El domingo 25 de septiembre de 1977, exactamente un mes antes de la rúbrica de los Pactos de la Moncloa, un joven redactor político de igual nombre que este curtido director, firmaba una entrevista, presentada bajo el rótulo de "Exclusiva" en la portada de ABC, con el hombre del momento. Era un "cráneo privilegiado" como Max Estrella o un "cabeza de huevo" como Adlai Stevenson.

Ilustración: Javier Muñoz

Posaba con una mirada reflexiva y melancólica, muy a lo Jovellanos, en su despacho oficial. A su derecha tenía la bandera nacional, con el águila de San Juan de los Austrias y el yugo y las flechas de los Reyes Católicos. En su mano izquierda exhibía un puro a medio consumir, sin imaginar que un día podría ser tan anatematizado por un flanco como por el otro. Era Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Hacienda, líder del ala socialdemócrata de UCD, intelectual profundo, político de centro donde los haya y verdadero motor del monumental compromiso histórico que estaba en marcha.

Hace tiempo que nada me ha impresionado tanto como releer sus argumentos de entonces y comprobar su inaudita vigencia, 43 años después. Las premisas de las que partía deberían esculpirse hoy en letras de mármol: "Los españoles tenemos que tomar seriamente conciencia de la gravedad de la situación y afrontar colectivamente sus consecuencias. Los próximos meses van a ser especialmente difíciles porque una economía no cambia su signo con la misma facilidad con que un automóvil modifica su dirección".

El virus de aquel momento era la hiperinflación, originada por la escalada de los precios del petróleo acordada por la OPEC. Y la epidemia se había extendido, igual que ahora, por una mezcla de falta de previsión y motivaciones políticas. Teníamos, igual que ahora, un gobierno cogido con alfileres, fruto de una situación inédita, tras unas muy recientes elecciones.

Las tensiones en un ejecutivo de muy diversas sensibilidades eran tan grandes como recurrentes los rumores, igual que ahora, de que el vicepresidente económico, Fuentes Quintana, como hoy Nadia Calviño, estaba a punto de tirar la toalla. Quedaba, igual que ahora, toda una legislatura por delante, sin alternativa parlamentaria al gobierno de centro derecha, pero nadie veía cómo alcanzar la anhelada estabilidad por medios ordinarios.

La tardanza en reaccionar al virus inflacionista había provocado, igual que ahora, un agravamiento exponencial de la infección. El impacto en empresas, autónomos y trabajadores se había traducido, igual que ahora, en una escalada desenfrenada del paro.

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Portada del 'ABC' con la entrevista en exclusiva a Francisco Fernández Ordóñez en 1977.

Portada del 'ABC' con la entrevista en exclusiva a Francisco Fernández Ordóñez en 1977.

Yo era partidario, igual que ahora, de afrontar la situación límite, que amenazaba la propia viabilidad del recién implantado modelo democrático y del proceso constituyente en marcha, mediante un gobierno de concentración, pactado por la UCD y el PSOE, con presencia de las demás fuerzas parlamentarias. Muchas voces diferentes compartían, igual que ahora, ese planteamiento. Fíjense en lo que fue contestando Paco Ordóñez, al hilo de mis preguntas.

-¿Cual es su postura ante ese Gobierno de concentración tan reiteradamente propuesto?

-La fórmula de un gobierno de coalición o de un Gobierno de concentración ha sido, efectivamente, postulada por y desde posiciones políticas bastante diversas. Se puede estar o no de acuerdo con ella... Lo que es urgente, lo que es indispensable, más que un Gobierno de concentración, es la conciencia de que una solución política requiere de una estricta corresponsabilidad de todas las fuerzas presentes en el espectro del país...

-¿Por qué motivo?

-El sentimiento de corresponsabilidad es urgente y debe instalarse en todas las conciencias y en todos los partidos. Esto es muy importante desde la perspectiva de los problemas económicos que sólo son solubles dentro de un cuadro político que permita hacer eficaces las respuestas técnicas.

