Al contrario de lo que suele suceder, Leonard Cohen nunca puso música a la poesía. No fue tan vulgar, ni tan osado; jamás añadió plusvalor ni postizos que hicieran perder peso a la palabra en juego.

Para llevarse a la música de calle, lo primero fue conquistar su reino. Conocía el secreto y las Musas se dejaron querer por él. Las hubo terrenales y con piernas de sirena; también las hubo de voz profunda, como la Janis, que se dejó abrasar la garganta con el resultado de su acto más puro. Tal vez, por todo esto, el disco más apropiado sea aquel donde Leonard Cohen aparece en la portada entre dos mujeres: Death of a Ladie´s man.

El citado disco lo cantó a cañón tocante. El revólver lo manejaba Phil Spector con una mano, mientras con la otra llevaba los mandos de la mesa de sonido. Spector estaba obsesionado por demostrar que sus disparos nunca traspasarían el muro de arreglos y combinaciones apelotonadas que el mismo había creado, su famoso Wall of sound, marca de la casa. Un espectro reverberado y con muchas capas de neurosis, un muro de sonido en el que las balas siempre rebotaban. Una posibilidad desquiciante entre otras muchas y la única para el Cohen de aquel momento.

El viajero que contaba historias por los puertos de la antigua Grecia, llegaba al capítulo más agobiante de su poema. Continuaba atrapado en la cueva; cerrada con una piedra gigante que le impedía salir. Pero gracias a la astucia -y al tequila José Cuervo- nuestro amigo conseguiría escapar del eco y de su cautiverio. Para los coros, Phil Spector llamó a Dylan y a Gingsberg. Como era de esperar, Leonard Cohen quedó poco satisfecho con el resultado.

Porque originar música desde la palabra -y no al contrario- es asunto de altísimos poetas, y para pillar un verso y darle la vuelta -hasta proyectar su interior con orquesta y silencios- hace falta la voz apropiada. En el caso de Leonard Cohen, su voz era una lija tan capaz para la caricia como para el pellizco.

Por lo dicho, no tiene sentido levantar un muro funeral con su nombre, por más que en él pongamos algo tan vivo como la música de sus palabras. Mal mirado, lo de Leonard Cohen ha sido la primera esquela de la era Trump. Una época que atravesará el mundo a balazos, marcando las fronteras con el trazo grueso de las palabras cuando las palabras secan.