Una sombra recorre Macondo. Se trata de la sombra de Felipe González, siempre dispuesta para cubrir a la autoridad económica en el acoso y derribo del discurso legítimo. En estos días de resaca electoral, de pactos y de venezofrenia moderada, la sombra de Felipe González se ha proyectado con intensidad sobre las tierras en las que García Márquez nos levantó un refugio. 

Lejos de la memoria y el deseo, en la otra cara de la buena literatura, Felipe González firma una pieza con un arranque que es para habérselo pensado un poco. Sin venir a cuento, va y remienda a García Márquez, contando el principio de “Crónica de una muerte anunciada”. En realidad, con esto, Felipe González no viene a aportar algo más de lo que ya se conoce; me refiero al final de la historia de Santiago Nassar, protagonista de la citada crónica.

Lo que sucede es que, si llegado el caso, existe una persona en el mundo que no haya leído a García Márquez y, por casualidad, se lee el arranque del artículo de Felipe González, entonces bien se podrá afirmar que tal persona nunca leerá “Crónica de una muerte anunciada”. Porque la razón de Felipe González quedó definida hace tiempo como la facultad de proyectar límites y sombras de manera indebida. 

En el citado artículo se nos revela haciendo una reflexión muy reflexiva y tan poco mágica que, una vez leída, uno se queda con la sensación de haber perdido el tiempo. Se podría estar así durante muchos párrafos más, ejerciendo una crítica a conciencia
de la citada pieza. Sin embargo, lo que hoy me trae hasta aquí no es eso, sino contestar al tuit de Teódulo López Meléndez para recordarle que, en los últimos tiempos, no hemos oído otra cosa que los argumentos proyectados por Felipe González contra el discurso legítimo, y que acá, en tierra de invasores, se han venido a denominar como “venezofrenia”. Son razonamientos que se emplean para probar lo inexistente pero que han calado hondo entre los simples. Felipe González ha sido uno de sus emisores más prolíferos.

En definitiva, lo que viene a decir es que la madre patria siempre fue un eufemismo y que llegar al gobierno no es lo mismo que llegar al poder. El ejemplo es Felipe González, en posición de eufemismo patrio y con más poder ahora que cuando ejercía la presidencia del Gobierno. Un poder que aprovecha para ensombrecer el realismo mágico que aborrece, aunque lo intente disimular.