-¿Pero eso cómo se articula?

-Ni ningún Gobierno puede renunciar a su responsabilidad, ni ningún grupo puede eludir su parte en una hora que no dudo en calificar de histórica. La situación es suficientemente grave como para que intentemos conseguir los principales efectos del Gobierno de concentración, sin asumir sus evidentes costes políticos.

Fue entonces cuando me explicó en estricto "off the record" lo que estaba gestándose bajo el impulso político de Suárez y con la cobertura profesoral de Fuentes Quintana. Paco Ordóñez me convenció de que formar un gobierno que incluyera a los antiguos falangistas como el propio presidente, junto a un PSOE que seguía declarándose marxista, acompañados de los franquistas recalcitrantes de AP y los comunistas liderados por personas como Carrillo y Pasionaria, directamente vinculados a la Guerra Civil, desembocaría en un desconcertante e inmanejable totum revolutum. Y de que su fórmula, pronto conocida como los Pactos de la Moncloa, podía generar, en efecto, "los principales efectos" beneficiosos del gabinete de concentración, "sin asumir" esos "evidentes costes políticos".

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Siendo abismalmente menores las distancias ideológicas que hoy separan al PP de Casado del PSOE de Sánchez, debo reconocer que también han ido calando en mi caletre los motivos por los que el líder de la oposición ha dado la espalda a la gran coalición que, con tanto entusiasmo como escaso éxito, defendimos algunos desde la última noche electoral.

Por mucho que se pacte un programa, todos los miembros de un gobierno son corresponsables de una gestión diaria, cuya impronta la marca el presidente y es lógico que Casado no se vea en el papel de Iglesias, aunque tuviera más ministerios a su cargo. España se quedaría sin alternativa política y cada comisión de subsecretarios, cada índice de los Consejos de Ministros sería, un campo de minas para él. En último caso, y este es un argumento de peso, Sánchez siempre le podría cesar como vicepresidente, en el momento político que le conviniera.

Ni ningún Gobierno puede renunciar a su responsabilidad, ni ningún grupo puede eludir su parte en una hora que no dudo en calificar de histórica

De acuerdo, a efectos dialécticos, puedo darme por convencido para descartar hoy por hoy esa fórmula, pese a la situación de emergencia generada por la pandemia. No hay química para sentar en un Consejo de Ministros a Cayetana y Teodoro con Carmen Calvo y María Jesús Montero. Para colmo, Vox ha embarrado el campo con una propuesta de 'Gobierno de Salvación', basada en que la elocuencia de Abascal hará el milagro de convencer a Sánchez de que se vaya a su casa o mejor aún de que se entregue a la policía para ser convenientemente esposado y conducido a la cárcel junto a Torra, Puigdemont y ya veremos quién más.

Lo que de ninguna manera entiendo, en cambio, son las reticencias, hoy por hoy la práctica negativa, del PP a explorar como mínimo el camino de esos nuevos Pactos de la Moncloa que respaldan el 70% de los españoles y que, no implicando ninguno de esos "evidentes costes políticos" -en todo caso se minimizan- pueden aportar, igual que hace 43 años, "los principales efectos" terapéuticos de la concertación política.

Empezando por el final, espero que nadie tenga la piel tan delicada, como para aferrarse a las acusaciones de Adriana Lastra en el debate del jueves -burdo toma y daca parlamentario, tan previsible como anecdótico, tan inconsistente como amortizable-, a la hora de fijar posición en un asunto de Estado de esta envergadura.

Mucho más importante es la desconfianza estructural y profunda que los bandazos y falta de escrúpulos políticos de Sánchez han generado en Casado y su equipo. "Yo no quiero jugar con este crupier, porque seguro que hace trampas", ha llegado a comentar el líder del PP en su entorno directo.

