Habían pasado menos de cuarenta y ocho horas entre el final del estreno de Peter Grimes y el inicio del debate de Telemadrid. Quienes tuvimos la suerte de contemplar la cinematográfica producción de Deborah Warner y de escuchar la rotunda interpretación musical de Ivor Bolton, habíamos salido tan sobrecogidos del Teatro Real, tan subyugados por el fatalismo de la ópera de Britten, que era poco menos que inevitable que todo lo miráramos a través de la bruma de esa experiencia turbulenta. No podíamos, sin embargo, imaginar que los hechos fueran a convertirla tan rápidamente en una dramática advertencia de los peligros que nos acechan.

Ilustración: Javier Muñoz

Casi desde el mismo momento en que empezaron a hablar en el debate, percibí a Rocío Monasterio como una clonación de la intrigante y manipuladora señora Sedley, la vieja chismosa e insidiosa, que deambula por la escena agarrada a su bolsito, a modo de inseparable anclaje en sus prejuicios. Y a Pablo Iglesias como el último disfraz del predicador Boles, blandiendo la Biblia de sus recetas morales y sus cuentas trucadas, como un acta de acusación perpetua contra el que se cruce en el radar de su integrismo fanático y falsificador.

El santurrón y la cotilla. Mr. Boles y Mrs. Sedley. Pablo y Rocío. Podemos y Vox. Las dos caras de una misma moneda. La de la pureza peligrosa. La pureté dangereuse, que decía Bernard-Henri Lévy. Juana de Arco y Robespierre. Marine Le Pen y Mélenchon. Iglesias y Monasterio. Hermanados en la fe hasta por los apellidos. El viernes consumarían su concurrente dueto en la SER.

Son las dos amenazas que se ciernen sobre Madrid, y por ende sobre el conjunto de España, como, confundidas en una sola, se cernían sobre la población de Borough que se apelotonaba en la taberna de El Jabalí para protegerse tanto de la inclemencia de la tormenta, como de la tormenta de la inclemencia. Poco a poco, la ponzoña iba calando porque, al decir de Peter Grimes, el héroe acosado por pretender ir por libre, “en este nido de malvados, hasta las paredes murmuran”.

Hemos vivido pocas escenas tan repulsivas como las de estos pescadores siameses, tratando de hacer ganancia del dolor ajeno en el río revuelto de la pandemia. La de Vox, tasando en “30 muertos por capítulo” el balance de su enemigo serieadicto. Como si hubiera sido Iglesias quien recorría los hospitales guadaña en ristre, mientras un maniquí con coleta se quedaba sentado ante la tele. El de Podemos, intentando volcar sobre Ayuso las negras estadísticas de la primera ola, en la que estuvo personalmente involucrado en el Mando Único. Y mintiendo sin pudor, al tratar de colgarse las medallas -precisamente él, odiador profesional del Ejército- de la abnegada labor de la Unidad Militar de Emergencias.

Ni la una ni el otro hicieron el menor caso al civilizado marino retirado Balstrode cuando advierte que “las conversaciones de taberna deben respetar siempre la siguiente ley: haz todas las bromas pero sin llegar a los puñetazos o a los insultos”. Iglesias llamó a Monasterio “filonazi” y ella le atribuyó “haberme interrumpido el otro día a pedradas”, como si personalmente hubiera lanzado los adoquines que Abascal exhibió como trofeos tras su paso por Vallecas.

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Como bien resumió nuestro crítico “Jean Valjean”, con su especial don para captar la esencia de las cosas, Peter Grimes es la ópera en la que “la masa enfurecida se sale con la suya”. Algo que a menudo parece a punto de ocurrir en la España actual, si medimos la temperatura ambiental con el termómetro de las redes sociales, algunas emisoras de radio o ciertos programas de televisión.

Hemos vivido pocas escenas tan repulsivas como las de estos pescadores siameses, tratando de hacer ganancia del dolor ajeno en el río revuelto de la pandemia

¿Qué es lo que se engendra en la taberna de El Jabalí, sino la más atroz “pena de telediario”, al empeñarse la señora del bolsito y el metodista fanático del libro rojo en criminalizar a quien ha sido absuelto por la Justicia?

Cuanto más poder o influencia ejerzan Podemos y Vox, cuanto más alto sea el púlpito de sus políticos, cuanto más potente el altavoz de sus comunicadores, mayor será el riesgo de que todos podamos ser un Peter Grimes, el héroe lapidado por intentar eludir no la norma, sino el capricho de sus intérpretes.

No es difícil de reconocer, en el coro de la turba, palabras que empezamos a acostumbrarnos a escuchar todos los días: “Llegó la hora de desenmascarar a los mentirosos. Sabremos lo que era verdad y lo que no. Si han mentido lo sabremos, y entonces ¡que teman por sus vidas!”. O sea que, ateniéndonos a los anónimos entregados a la policía, como “has dejado morir a nuestros padres y abuelos… tu tiempo se agota”.

Cuántas mañanas, a la hora de afeitarme, oigo cosas similares que me hacen susurrar el contrapunto de una de las pocas voces ecuánimes que se abren paso en la taberna de El Jabalí: “Los mezquinos construyen su autoestima inventando crueldades en los demás”.

Sólo la volatilidad de la civilización 3.0 interpone, por ahora, el amortiguador de la metáfora entre las consignas frenéticas y su pretendida plasmación práctica. Pero cuando el Ministerio del Interior certifica tres amenazas de muerte con sus correspondientes balas sin percutir, la Monasterio del exterior, que tan bien representa el alma de Vox, las amortiza a beneficio de inventario, dando por hecho, como una vulgar antisistema, que son un truco del Gobierno. Y el mismo Iglesias, incapaz de dedicar una sola línea de sus sermones a condenar la violencia en las manifestaciones pro-Hasél o las agresiones de Vallecas, se levanta y se larga, para acentuar la angustia de la ciudad sin ley, en perfecta sincronía con la suelta de sus hordas incendiarias en las redes.

