Es como para frotarse los ojos. ¡Un gobierno que se apellida socialista, que se dice progresista e igualitario, que pide constantemente más Europa, que acaba de celebrar el pacto sobre política migratoria en la UE como un hito histórico, de repente se pone nervioso porque le van a tumbar dos decretos y, de la mañana a la tarde, sin estudio ni preparación alguna, se pliega a entregar las competencias sobre inmigración a una fuerza separatista, supremacista y xenófoba!

Y al día siguiente, cuando empieza a ser consciente de la barbaridad a la que se ha comprometido, sólo se le ocurre ofrecer a las demás autonomías lo mismo que a Cataluña, abriendo el camino a que en España termine habiendo 17 políticas de acogida y asilo, 17 políticas de expulsión y 17 pretensiones de controlar los flujos migratorios.

EL ESPAÑOL, líder de la prensa española.

EL ESPAÑOL, líder de la prensa española. Javier Muñoz

Esto es exactamente lo que quería impedir el Consejo de Estado, presidido por un respetado jurista de izquierdas como Rubio Llorente, cuando en el informe sobre reforma constitucional que le pidió Zapatero, propuso blindar las 32 competencias exclusivas que el artículo 149 de la Constitución atribuye al Estado.

La primera, de carácter genérico, es "la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles". E inmediatamente después, como segunda competencia exclusiva del Estado, aparece ya algo tan concreto como "nacionalidad, inmigración, emigración, extranjería y derecho de asilo".

Rubio Llorente trataba de detener el vaciamiento del Estado mediante la triquiñuela del artículo 150,2 que de nuevo vuelve a invocarse para sacar de un apuro coyuntural a un gobernante: "El Estado podrá transferir o delegar en las Comunidades Autónomas, mediante ley orgánica, facultades correspondientes a materia de titularidad estatal que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación".

Hay que reconocer que los constituyentes no estuvieron finos en esta redacción al dejarnos el melón abierto de un argumento circular: "se podrá transferir… lo que sea susceptible de transferencia".

Es cierto que impone como restricción la "propia naturaleza" de esa competencia. Pero con un Tribunal Constitucional politizado y dispuesto a tragar con la amnistía -descartada expresamente por los constituyentes-, quién nos dice que no va a tragar también con la inmigración y, ya puestos, con la política exterior, con la de Defensa o con la Administración de Justicia, listadas a continuación en el 149.

Por este camino no haría falta declaración de independencia alguna porque Cataluña ya estaría alcanzándola de facto. Eso era lo que pretendía el Estatuto de 2006, lo que quedó truncado por la sentencia de 2010 y lo que ahora Sánchez pretende relanzar en las negociaciones secretas de Suiza.

"Queremos darle a nuestros 18 millones de lectores elementos de juicio para que resuelvan por cauces democráticos los problemas que ha creado la democracia"

Ignoramos, por cierto, si el verificador salvadoreño intervino como bróker telefónico en la negociación in extremis del miércoles. A lo mejor era con él con quien hablaba Miriam Nogueras desde su escaño, proclamando exultante su nueva victoria.

Es difícil mantener la calma ante tamaño despropósito, ante una irresponsabilidad tan grande, pero vamos a hacerlo, explicando con serenidad por qué lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Lo haremos dándoles a nuestros dieciocho millones de lectores explicaciones, elementos de juicio, para que resuelvan por cauces democráticos los problemas que nos ha creado la democracia. Este año tendrán tres o tal vez cuatro oportunidades de contribuir a ello con su voto.

Con la inmigración actuaremos igual que con la amnistía, las balanzas fiscales, los derechos históricos o no digamos la autodeterminación. Nos esperan batallas decisivas a las que vamos a concurrir con todo nuestro brío, pero sólo con argumentos. Sin insultos ni exageraciones, sin peleles ni anatemas. Desde nuestro ADN liberal, centrista y transversal. Reclamando a Pedro Sánchez que deje de huir hacia adelante, al exigir a Feijóo "una oposición constructiva" y que empiece a exigirse a sí mismo "un gobierno constructivo" con los mimbres de lo que aún llama "mayoría progresista". O que opte por un abandono digno al servicio de los intereses generales.

***

Cómo pasa el tiempo. Dentro de quince días se cumplirán diez años de mi destitución como director de El Mundo, el periódico que había fundado un cuarto de siglo antes… cuando me echaron de Diario 16.

