Antes de que la tierra temblase en Amatrice y se tragase la vida feliz de un pueblo, el Gobierno italiano anunciaba que al cumplir 18 años cada joven recibiría 500 euros para gastar en actividades culturales. Sentí envidia de ese país donde los que mandan, en un alarde de lucidez, quieren acostumbrar a los jóvenes a invertir en cultura. Aquí la idea causó indignación, rechazo y rechifla: quien quiera cultura, que se la pague.

Perdonen si aplaudo que Italia regale a sus jóvenes un bono para pagar libros, discos, tickets de conciertos y pases para exposiciones. Si envidio a Italia, que protege férreamente su propiedad intelectual y ha conseguido poner coto a la piratería de contenidos porque sabe lo importante que es defender a aquellos que crean y enriquecen el presente y el futuro de una nación.

Lamento que en España cause escándalo que otros decidan apostar por el fomento de las actividades culturales. Sería imposible plantear aquí el regalo de un bono para ir al cine, a la ópera o a un museo. Se jalea la entrega de regalitos absurdos a los recién nacidos, o el fomento de la compra de coches mediante subvenciones millonarias, pero se rechaza la idea de obsequiar entradas de teatro.

Hemos creado una sociedad que desprecia el peso de su cultura. Que ha olvidado que desde hace cuatrocientos años el único fulgor internacional de España ha llegado de mano de sus hitos culturales. Que si podemos aspirar a tener un turismo de calidad es porque, además de las playas que llaman a gritos a los practicantes de balconing, tenemos los mejores museos del mundo, las rutas del románico, los caminos de Santiago o los bisontes de Altamira. Y eso es lo que nos salva de ser un destino de botellón y paella de plástico. Llevamos muchos siglos sin dar al mundo otra cosa que escritores, cineastas, dramaturgos, artistas: los hacedores de la misma cultura que tantos desprecian y muchos ignoran.

Asumo que haya gente que se niegue a abrir un libro, a entrar en el Prado. Gente incapaz de disfrutar de un concierto o de emocionarse con un monólogo teatral, y no voy a criticarles, porque bastante tienen con vivir privados de esos elementos de disfrute. A esas personas les pido que dediquen un minuto a reflexionar sobre el extraordinario peso que tiene la cultura desde el punto de vista productivo, y que entiendan esos 500 euros como los entiende el gobierno italiano: como una oportunidad de hacer de la cultura parte del tejido social de un país civilizado.