Razón no le falta, tanto si nos ceñimos al fondo de una política errática, como a las formas desdeñosas de quien sólo llama in articulo mortis. Pero, vaya por Dios, resulta que esa misma era la metáfora que empleaba el PSOE del 77, cuando Alfonso Guerra llamaba a Adolfo Suárez "tahúr del Mississipi de chaleco floreado" para instar a González a no fiarse de él.

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Que la gestión de la crisis del coronavirus ha estado plagada de errores graves que han costado vidas y que eso ha acrecentado aún más el descrédito con el que Sánchez salió de la investidura, pactada con aquel que le "quitaba el sueño", es una clamorosa realidad. También es lógico que el PP rechace "mutualizar" el coste político de esas equivocaciones.

Pero sería desastroso para España que Casado y sus jóvenes colaboradores terminaran haciendo un 'Albert Rivera II' porque se creyeran la caricatura entre simplista y soez de Sánchez que cada mañana difunden los medios reaccionarios, de forma simétrica a cómo ellos son vilipendiados por los órganos de la izquierda.

Sánchez no ha montado una banda terrorista desde el poder, ni ha propiciado una red de escuchas ilegales, ni ha permitido experimentos con narcóticos empleando a mendigos como cobayas humanas, ni ha tratado de ocultar enterramientos en cal viva, ni ha tolerado el saqueo de las arcas públicas por parte de sus colaboradores, ni ha adjudicado la electrificación del búnker de la Moncloa a la empresa de un cuñado, ni ha mirado para otro lado ante la corrupción de sus allegados.

Espero que nadie tenga la piel tan delicada, como para aferrarse a las acusaciones de Adriana Lastra en el debate del jueves -tan previsible como anecdótico-

Tampoco ha mantenido una caja B en su partido, nutrida de dinero negro de contratistas del Estado, para pagar sobresueldos a sus dirigentes, ni ha adulterado los resultados electorales con la financiación ilegal de sus campañas, ni ha encargado al Ministerio del Interior un operativo policial para neutralizar, por medios ilícitos, las pruebas en poder de uno de sus estrechos colaboradores, ya convicto delincuente.

Que Sánchez es un oportunista, capaz de mentir y traicionar, dispuesto a lo que sea con tal de seguir en el poder... Claro. No hay un sólo presidente del que no se haya dicho algo parecido, con algún fundamento, mientras estaba en el cargo, aunque luego la perspectiva histórica haya ido poniendo a cada uno en un sitio muy distinto.

Que el balance de la gestión de Sánchez sea hasta ahora tan negativo, no lo convierte en un monstruo singular ni le descalifica hasta el extremo de contaminar cualquier iniciativa beneficiosa para España, como esta propuesta de nuevos Pactos de la Moncloa.

Es verdad que la presencia de Pablo Iglesias a su lado, impulsando siempre una agenda radical tras la que rezuma la apelación al resentimiento social, alimenta el rechazo a cualquier cosa que promueva Sánchez. Pero de nuevo veo que la ingenuidad de una cierta bisoñez sigue alimentando el sentimiento trágico de la vida que anida últimamente en la sede de Génova.

Desde que Cayetana comenzó a utilizar el argumento de que "Pablo Iglesias no es Carrillo", me he quedado con las ganas de preguntarle si se refiere a que, por mucho que haya quien le vea apuntar maneras, nadie pueda atribuirle una larga carrera de actos criminales en sus relaciones con sus adversarios políticos y no digamos compañeros de partido.

Porque si a lo que alude es a su operación de camuflaje, pragmatismo y sentido de la transacción, los dados apenas sí han empezado a rodar en este caso y, de momento, hemos entrado en una fase en la que no hay día que Iglesias no se parapete -todo lo tramposamente que se quiera- en esa Constitución del 78 que, antes de llegar al Gobierno, pretendía dinamitar. Y espero que, a estas alturas, nadie me atribuya veleidades podemitas por subrayar que, en el debate del jueves, fue Echenique quien más explícitamente mostró su disposición a renunciar al propio programa, en aras de favorecer la transacción y el pacto.

