Las urnas van adquiriendo en España un carácter mágico. Muy principalmente en Cataluña, donde desde hace un lustro miles salen cada tanto a la calle para proponerlas como solución a toda clase de problemas. Sentimentales, incluso.

Construyen urnas gigantes de cartón, las colorean, se las echan a los hombros y las sacan en procesión como si fueran la Esperanza Macarena. Todo empezó como un intento de usurpación de las urnas -no es otra cosa lo del derecho a decidir- pero el asunto empieza a parecerse demasiado a una fiesta religiosa. Y como en todas estas celebraciones de lo sobrenatural uno termina por preguntarse si los procesionarios de verdad se lo creen.

La urna es un instrumento necesario de la liturgia esencial de la democracia y puede llegar a ser también un instrumento para su impugnación. No es una paradoja. Una segunda repetición de las elecciones en España el próximo diciembre, por ejemplo: ¿para qué serviría sino para demostrar que nuestros representantes no han entendido el carácter representativo de la democracia? He aquí la aparente paradoja, votar sólo contribuiría a debilitar la democracia y a acrecentar la desafección de los ciudadanos con las instituciones. Si los representantes no son capaces de entender la idea de representatividad, qué se le puede exigir a los representados.

A las multitudes de cada 11 de septiembre las guía la misma confusión, la de que el voto servirá para moldear la realidad a su gusto derribando como una descomunal excavadora todos los obstáculos a su paso. Es la promesa eterna de un referéndum que descuartizaría la soberanía nacional y del que resultaría, en función de quien lo sueñe, un New Hampshire europeo, una inmaculada república socialista, una Suiza mediterránea o una reedición de la Comuna de París. La independencia es como un espejo encantado donde cada uno se ve como desearía ser y no como en realidad es.

La de este año fue otra Diada multitudinaria, dicen las televisiones, y concluyó con la promesa de unas nuevas elecciones constituyentes. Otras, que las anteriores no arrojaron el resultado adecuado. Desde hace cinco años, el talento y el esfuerzo de toda una región se ha desperdiciado en la persecución de una quimera. Una quimera indeseable, que cuando uno dice quimera se imagina La Quimera del Oro y no un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. La quimera de una república fundada en la exclusión.