Siempre me ha gustado no estar de acuerdo. Disentir, discutir enfáticamente, llevar la contraria, andar por la otra orilla. Decir ‘no’ en medio del asentimiento general y ‘sí’ cada vez que el resto niega. Por eso cuando mi admirado Jorge Sáinz escribió la pasada semana su brillante artículo defendiendo las corridas de toros, en contra de lo que un servidor y supongo que otros muchos habíamos dicho o escrito tras la muerte de Víctor Barrio, y arrogándose el papel de bueno en esta película, me froté las manos y me dije que era un momento idóneo para disentir, discutir, llevar la contraria e incluso andar por la otra orilla… Y hacerlo sin tregua pero con respeto y educación en la defensa de unas ideas sin con ello menospreciar a quienes no piensan de la misma manera.

Releo tus palabras y lo que a mí sí que me parece osado, querido Jorge, es que alguien crea que estar en contra de las corridas de toros equivalga a pretender dar lecciones de superioridad intelectual a quienes están a favor. Y osado también relacionar este rechazo a una actividad que entendemos bárbara con un país que no sé cuántas ediciones lleva de Gran Hermano, que no sé cuántas horas de televisión en máxima audiencia dedica a Kiko Matamoros y que no sé cuántos libros de una tal Belén Esteban vende. Como si una podredumbre pudiera justificar la otra. En mi caso, nunca voy a una corrida de toros, no veo Gran Hermano, no me importa Matamoros y no leo a la Esteban.

No creo que haya que buscar dobleces a quien simplemente le revienta una actividad que siempre acaba, salvo terribles y tristes excepciones como la de Teruel, con seis toros masacrados en medio de un coso repleto de aficionados que de vez en cuando sacan sus pañuelos a pasear. Simplemente, repito, no veo la riqueza artística y cultural de tal actividad que creo propia de tiempos salvajes, de épocas de duelos al sol donde se mataba o se moría. Sin más historias. Y siento todo el respeto del mundo tanto por ti y los que piensan como tú como por Ignacio Sánchez Mejías o Víctor Barrio, aunque éste tuviera menos discurso que aquél y nadie le vaya a escribir una elegía como la que Lorca escribió a su amigo; e incluso por un personaje tan apabullante como Juan Belmonte cuya biografía escrita por Manuel Chaves Nogales leí –y te recomiendo encarecidamente– por el placer, el arte y la sabiduría que siempre me ha despertado no el universo del toreo sino la buena literatura y el mejor periodismo del autor de A sangre y fuego, que escribió como ninguno la maldita España que le tocó en suerte.

“Los que presenciaron aquella corrida –explica Belmonte por boca del siempre brillante escritor y periodista sevillano en un pasaje del libro– dicen que se asustaron al ver cómo toreaba aquél muchachillo desmedrado y mal vestido que era yo. Les di la impresión de que se trataba de un loco o de un borracho; en suma, un tipo disparatado, que se jugaba la vida a cara o cruz, sin saber por dónde se andaba”.

Sé positivamente que el maestro Chaves Nogales no estaría de acuerdo con mis palabras sobre la fiesta nacional, los toros y los toreros, pero le cito aquí porque yo sí que lo estoy con casi todas las que él puso negro sobre blanco. Incluso admiro las que gastó para describir un mundo en el que nunca he creído. Pero lo hizo con el arte que sólo está al alcance de los iluminados, con la inteligencia de los elegidos, con la imaginación de los cuentistas y con un talento supremo. Y ante el talento siempre hay que ser respetuoso.

Y ese mismo respeto que siento hacia quienes ven lo que yo no veo lo reclamo para mi querida ceguera. Por eso, lo que verdaderamente me parece osado y creo que hasta erróneo, estimado paisano, es tratar de reducir la controversia que despiertan las corridas de toros en algo tan maniqueo como lo de buenos y malos, salvo que incluyas exclusivamente entre estos últimos a esos bárbaros que denigran la condición humana y con quienes lógicamente no nos identificamos la casi totalidad de quienes estamos en contra de este sangriento espectáculo.

Buenos serían, según tu argumentación, los que están a favor de las corridas de toros y malos lo que estamos en contra. No hombre, no. Nunca me he creído mejor que nadie por detestar esta mal llamada fiesta ni te he visto peor a ti o a todos muchos amigos y gente a la que admiro profundamente por apasionarles lo que yo desprecio, porque creo que en esto radica el ejercicio de la libertad: en disentir pero respetando al que disiente de lo que uno piensa.

Malos son otros. Y en este julio sangriento tenemos demasiados ejemplos: policías de gatillo fácil especialmente cuando sus víctimas son de color; negros que en busca de venganza matan policías por el mero hecho de llevar uniforme; desalmados que con un volante en las manos se llevan por delante decenas de personas que simplemente estaban mirando al cielo; militares y/o políticos que jugando una vez más a salvadores de la patria sacrifican a cientos de conciudadanos por intentar dar un cuartelazo mientras otros lo aprovechan para afianzar su poder aniquilando a todo aquel que pone en entredicho sus ambiciones desatadas.

Éstos sí que son los malos. A mí, y a otros como yo, simplemente nos repugnan las corridas de toros.