Mientras Rajoy ultima su Gobierno, España escruta las tomas falsas de OT, el Reencuentro para comprobar si Bisbal le hizo la cobra a Chenoa. La distancia que separa las almenas del llano resulta tranquilizadora e higiénica cuando el populismo siente la tentación de suplantar la democracia representativa por el ruido de la calle. Una cosa son los votos merecidos y otra bien diferente una salva de mecheros frente al Congreso. Una cosa es la fama y otra el Boletín Oficial del Estado.

El problema es que hay quienes confunden ambas magnitudes porque las varietés y el poder, el dominio de las plazas y el Gobierno de la nación, son senderos que han convergido secularmente. Los chicos de OT se convirtieron en queridos artistas gracias a un concurso, del mismo modo que Podemos ha llegado a ser lo que es gracias a las tertulias televisivas. Nada humano es ajeno al terrible electrodoméstico.

No se debe descartar que Iglesias llegue a ser algún día presidente y el muchacho Rufián su ministro plurinacional, pues una sociedad que convierte el éxito musical en mercadotecnia tiene merecido que la espectacularización de la política determine igualmente el predicamento y la altura de sus dirigentes.

El debate sobre -más que el empoderamiento- la apropiación del espacio público no es novedoso ni exclusivo de Podemos, como la treta de machacar a la audiencia con melodías pegadizas no la inventó Gestmusic. Tras la aznaridad fueron Zapatero y el PSOE los que decidieron tomar la rúa aprovechando la Guerra de Irak. Con Felipe González de presidente, España había formado parte de la coalición aliada en la primera guerra del Golfo, pero en aquellos primeros 90 la superioridad ética que se arroga la izquierda la cocinaba Anguita, que era más cabal que sus sucesores actuales.

Hubo manifestaciones en las que los universitarios de entonces gritábamos “Ito, Ito, Ito, que vaya el Principito” y otros ripios vergonzantes sin que el folclore de las protestas incluyera disturbios de ningún tipo. Trece años después, sin embargo, en las manifestaciones contra el trío de las Azores, el tono subió exponencialmente y las consignas dejaron de lado cualquier rastro de ingenuidad para convertirse en la banda sonora del acoso al PP.

Rajoy intentó pagarle luego con la misma moneda a Zapatero a cuenta de la negociación con ETA, la derogación del Plan Hidrológico Nacional y las manifestaciones por la familia de los obispos, pero la derecha democrática es refractaria a la algarada.

El recorrido por la historia de los escraches patrios es oportuno porque el éxito domesticado de OT, el Reencuentro, en contraste con el pinchazo vocinglero de Rodea el Congreso, hace pensar que esta sociedad está bajando felizmente de decibelios pese a la oratoria tuitera y petulante de Rufián y los exabruptos del diputado de la cal viva.