No es de extrañar que Sánchez haya querido perpetrar esta alevosa investidura, de la manera más furtiva posible, en un sábado y domingo que nunca han pertenecido a la política. Porque cuando se han retirado las aguas y ha aparecido la negociación que durante semanas permanecía sumergida, lo que tan sólo parecía la roca de su fatua obcecación ha resultado ser la punta de un inmenso batolito de claudicaciones y traiciones, en el que inexorablemente encallará y quedará varada nuestra democracia, si las demás instituciones no lo impiden.

Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz

Cuando Sánchez habla de “recomenzar” y “dejar atrás la judicialización del conflicto” que, según él, afecta bilateralmente a las “relaciones entre Cataluña y España”, está leyendo el guion pactado previamente por Pablo Iglesias, verdadero hombre fuerte de la situación, con los separatistas. Ese guion, parte de la amnesia sobre los delitos cometidos por los golpistas de octubre del 17 -único origen de la “judicialización”- y desembocará en el borrón y cuenta nueva de las excarcelaciones, la autodeterminación y la destrucción del régimen del 78, si no lo impiden el Supremo, el Constitucional y, por supuesto, la Junta Electoral.

Como acaba de quedar demostrado, todavía hay jueces en Madrid. Por eso los órganos indepes hablan ya del “deep State”, como trama de altos funcionarios que desde las profundidades del Estado boicotean las concesiones que Sánchez ha hecho al dictado de Iglesias. A unos y a otros les sobran los jueces y el Rey. Nuestros últimos baluartes.

En todo caso, esta apropiación indebida de la Noche de Reyes por el más oportunista y arrogante de cuantos gobernantes hemos tenido, no puede quedar impune. Este crimen simbólico no debe quedar sin castigo literario y será nada menos que William Shakespeare quien me ayude a acudir al rescate de una emblemática fiesta que, antes que a encender las ilusiones de los niños, estuvo dedicada, en tiempos medievales, a mofarse de las fantasías de los locos.

A unos y a otros les sobran los jueces y el Rey. Nuestros últimos baluartes

Si hay alguna idea que resume lo que nos espera en 2020 la volvió a expresar Marta Vilalta el pasado lunes. La portavoz de Esquerra ya había fijado los términos de su relación con Sánchez, definiéndole como el "enemigo" con el que se "negocia". Ahora justificaba su decisiva ayuda para investirle presidente, alegando que "vale la pena que el independentismo aproveche esta oportunidad".

Los griegos no explicaron mejor la jugada del caballo de Troya. Para Esquerra, se trata de "aprovechar" la grieta que ha abierto el PSOE en el recinto de la España constitucional y situar en su interior un artefacto -el gobierno de coalición con Podemos- que sirva de vehículo a sus planes de destrucción de la ciudad.

Porque una "oportunidad" para el "independentismo" sólo puede suponer una oportunidad para la independencia. Eso es lo que ha quedado plasmado en el comunicado del jueves que anuncia una negociación bilateral y sin límites, sometida a la “validación” de los catalanes -y sólo de los catalanes- por los “mecanismos” legales que “puedan preverse”.

Para Esquerra, se trata de "aprovechar" la grieta que ha abierto el PSOE en el recinto de la España constitucional

Como explica un jurista clave en el actual entramado institucional, una fortaleza se puede intentar tomar mediante un asalto frontal, volando sus murallas o mediante el desbordamiento, fruto de una inundación paulatina. Lo primero habría sido la rebelión, o sea un golpe de Estado clásico. Lo segundo ha sido, y continua siendo, la sedición, un golpe de Estado postmoderno, al que ahora da alas el mismo presidente del Gobierno obligado a cercenarlo.

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Esta técnica tiene mucho que ver con la tortura de la gota malaya. Cada día cae un mililitro de agua sobre la frente del Estado. En sí misma, esa gota no haría ningún daño, pero acumulada a todas las precedentes y a las que presumiblemente seguirán, no sólo va generando la inundación sino que erosiona y taladra toda voluntad de resistencia.

Poco a poco, las instituciones y la propia sociedad van bajando los brazos, asumiendo incluso el lenguaje, el campo de juego, la lógica discursiva de su torturador. Llega un momento en que el atacado termina viéndose en el espejo, tal y como lo describe el atacante y comportándose en consecuencia.

Ya no es más que un zombie diseñado por el agresor. Así se ha comportado en su discurso de este sábado Sánchez. Y lo peor de todo es que aún cree estar actuando según su propio albedrío. Aún cree estar controlando la situación. ¿Y si se equivoca y ya no tiene marcha atrás? Más que trágico, su sino comienza a ser patético.