La mayoría de quienes me arrojaron en una y otra ocasión del Paraíso de mi redacción ya no están entre nosotros y el resto ha pasado al ostracismo. Yo mismo sólo miro hacia adelante, preocupado por España, como "el español preocupado" retratado por D'Ors y Penagos, desde el puente de mando de EL ESPAÑOL.

Recuerdo todo lo anterior como si le hubiera ocurrido a otra persona. Pero ahí quedan las hemerotecas con más de quince mil portadas impresas, más de 300 millones de ejemplares vendidos y ese vídeo de despedida en la Avenida de San Luis, entre una nube de compañeros, con la glosa de nuestras grandes exclusivas como imbatible forma de ortoepía.

Son elementos de referencia de una etapa en la que el periodismo se expresaba a través de una tecnología más deficiente, generando un modelo de negocio concentrado en menos voces que parecían muy poderosas. Ahora hemos salido de la crisis -aunque a la vuelta de la esquina pueda esperarnos otra- y el pluralismo ha germinado en muchas más cabeceras al servicio de muchos más millones de lectores.

De ahí la trascendencia, el carácter casi mágico, que implica que al cabo de mis primeros 43 años como director, haya sido en 2023 cuando mi periódico, este periódico, EL ESPAÑOL, se ha convertido en el indiscutible líder de audiencia en ese concurrido mercado dominante que es la información digital.

El matiz es significativo a efectos estadísticos. La edición electrónica de El Mundo ya superó durante más de una década a la de El País, pero entonces la principal fuente de ingresos, relevancia e influencia eran las hoy agonizantes ediciones impresas. Y en ese ámbito nunca pasamos del subcampeonato.

***

Cuando EL ESPAÑOL nació, hace poco más de ocho años, el medidor recomendado por el mercado publicitario era Comscore que certificaba la audiencia mediante un sistema híbrido que combinaba la medición censal a través de las cookies, insertas en cada noticia, con la muestral, fruto de un panel representativo.

En apenas un lustro, EL ESPAÑOL pasó de sus dos millones de lectores mensuales iniciales a más de veinte. Fuimos el medio que más creció durante la pandemia y el que más lectores conservó tras la vuelta a la normalidad.

Eso nos encaramó, mes tras mes, al podio de Comscore, para revuelo y desconcierto del sector. ¿Cómo era posible que un nativo digital, un recién llegado con muchos menos medios materiales y humanos, sin el respaldo de una edición impresa, se subiera a las barbas de las grandes cabeceras tradicionales, compitiera con ellas de tú a tú y amenazara con desbancarlas?

Algo había que hacer. Entre críticas exageradas hacia el sistema de medición de Comscore y maniobras desestabilizadoras, algunos de los grandes grupos promovieron entonces la convocatoria de un nuevo concurso, a través de las tres asociaciones de agencias, medios y anunciantes más implantadas en el sector (IAB, AEA y AIMC). El inesperado vencedor fue la multinacional GFK Dam que introdujo un nuevo sistema de medición denominado "single source", considerado por la mesa que dirimió el concurso, como más preciso y detallado que el anterior.

"EL ESPAÑOL también se ha convertido en líder, un mes sí y otro también, en el ranking de Comscore, complemento al de GFK Dam"

Pues bien, cuando a finales de 2022, el nuevo medidor concluyó su despliegue, incorporando las principales fuentes de audiencia, EL ESPAÑOL no sólo seguía en el podio, sino que empezó a encaramarse algunos meses a su cima.

Esta tendencia se ha consolidado abrumadoramente en 2023. EL ESPAÑOL ha sido el líder absoluto de la prensa durante nueve de los doce meses del año, tanto en número total de lectores (sobrepasando los 18 millones), como en promedio diario (más de 2,5 millones de lectores fieles). En los otros tres meses, fuimos los segundos, con dos peculiaridades: cada vez hubo un líder distinto y esa alteración no ha vuelto a ocurrir desde julio.

Esta rotunda hegemonía ha tenido su correlato en la penetración territorial, pues en el mes de diciembre EL ESPAÑOL ha sido el diario más leído en 15 de las 17 Comunidades Autónomas.

A mayor abundamiento, EL ESPAÑOL también se ha convertido en líder, un mes sí y otro también, en el ranking de Comscore que, al mantener su sistema de medición híbrida, aporta un valioso elemento de contraste y complemento a los resultados de GFK Dam.

