Tanto se esfuerza el Gobierno por “normalizar” los indultos a los sediciosos del procés; tanto se empeña en presentarlos como una muestra de “concordia” y “buena voluntad”; tan lejos llega, en este caso a través de Zapatero, al unificar tras esa causa a “todos los españoles de bien”, que en su desesperada busca de antecedentes humanitarios y analogías benefactoras, sólo le queda invocar el perdón presidencial de los pavos de Acción de Gracias en la Casa Blanca.

Ilustración: Javier Muñoz

Imaginen al pavo Oriol, al gallipavo Jordi S, al guajalote Jordi C y a la pava Forcadell cloqueando por el jardín del Ala Oeste. Aunque pueda haber quien piense que esta tradición se remonta a los Padres Fundadores y es un símbolo prenavideño del espíritu de benevolencia, paz y amor que rige en la América profunda de familia, bandera e iglesia, la práctica tiene un origen más reciente y menos idealista.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el presidente Truman estableció los “martes sin carne” y los “jueves sin aves” para preservar el grano de los piensos para campañas de ayuda internacional, el lobby de los criadores de pavos presionó a la Casa Blanca para que no privara a los norteamericanos de su manjar favorito el Día de Acción de Gracias, siempre el cuarto jueves de noviembre. Su forma de adquirir notoriedad fue regalar los dos mejores ejemplares del año al presidente.

Tan claro era su propósito que, en el 63, a uno de los destinados a Kennedy, un animal de 25 majestuosos kilos, que con su imponente pechera blanca hubiera llenado el mejor sueño de Carpanta, le pusieron una banda con la inscripción: Buen provecho, señor presidente. Fuera por hacer un chiste sobre el tamaño del pavo o porque el regalo le llegó el 19 de noviembre cuando preparaba el viaje que le llevaría tres días después a Dallas, el caso es que JFK reaccionó con un jovial “dejaremos que este siga creciendo”.

Sus sucesores reprodujeron de manera informal la costumbre de permitir que el pavo saliera incólume de la mansión presidencial e incluso Reagan utilizó el perdón al bautizado como “Charlie” para sugerir lo que haría con Oliver North -el oficial implicado en la venta de armas a Irán para financiar a la contra nicaragüense-, si llegaba a ser condenado. Y fue con la llegada de Bush padre a la Casa Blanca cuando se institucionalizó la ceremonia del “perdón presidencial del pavo”, con decreto, discursos y sesión fotográfica incorporada.

La iniciativa obedecía sin duda a la creciente sensibilidad animalista, pues su objetivo no era otro que proteger al indefenso pavo del cuchillo de trinchar ajeno. “Este tío no terminará en la mesa de nadie”, aseguró enfáticamente George H. Bush, “porque en este momento se le otorga un perdón presidencial”. Desde entonces cada año se les envía a lugares como zoológicos, universidades o Disney World, para que, como dijo el otro Bush en 2007, “vivan el resto de sus vidas engullendo felizmente”.

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En la para muchos aún bárbara España, la institución equivalente sería la del indulto del toro bravo en la plaza, establecida en los siguientes términos por el artículo 83 del vigente Reglamento Taurino:

“En las plazas de toros de primera y segunda categoría, cuando una res por su trapío y excelente comportamiento en todas las fases de la lidia, sin excepción, sea merecedora del indulto, al objeto de su utilización como semental y de preservar en su máxima pureza la raza y casta de las reses, el presidente podrá concederlo cuando concurran las siguientes circunstancias: que sea solicitado mayoritariamente por el público, que lo solicite expresamente el diestro a quien haya correspondido la res y, por último, que muestre su conformidad el ganadero o mayoral”.

La iniciativa obedecía sin duda a la creciente sensibilidad animalista, pues su objetivo no era otro que proteger al indefenso pavo

Las diferencias son patentes. Al pavo se le indulta por su mansedumbre, al toro por su bravura. Al pavo se le indulta para evitarle el sufrimiento, al toro como recompensa por seguir buscándolo tras haber sido mareado con el capote, perforado con la pica y desgarrado por las banderillas. Al pavo se le indulta para que “engulla felizmente” sirviendo de mascota u objeto decorativo, al toro para que perpetúe la disposición al castigo de su especie.

Entre las similitudes de ambos lances está, en cambio, la de que nadie considera que quien indulta sea un “valiente”, como empiezan a decir sus acólitos de Sánchez. Ni los pavos de Acción de Gracias ni los toros desangrados que sobreviven a la lidia representan un riesgo para el público. “Valiente” habrá sido, en todo caso, el torero que ha tenido que afrontar las peligrosas embestidas de esa res que una y otra vez ha podido cornearle. En el caso de los delincuentes del procés, “valientes” han sido los ciudadanos, los políticos y los jueces y fiscales que han plantado cara a sus desmanes, invocando la legalidad vulnerada.

El presidente que desde el palco saca el pañuelo naranja por el que se indulta a un toro, nunca es tildado de “valiente”. Su decisión será justa o injusta, acertada o errada, pero nadie le atribuye un rasgo épico. No existe, claro está, precedente alguno, del presidente de una plaza que haya indultado a un toro, a la vez contra la opinión abrumadora del respetable y el criterio del torero y el ganadero, como partes directamente concernidas.

Sólo un 3% de los indultos de la democracia se han concedido con la simultánea opinión en contra del Ministerio Público y el tribunal sentenciador. Y en ninguno de esos contadísimos casos hay constancia de que los españoles lo aprobaran.