Llega un momento en que el atacado termina viéndose en el espejo, tal y como lo describe el atacante

Pocos engendros ejemplifican ese estadio cataléptico como el informe, cocinado para él, que ensuciará siempre el prestigio de la Abogacía del Estado. Baste imaginar el ridículo mundial que haríamos si el Tribunal Supremo siguiera su consejo y permitiera a Junqueras acudir cuando quisiera a Estrasburgo, pero rodeado de "medidas" que garantizaran, cada vez, su regreso a prisión.

O sea que, además de vigilarle durante el trayecto, una unidad de la Guardia Civil tendría que cubrir todas las salidas de la Eurocámara y controlar todos sus movimientos, reuniones políticas y actividades sociales incluidas, en la ciudad de Estrasburgo. Qué más quisiera Esquerra que mofarse así de la democracia española, de forma aun más ostensible de como viene haciéndolo Puigdemont.

Lo peor de todo es el aire de dignidad herida con que Sánchez y los suyos pretenden mantener la farsa de que la Abogacía se ha limitado a aplicar "criterios técnico-jurídicos". O sea que si ha modificado radicalmente la postura que mantuvo en Luxemburgo, descartando toda "incidencia" de la inmunidad de Junqueras, una vez que ya había sido condenado, no es porque lo haya exigido Esquerra, sino como fruto de una reflexión intelectual.

¡Cómo nos desprecian estos mandarines pagados de sí mismos al pretender embaularnos tamañas ruedas de molino! Afortunadamente la Junta Electoral les ha puesto en evidencia, convirtiendo la esponja en estropajo.

Claro que tal ley del embudo, permite al mismo Sánchez que, hace apenas dos meses, "no podría dormir" con ministros de Podemos y prometía volver a penalizar la convocatoria ilegal de un referéndum, y hasta traer cargado de cadenas a Puigdemont, jactarse ahora de estar formando un Gobierno "progresista", con Pablo Iglesias como vicetodo e Irene Montero como vicetodo del vicetodo; y de que, junto a ellos, será capaz de resolver el “conflicto político” entre España y “Catalunya”, mediante esa “consulta” sólo entre catalanes.

¡Cómo nos desprecian estos mandarines pagados de sí mismos al pretender embaularnos tamañas ruedas de molino!

Como decía antes, Sánchez ha comprado la mercancía. Nada echará más gasolina al fuego del derecho a la autodeterminación que reconocérselo a medias y por arte de birlibirloque. Lo que en noviembre le parecía delito, pretende vendérnoslo en enero como virtud. ¿De verdad el cóctel explosivo que forman su ambición y su falta de escrúpulos pueden llevar a Sánchez a creerse, ni siquiera remotamente, lo que acaba de decir?

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Esa es la pregunta que, desde hace varios siglos, espectadores y críticos vienen formulándose al escuchar en escena a Malvolio, el inquietante pavo real de "Noche de Reyes", considerada por el recién fallecido Harold Bloom como "la más grande de todas las comedias puras de Shakespeare". Fue escrita con el título de Twelfth Night para ser representada el día de la Epifanía, en la noche número 12 después de la Navidad, como agasajo a un huésped italiano de Isabel I.

Haciendo honor a su etimologia griega, la Epifanía era el día de la “manifestación” de cosas que permanecían ocultas. Una especie de anticipación del Carnaval, como remedo de las saturnales romanas, fijadas en la misma fecha. Por eso, todo es simulación, enredo y juego de espejos en “Noche de Reyes”. Empezando por los equívocos alrededor de los gemelos Viola y Sebastián, en una comedia que anticipa muchos de los trucos del vodevil.

En medio del disloque, Shakespeare sitúa la figura del mayordomo Malvolio, el presunto hombre íntegro y consecuente, aferrado al "no es no" a los fastos de la corte. Y como suele hacer con sus más complejas criaturas, le da la oportunidad de “manifestar” lo que oculta esa apariencia estricta. He aquí también el sentido -por supuesto, desconocido para él- que cobra ahora la Epifanía de Pedro Sánchez. Como le dijo en una célebre ocasión González a Almunia, “Joaquín, date a conocer, muéstrate como eres”.

La llave del grifo se abre cuando tres bribones hacen creer a Malvolio, mediante una carta falsificada, que la bella condesa Olivia está enamorada de él. Y que espera, como señal de complicidad o "guiño" -tal y como requería Esquerra de la Abogacía-, que Malvolio haga algunas cosas que sorprendan a todos. La más notoria es que, en contraste con su lúgubre atuendo habitual, se ponga unas "calzas amarillas". Sí, sí, amarillas.