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Todas estas cuestiones personales no son en el fondo sino cortinas de humo para camuflar la indecisión del PP, fruto ante todo de su fundado análisis estratégico. El telón de fondo al que nadie puede sustraerse es la reticencia de la Unión Europea a proporcionarnos la ayuda imprescindible para mantener a flote la economía, con la incondicionalidad que pretende el Gobierno de Sánchez e Iglesias. Comprensible reticencia, añadiría yo, tirando alguna justificada piedra contra el propio tejado.

La oposición a los coronabonos no es tanto conceptual, como fruto de la trayectoria de cada uno. Desde la perspectiva del rigor presupuestario que se aplica en Ámsterdam o Berlín resulta inaudito que el déficit de España haya crecido el año pasado, a pesar de un incremento del PIB claramente superior a la media de la UE. La percepción de que las manirrotas cigarras españolas e italianas vuelven a querer resolver sus problemas, a costa de las hacendosas hormigas alemanas y holandesas, está tan arraigada que ni siquiera ha quedado aparcada por la brutalidad de la pandemia.

Fue Echenique quien más explícitamente mostró su disposición a renunciar al propio programa, en aras de favorecer la transacción y el pacto

Estamos abocados a un escenario en el que sólo el incremento inmediato del gasto público podrá permitir la recuperación económica, financiando a las empresas, aliviando sus cargas fiscales, sufragando los ERTE, incrementando la dotación para el desempleo e impidiendo que nadie quede sin ingresos para subsistir. Eso disparará el déficit y colocará el ratio de deuda sobre PIB claramente por encima del 100%. Más que justificado es inevitable.

Pero si hay un Gobierno que carece de credibilidad para garantizar que cualquier mecanismo de ayuda será utilizado exclusivamente para amortiguar el golpe y reiniciar el virtuoso funcionamiento de la economía, es un ejecutivo como el nuestro que sólo habla de contrarreformas como la laboral o la de las pensiones, pretende incrementar el gasto clientelar, descarta recortes en la hipertrofiada administración y parece incapaz de sacar adelante un Presupuesto.

Por muy distintos que sean los orígenes de la crisis y muy diferentes algunos de sus ingredientes -el sistema financiero es mucho más robusto desde que la eliminación de las cajas quitó a los políticos de en medio-, en la cúpula del PP se percibe que, al cabo de unos meses de barra libre, todos los mecanismos de ayuda de la UE desembocarán en algún tipo de condicionalidad que implique un horizonte de reformas estructurales de la economía española.

Eso nos colocará de nuevo ante la encrucijada en la que se vieron Zapatero y Rajoy: o recortes voluntarios -funcionarios y pensionistas tendrían otra vez todas las papeletas- o recortes impuestos por algún tipo de rescate. Es lógico que el PP no quiera compartir ni un escenario en el que Sánchez pasara dócilmente por el aro de esos requerimientos, ni menos aún una hipotética huida hacia delante antieuropea con Iglesias erigido en Varufakis.

Pero la clave estriba en que el sentido de los nuevos Pactos de la Moncloa sería evitar que cualquiera de esas dos cosas sucediera. Es más, estoy convencido de que sólo esos nuevos Pactos de la Moncloa podrían impedirlo. Y, como acaba de escribir Cristian Campos, "especular con la economía de 47 millones de españoles no es una opción en 2020 para Casado".

Porque el dilema es asumir la inevitabilidad de la catástrofe -no sin cierto regodeo morboso en la profecía autocumplida, a lo crepúsculo de los dioses- y esperar a que España se derrumbe, con la seguridad de que Sánchez quedará sepultado bajo sus cascotes, o intentar mantener a España en pie, aunque eso otorgue a Sánchez un espacio vital provisional, a la espera de que llegue la hora de pasarle todas las facturas.

