Cuando los teólogos identifican a Dios con Razón, lo que están haciendo es explicar a Dios como facultad para poner límites a la ciencia. A partir de aquí se podría llegar a pensar que el idealismo sostiene a las religiones con un gancho de carnicero.

Porque no hay espíritu que se mantenga en el vacío como tampoco hay ideas que se mantengan sin materia, la idea de Dios sólo sirve para mantener la ignorancia. Por ello, desde tiempos antiguos, el término sagrado no permite atributos y cualquier calificativo con el que designemos a la autoridad divina, se hace sospechoso de blasfemia.

La palabra de Dios aún permanece arraigada en las instituciones de hegemonía, ya sea de una manera invasiva, como las capillas en la Universidad, o moderada, comentando textos oscurantistas que obedecen a una discusión basada en silogismos aristotélicos. En todo caso, lo que se viene a ocultar es la materia y su verdad, la que dice que la imagen Dios es producto del cerebro del hombre cuando revela sus limitaciones.
Luego está la policía que justifica su trabajo con la pereza epistemológica que caracteriza a las fuerzas de represión, una apatía que a su vez viene determinada por razonamientos inmóviles, pongamos metafísicos y que obedecen a una función cognitiva deteriorada: “Cumplo órdenes”. Por delante de ellos, de la poli, van los que pintan en las paredes; acto expresivo que se corresponde con las primeras edades del hombre y al que Cobain era aficionado.

Por grafitear “Dios es gay”, al bueno de Cobain le pusieron a tocar el piano en la comisaría. Además de fotos, tomaron sus huellas dactilares. El delito no fue que Cobain negase la existencia de Dios, sino que afirmase su sexualidad. Ya sabemos que con Dios, poquitas bromas.

Todo esto viene a cuento para recordar al amigo Lagarder que Cobain vivió las primeras edades del hombre y luego se despistó. Pasaría a ser un protagonista más de la sociedad del espectáculo a cambio de que su expresión musical, lo más importante, perdiera protagonismo. Cuando se quiso dar cuenta, había sido asimilado por la realidad desnuda que se esconde tras todo artificio. Son cosas que también ocurren en la práctica política cuando el activista se hace más importante que la acción a ejecutar y el activismo pende del gancho de un carnicero.

Con esto, espero que el amigo Lagarder siga viviendo a la manera gitana, sin destino ni pasaporte y que nunca despiste la materia de su activismo.