Lo que se dispone a perpetrar Sánchez no es un acto de valentía sino de abierta temeridad. El 80% de los ciudadanos, incluido el 72,5% de los propios votantes del PSOE, rechaza esos indultos y ni uno sólo de los seis jueces del Supremo -progresistas unos, conservadores o mediopensionistas otros- que han examinado el expediente los respalda. Y ya se sabe que lo que la Fiscalía cree es que el castigo se quedó muy corto, para la gravedad de lo ocurrido.

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Es verdad que gobernar es asumir la toma de decisiones impopulares cuando se está convencido de que corresponden al interés general. Casi todos los presidentes de la democracia se la jugaron, navegando contra el viento, en momentos críticos de sus mandatos: Suárez legalizando al Partido Comunista, González defendiendo la permanencia en la OTAN que había prometido abandonar, Aznar respaldando la invasión de Irak -Tony Blair le dijo que a él le apoyaba un porcentaje menor del que creía que Elvis Presley seguía vivo- y Zapatero manteniendo la negociación con ETA, incluso después del impactante atentado de la T-4. Digo “casi todos” porque a Calvo Sotelo no le dio tiempo a ser controvertido y Rajoy sólo gobernó para evitarlo.

La gran diferencia respecto a la negociación con ETA que ahora se invoca como antecedente directo es que entonces siempre hubo una premisa: la renuncia a lo que constituía el núcleo duro de su conducta delictiva. Eso representaba para ETA abjurar de la violencia como medio de hacer política y debería significar para los separatistas el abandono de la unilateralidad como forma de conseguir la independencia de Cataluña al margen de la Constitución. Los etarras primero tuvieron que declarar una tregua, luego anunciar el fin de la lucha armada, después entregar las armas y finalmente autodisolverse. Aún así, ninguno ha sido indultado.

Casi todos los presidentes de la democracia se la jugaron, navegando contra el viento, en momentos críticos de sus mandatos

Es verdad que estos líderes indepes no han matado a nadie, pero resulta “inaceptable”, como ha señalado el Tribunal Supremo, que se les exima de dar todos esos pasos intermedios para ser perdonados cuando, no sólo no existe el menor atisbo ni de arrepentimiento ni de propósito de la enmienda, sino que todas sus manifestaciones apuntan a la pretensión de reiterar unas conductas delictivas de las que se ufanan y enorgullecen.

Estos pavos a los que Pedro Sánchez quiere indultar tienen peligrosos espolones que no dejan de afilar. Puede que por razones tácticas correspondan a la gentileza presidencial, concediéndole un respiro mientras recomponen sus fuerzas en ese nuevo campamento base, mucho más cerca de la cima, en el que, desde el punto de vista de la legitimación -ante los catalanes y ante la comunidad internacional- les situará el indulto.

Pero muy pronto comenzarán las nuevas escaramuzas y se reanudarán las hostilidades de cara al asalto definitivo, tal vez con el pretexto del cambio de ciclo político que probablemente se producirá al fin de la legislatura. Si eso es lo que ocurrió en el 34 con la entrada en el Gobierno de ministros de la CEDA, qué es lo que no pasaría en 2023 si los hubiera de Vox, como por desgracia sugiere nuestro sondeo de hoy.

A Sánchez no le queda otro remedio que repetir, palabra por palabra, lo que me respondió Zapatero en 2006 cuando le pregunté si “se sentiría responsable si dentro de diez años Cataluña inicia un proceso de ruptura con el Estado”. Sus colaboradores ya están diciendo lo mismo: “Dentro de diez años España será más fuerte, Cataluña estará más integrada y usted y yo lo viviremos”. Tal vez por eso les asedia la sensación de estar tirándose por un “barranco”. Un optimista crónico como Iván Redondo jamás habría usado ese símil en otras circunstancias y menos en el año en que la Real acaba de ganar la Copa.

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El problema es que ahora mi emplazamiento no sería de diez años sino de dos, porque la estructura paralela de poder ya está organizada por Puigdemont a través del Consell para la República. Eso restaría, por cierto, gran parte de su trascendencia al hecho de que el indulto fuera parcial y no anulara la inhabilitación para cargos públicos. Podría tener incluso el efecto contrario al pretendido, en la medida en que estimularía a los sediciosos semiperdonados a agitar la calle para acelerar los plazos en los que el orden constitucional fuera sustituido para la nueva institucionalidad que les otorgaría rango preeminente.

Estos pavos a los que Pedro Sánchez quiere indultar tienen peligrosos espolones que no dejan de afilar

Estos pavos indultados van a volver, en definitiva, a campar a sus anchas pero lo que “engullirán felizmente” no será grano ni lombrices, sino derechos y libertades de todos los españoles, empezando por los catalanes. ¿Por qué lo hace Sánchez? Según unos, porque debe cumplir un compromiso secreto que Esquerra podría acreditar; según otros, porque estaría comprando así la estabilidad parlamentaria que necesita para terminar la legislatura y beneficiarse de la recuperación y los Fondos Europeos.

Yo no descartaría que, sobre todas las demás cosas, Sánchez estuviera viendo en este asunto una oportunidad de polarizar todavía más a la sociedad entre una izquierda indulgente con las pasiones nacionalistas, comprensiva con la diversidad y facilitadora del diálogo y la negociación y una derecha autoritaria, monolítica e inflexible que ya prepara su nueva Plaza de Colón.

Hoy por hoy, la correlación de fuerzas le es tan adversa que parece estar cavando su propia tumba. Pero no desdeñemos, una vez más, su fría astucia de Narciso imperturbable, capaz de aprovechar cuantas bazas le proporcione el destino. Porque si el PP cae en la trampa de la sobre inflamación, se vuelve a dejar abrazar por Vox y sigue bloqueando la renovación de los órganos constitucionales, cuando llegue la hora de volver a votar a lo mejor nos encontramos no con una tumba, sino con un aparatoso cenotafio vacío junto a la pancarta Houdini for president.