de un niño pobre adorado por tres reyes, nos hacen más humanos y más rumbosos. Y de pronto un sinvergüenza ha puesto el freno de mano a esa esplendidez que se desboca felizmente en estas fiestas. Por favor, no dejen que la manzana podrida de un caso corrompa tantas historias de personas que batallan contra la enfermedad y la escasez.

En este país la ciencia no es asunto de Estado: nuestros laboratorios, pilotados por científicos talentosos, no tienen medios para avanzar en programas de investigación que podrían curar lo que hoy no tiene cura. Así las cosas, hay familias que se arremangan y organizan sus propios canales para reunir el dinero que necesitan los hombres y mujeres de ciencia para comprar pipetas, reactivos, ratones o tubos de ensayo, que hasta eso les tienen tasado en los centros de investigación. Porque sobra ingenio pero faltan medios para poder gritar eureka.

Y hay padres y madres de niños enfermos que piden esos euros que nos sobran. Esos euros que, con la mejor de la voluntad, muchos ingresaron en la cuenta del padre de Nadia. Que su ejemplo podrido no lastre el deseo de ayudar. Que el caso Nadia no se convierta en una excusa para la racanería. Que no nos vuelva desconfiados, recelosos, inmunes a la angustia ajena.

Hay críos enfermos de males inexplicables, y sus familias se levantan cada día esperando un milagro que por desgracia tiene un precio. No permitamos que sus historias queden en suspenso por culpa de un canalla. Más allá del padre de Nadia hay mucha vida por la que luchar. Depende de nosotros que puedan continuar tantas peleas contra la enfermedad y la muerte.