Lo verdaderamente singular es la facilidad con que el mayordomo se cree tocado por el destino para convertirse en "conde Malvolio". Cuando se describe a sí mismo “en el solio de mi grandeza, con mi bata de terciopelo rabeado, llamando a mi alrededor a mis criados”, no es difícil imaginarse a Sánchez con las gafas negras, apoltronado en el Falcon, camino de alguna cumbre del G-80.

Ni la Constitución como límite, ni el sentido del ridículo como barrera

La más pícara de los tres pícaros, la camarera María, que hoy sería podemita y con la que Bloom dice que “harían una buena pareja de suma negativa”, define a Malvolio como "un asno rebuscado que se jacta de saberlo todo sobre el Estado, sin haber leído ningún libro, y nos lo espeta a grandes brazadas, como un segador que corta el heno de los prados; y va tan infatuado de sí mismo y se cree tan repleto de excelencias, que está firmemente convencido de que todo el que lo mire, lo amará". O sea, alguien capaz de poner, el día menos pensado, una foto gigante suya, cubriendo la fachada de la sede del partido.

Haciendo honor a ese retrato, Malvolio se inviste las ostentosas calzas amarillas, mientras besa su propia mano y musita: "No tengas miedo de la grandeza... algunos han nacido grandes... otros alcanzan la grandeza... y a otros se les echa encima la grandeza". Este último es su caso y él ha decidido atender la llamada de la Fortuna, sin reparar en mientes.

Shakespeare empuja entonces a Malvolio por la pendiente de su esbozo de programa de investidura: "Seré orgulloso, leeré autores políticos... mandaré a paseo a mis conocidos groseros, seré meticulosamente el hombre debido... Doy gracias a mi estrella y soy feliz. Seré original y altanero con mis medias amarillas".

Y más adelante añade, a modo de ese subtexto que muchos hemos captado bajo el arrogante discurso de este sábado: "Todo concuerda, ni un adarme de escrúpulo, ni un escrúpulo de escrúpulo, ningún obstáculo, ninguna circunstancia incrédula o insegura, nada que pueda ser un puede ser, se interpone entre mí y la plena perspectiva de mis esperanzas". Ni la Constitución como límite, ni el sentido del ridículo como barrera.

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Más dura será la caída. Tan pronto como queda en evidencia que las calzas amarillas no impresionan a la condesa y generan la irrisión del resto -de igual manera que esa “consulta” de Sánchez no satisfará a los indepes y pondrá en pie de guerra a los demás españoles-, sabemos que la suerte de Malvolio está echada.

Lo teatralmente inesperado es la dureza de su castigo, encerrado en la más oscura de las celdas y obligado a profesar doctrinas aberrantes, para seguir siendo el hazmerreir general, en medio de las tinieblas. “Lo que le sucede es tan violentamente desproporcionado, que el fardo de su humillación debe considerarse uno de los grandes enigmas de Shakespeare”, alega Harold Bloom.

Pero con ojos contemporáneos, y no digamos dentro de esta analogía, la tentación de compadecer a Malvolio, a cuantos Malvolios vamos conociendo, a este Malvolio desorejado en particular, se supera cómodamente. Es más fácil concordar con otro gran crítico como Harry Levin: “Como sicofante, como trepador social y como snob oficioso merece de sobra que lo pongan en su sitio. Zaherir a Malvolio no es sadismo, sino catarsis”.

Así debe ser y así será, si así os parece. Puesto que Sánchez se ha empeñado en llevarnos al teatro usurpando esta “Noche de Reyes”, para comprar con iniquidad los ropajes del poder -la "capa del armiño", le dijo Casado, en una de sus brillantes intervenciones-, no salgamos ya del teatro hasta que concluya la función. Seguro que en el futuro inmediato nos zaherirá, ofenderá y dañará desde el escenario, junto a sus cómplices, o más bien mentores, perforando nuestros bolsillos y nuestros corazones. Pero, como dice el más cuerdo y lúcido de todos los personajes de “Noche de Reyes”, o sea el Bufón, “el molinete del tiempo trae siempre sus venganzas”.

Si quiere gobernar contra más de media España, que lo intente. Si pretende engañar también a aquellos con los que ahora nos engaña, buena suerte. Pero, cuando este martes se consume la negra investidura de las calzas amarillas, comenzará, entre abucheos y con la resistencia del público al límite, el último acto de la burda farsa.

Eso significa que quedará un día menos para el final. Un final mucho peor que el de González, Aznar, Zapatero o incluso Rajoy. Se admiten apuestas. Pero en todo caso, un día menos para el final de su temeraria partida. Para su final de partida.