***

"Nos hemos subido al autobús del liderazgo y vamos a hacer todo lo posible porque nadie nos baje de ahí", expliqué este jueves ante el equipo directivo de EL ESPAÑOL, durante el lanzamiento de la campaña en transporte urbano y marquesinas que realza nuestro éxito.

Sí, "hemos dado el zarpazo", como dice nuestro eslogan. El premio ha tardado 43 años en llegar, pero no va a ser efímero.

Desde antes de nacer, prometimos que EL ESPAÑOL sería un periódico "plural", "libre", "veraz", "independiente" e "indomable". Elegimos, además, el león como el símbolo que siempre ha acompañado a los españoles. Desde los mascarones de proa de los galeones que iban a las Indias a las representaciones de la Monarquía o la República.

En el lomo de ese león que nos representa figura la expresión latina "Defensor Civitatis", alusiva a aquellos tribunos de la plebe que en el Bajo Imperio romano tenían la misión de proteger a la ciudadanía de los abusos de los poderosos.

Creo que estamos cumpliendo esa misión, rugiendo día a día, a la vez con fuerza y serenidad, perforando sin apenas esfuerzo el muro imaginario con el que trata de dividirnos Sánchez. El centrismo nunca quiere decir equidistancia y menos en tiempos de Sánchez, pues implica una manera de mirar a la sociedad y una forma de afrontar los conflictos, mediante la búsqueda del consenso que emana de los valores constitucionales.

"EL ESPAÑOL no dejará de poner los palos de la razón en las ruedas de esa carreta que con arrogancia se encamina hacia el precipicio"

El hundimiento del partido que representaba al centro político no ha llevado aparejado el hundimiento del centro sociológico. Y la prueba está en la preferencia de los lectores al otorgar el liderazgo de la audiencia a un diario como EL ESPAÑOL que sólo sirve como ariete permanente contra los extremismos.

Por mucho que este Gobierno, tan legítimo como anómalo y desde el miércoles en cierto modo provisional, se empecine en encasillar a la prensa según el funesto canon de que "quien no está conmigo, está contra mí", EL ESPAÑOL seguirá ejerciendo su derecho a discernir.

Ya he dicho que combatiremos sin tregua ni cuartel la amnistía y todas las concesiones injustas arrancadas con la punta de la pistola de los siete votos de Puigdemont. Otro tanto haremos con los pactos con Bildu, el abuso del decreto ley como técnica legislativa, el "monólogo social" basado en los castigos de Yolanda Díaz o los impuestos especiales que al penalizar demagógicamente a las energéticas y la banca lastran la inversión y el crédito.

Pero nada nos impedirá seguir aplaudiendo a la vez la firme política de ayuda a Ucrania, implementada por los ministros Robles y Albares, la claridad del ministro Planas en defensa de todos los actores de la cadena alimenticia, el acuerdo histórico del ministro Puente para impulsar la ampliación del puerto de Valencia, la buena actitud con que han aterrizado Mónica García en Sanidad, Jordi Hereu en Industria o Ana Redondo en Igualdad, con quien no hemos intercambiado jamás una palabra. Y, por supuesto, que Bolaños cuente con la más sincera de nuestras ovaciones, compartida con Cuca Gamarra y González Pons, si llega el día en que cierren a la vez el acuerdo para renovar el CGPJ y la reforma que despolitice su elección.

De igual manera que España es mucho más que la suma de sus partes, la valoración de un gobierno no es la media de lo que merezcan sus componentes. Ministros sin lustre pueden trabajar al servicio de una gran causa -recordemos aquel "gobierno de subsecretarios" que formó Suárez- y personas competentes desarrollar un proyecto desquiciado. Este es el caso y sólo Sánchez puede enmendar el viaje hacia ninguna parte que claramente quedó en evidencia el miércoles.

A la espera de acontecimientos, haremos nuestro el espíritu de la cita de Virgilio que encabezó en 1810 El Español de Blanco White editado en Londres: "At trahere atque moras tantis licet addere rebus". Lo que en traducción libre significa que "al menos será posible dilatar las cosas y poner obstáculos". O, más concretamente aún, que no dejaremos de poner los palos de la razón en las ruedas de esa carreta que con tambaleante altanería se encamina hacia el precipicio.