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Noche de antorchas sobre el muelle de Borough. Como dice Marco Antonio, tras el asesinato de César: "Cry ‘Havoc!’ and let slip the dogs of war". “Grita ‘Devastación!’ y desata los perros de la guerra”. Tanto la señora Sedley como el predicador Boles salivan de éxtasis mientras la marabunta, por ellos desatada, lincha en efigie a Peter Grimes.

Sólo queda buscar al sospechoso para ir más allá del simulacro. Que no pueda escapar. “¡Todos deberíamos cerrarle las puertas!”, clama Iglesias/Boles, apropiándose de la expedición de certificados de civismo. “Es un asesino de lo más horrible y así lo declararé a los cuatro vientos”, remacha Monasterio/Sedley, dejando claro que a ella no la callará nadie.

Tanto la señora Sedley como el predicador Boles salivan de éxtasis mientras la marabunta lincha en efigie a Peter Grimes

Las linternas confluyentes de Vox y Podemos nos enfocan a todos en el rostro. “Quien se aparta de los demás, es víctima de su orgullo”, aúlla el coro. “Al que nos desprecia, lo destruiremos”. Hay un veredicto al margen de la justicia, destinado a quien les plante cara o simplemente enarbole el discurso de la tolerancia. Lo difunden sus tuits, sus periódicos y sus radios: culpable… aunque se demuestre lo contrario.

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Como si se tratara de reavivar el debate sobre si el arte imita a la vida o en realidad la gallina procede del huevo, el pretexto que desborda las pasiones en Peter Grimes también son los 'Mena'. El espectro de los niños de la calle. “Fantasmas que con sus cuerpos sigilosos enturbian mis sueños nocturnos”, dice la señora Sedley, aferrada a su bolsito. “Los niños pobres son tratados como esclavos y sus cuerpos se pagan en metálico”, denuncia el hipócrita predicador Boles, aferrado a su vademécum doctrinario.

Los 'Mena': víctimas o victimarios. El miedo a los menores abandonados. La precariedad de los centros de acogida. “Todos los aprendices que me venden llevan marcados en sus caras la leyenda de la vergüenza”, lamenta el héroe que contrata a unos niños abocados a la tragedia.

Nada hemos visto tan infame en materia de propaganda política como el cartel de Vox, equiparando lo inequiparable para convertir a dos centenares y medio de Menas en el “niño del coco” de siete millones de madrileños. Mejor dicho, sí hemos visto algo aún más infame: las explicaciones y justificaciones de Rocío Monasterio, tildando a Cáritas de “chiringuito”, convirtiendo su ejemplar labor humanitaria en un empeño por “beneficiarse de los 4.700 € por plaza” e incluso rebatiendo su concepción del “cristianismo”.

Cuando la escuché en la radio denostar así a quienes hacen de la solidaridad una razón de ser, me acordé de la respuesta de Ellen, la maestra que en la ópera encarna la compasión y la dignidad humanas: “Digan lo que digan no me importa… ¡Aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra! ¡Dejad que los fariseos y saduceos se crean los mejores! Pero quien sienta su orgullo tan humillado que no halle una esquina en la que se pueda esconder, comprenderá por qué una humilde maestra encuentra solaz ayudando a los demás”.

La distopía de una vida política polarizada hasta la náusea, descrita por Begoña Villacís en EL ESPAÑOL, parece menos remota

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Hay que reconocer que tras la escalada con la que Vox y Podemos han dinamitado la campaña electoral en Madrid, privando por primera vez a los electores de un ámbito civilizado de contraste de propuestas, la distopía de una vida política polarizada hasta la náusea, descrita por Begoña Villacís en EL ESPAÑOL, parece menos remota.

Por mucho que se esfuercen Ayuso y Gabilondo por actuar de manera razonable, el riesgo de que la una dependa de Vox y el otro de Podemos se cierne sobre todos los madrileños. Ninguna encuesta da a Ayuso mayoría absoluta y Gabilondo ha cambiado el “con este Pablo Iglesias, no” por el “Pablo, tenemos doce días para ganar”.

Ni en Madrid, ni menos aún en el conjunto de España, estamos hablando de la vuelta al bipartidismo, con sus ventajas e inconvenientes. Por la derecha no habría investidura posible sin pasar por el aro de Vox, lo que, por cierto, imposibilitaría que Casado llegara nunca a la Moncloa. Y por la izquierda no habría gobierno sin Iglesias, lo que consolidaría el papel nacional de Podemos como clave de bóveda de un pacto estructural de Sánchez con los separatistas.

“¿Qué puerto puede ofrecerme reposo? Lejos de las corrientes, lejos de las tormentas, ¿qué puerto puede protegernos de los terrores y tragedias?”, se pregunta Peter Grimes, con la ansiedad de la preeclampsia que augura un fatal alumbramiento, mientras la tempestad ruge fuera y dentro de la taberna de El Jabalí.

La respuesta es que la moderación, la tolerancia, el diálogo, el consenso, el equilibrio, la transacción, la liberalidad, el liberalismo, la transigencia, el pactismo, el centro, el centrismo son ese puerto. A falta de su abrigo, sólo cabría esperar un tipo u otro de naufragio. Pero, como concluía Villacís: “Todavía no ha pasado. Tú puedes evitarlo”.