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El idealismo de un partido como el PP, que siempre ha proclamado su disposición a servir al interés general, debería bastar para que abrazara el "Por mí no quedará" de Maura -impregnado de escepticismo, como bien saben los amantes de la Historia Contemporánea-, aceptara la invitación de Sánchez e intentara lealmente participar en su guión.

Eso nos colocará de nuevo ante la encrucijada en la que se vieron Zapatero y Rajoy: o recortes voluntarios o recortes impuestos por algún tipo de rescate

Pero incluso descontando ese factor, la alternativa del cuanto peor mejor y al "felón" de "Falconetti" ni agua, que tantos minutos de gloria estéril proporciona a algunos predicadores sagrados, sólo tendría sentido si hubiera alguna manera de acortar drásticamente la legislatura. En esto discrepo del "conventional wisdom": mientras dependa de Sánchez, Iglesias, Esquerra Republicana y Bildu la posibilidad de llegar hasta 2023, llegaremos hasta 2023, arrastrándonos exánimes.

En estas circunstancias, la denegación de auxilio a la Nación, por el hecho de que quien haga el llamamiento sea Sánchez, peor que una inmoralidad política sería una equivocación estratégica. Dejaría al PP fuera de juego demasiado tiempo, mientras Vox capitalizaría el desastre con la oposición de brocha gorda que jalean sus lamentables palmeros.

Es verdad, como dijo Ana Oramas, en su breve pero acertadísima intervención del jueves, que Sánchez "solo acude a la fuente de la democracia -al Parlamento- cuando tiene sed". El diagnóstico puede aplicarse por extensión a su súbita ansia de alcanzar acuerdos. Pues bien, ojalá que su estado de necesidad en materia pactista se asemeje pronto a la de esos enfermos de hidropesía que cuanto más beben, mayor es su ansia de seguir haciéndolo.

Esa será la gran oportunidad de Pablo Casado para poner su impronta a unos nuevos Pactos de la Moncloa, como González hizo en el 77. A medida que pasen las semanas, Sánchez le necesitará crecientemente para reorientar su política hacia la corrección política europea y para dejar en vía muerta el hoy ya disparate al cuadrado de la negociación bilateral con el separatismo catalán.

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De igual manera que un periodista puede elegir sus fuentes, pero nunca dejar de estar en la pecera de la información, un líder político puede elegir cuándo y cómo pacta, pero nunca dejar de estar en disposición de hacerlo. Y como acaba de declarar a EL ESPAÑOL Inés Arrimadas, es ahora o nunca: "¿Cuándo conseguiremos si no unos pactos de reconstrucción?".

Lo deseable al ponerte delante de una ruleta es poder fiarte del crupier, pero muchísimo más importante es saber cuáles van a ser tus apuestas. España entera va a estar mirando y se dará cuenta de quién propone medidas que ayuden a mantener y recuperar el empleo, que den oxígeno a las empresas, que protejan las libertades individuales, que fortalezcan la unidad constitucional y que incrementen nuestra fuerza y credibilidad ante la UE.

Reitero que Pablo Casado es el político con mejor preparación que ha llegado a líder de la oposición, pero aún no es percibido por una mayoría social como un dirigente con el suficiente cuajo como para encomendarle mañana el poder. En situaciones ordinarias la duda es un método muy recomendable para evitar errores que te eliminen de la carrera, pero hay momentos excepcionales, que definen toda una biografía, en los que el mayor error es seguir dudando.

Y añadiré, por si puede ayudarle a dar el paso decisivo, que en los 43 años transcurridos desde esa entrevista exclusiva en la portada de ABC, ninguno de los líderes de la oposición que llegaron a la Moncloa para alcanzar pactos o acuerdos con el que era su inquilino y lograron hacerlo, dejó de volver para sustituirle en el cargo.