El pasado domingo hubo un momento en que el túnel del tiempo parecía retrotraernos nada menos que hasta aquella noche del 15 de junio de hace 42 años, que yo bauticé como "la de los votos lentos". En el 77 pagamos la novatada. Pero ¿ahora?, cuando la tecnología de la sociedad de la información ha avanzado dos generaciones...

Todo fue culpa de la chapucera incompetencia de esa empresa de nombre impronunciable, Scytl, a la que el Ministerio del Interior adjudicó el contrato de las municipales porque pujó un 20% a la baja. Esperemos que ninguna administración vuelva a confiar en una empresa que no tenga vocales en su razón social. Porque, como alegaba el miércoles nuestra sección de Empresas, los hechos han vuelto a demostrar que "lo barato es caro".

Ilustración: Javier Muñoz

El sobrecoste incluyó la incertidumbre y el sobresalto de muchos españoles que, desanimados por la premiosidad de un escrutinio que comenzó con 50 minutos de retraso y avanzó a paso de tortuga, posponiendo los datos de las autonómicas, se fueron a dormir creyendo que Madrid era el epicentro de una marea roja que cubría toda España. Se levantaron con una realidad mucho más matizada, cuando comprobaron que las mayorías en el consistorio de Cibeles y la Asamblea de Madrid quedaban a disposición del centro y las derechas.

Era algo que el grupo de ingenieros de Indra, nuestra líder mundial en procesamiento de datos electorales, adjudicataria del recuento en casi todas las autonomías, ya sabía desde mucho antes de que pudieran hacer públicos los resultados. De hecho, la mera aplicación de su "modelo" -una fórmula tan valiosa y bien guardada como el secreto de la Coca-Cola- a la radiografía de la participación por barrios y mesas ya les permitía augurar a las 7 de la tarde que el resultado de la Comunidad oscilaría entre un empate a 66 y una victoria mínima del centro y las derechas. Bastó el recuento de las primeras mesas para que emergiera el pronóstico que clavó el 68-64 final. Alguien se lo hizo saber al PP y por eso improvisaron el chiringuito celebratorio que nadie había previsto en Génova.

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Muchos ciudadanos de a pie, y no digamos de a caballo o con carroza, se acostaron convencidos de que lo primero que tendrían que hacer a la mañana siguiente sería anticipar la herencia a sus hijos para ahorrarles el impuestazo de sucesiones o incluso cambiar de residencia fiscal para eludir la expropiación año a año de su patrimonio y sortear así las amenazas de Gabilondo. Pero, al abrir los ojos, resultó que Marx no abandona nunca a un buen capitalista y, de igual manera que este domingo la izquierda celebrará por primera vez el día de San Mariano, en conmemoración de aquel 2 de junio de hace un año en que Rajoy le entregó sin resistencia el poder, la derecha festejará todos los 26 de mayo a San Pablo Iglesias porque su hundimiento activó a su favor el principio de Arquímedes de la representación electoral.

Aunque, tal vez, lo más justo sería adelantar la efemérides al 17 de mayo, fecha en la que, el año pasado, los número uno y dos de Podemos anunciaron que habían firmado una hipoteca de 540.000€ para comprar su nueva vivienda en las verdes praderas de Galapagar. Porque, en definitiva, si Vox fue en las generales la carabina de Ambrosio que le estalló entre las manos a la derechona valiente, el chalé de Pablo e Irene, que sirvió de estímulo a las banderías en Podemos, ha resultado ser la bomba de relojería de la izquierdita burguesa, pese a que su primera detonación quedara amortiguada, en el 28-A, por el superior estruendo del derrumbe del PP.

Si Vox fue en las Generales la carabina de Ambrosio que le estalló entre las manos a la derechona valiente, el chalé de Pablo e Irene ha resultado ser la bomba de relojería de la izquierdita burguesa

Pero esa significativa merma en escaños, camuflada bajo la piel de cordero que el ahora postulante a ministro estrenó en los debates televisivos, no era sino la primera de una serie de explosiones en cadena que han pulverizado el poder territorial podemita. El electorado ha vuelto a castigar la fragmentación y el cainismo. De igual manera que, si Vox y el PP hubieran compartido listas en las generales, quien estaría buscando ahora apoyos para la investidura sería Casado, si Carmena y Errejón no hubieran traicionado a Iglesias para intentar quedarse con el santo y la limosna de su parroquia madrileña, la una seguiría siendo alcaldesa y el otro se perfilaría como vicepresidente de la Comunidad.

Para Sánchez el batacazo podemita supone un doble regalo. Por un lado, porque le protege de la atosigante presión de Iglesias para entrar en el Gobierno. Quien se bate en retirada en todo el territorio, carece de fuerza moral para pedir tanto. Pero, sobre todo, porque convierte la baza de la repetición de elecciones en una espada de Damocles que ensartaría a la coalición morada como si fuera un pincho moruno listo para sus fauces.

Si el electorado que aún respalda a Pablo e Irene percibiera el riesgo de que el triunfo de la izquierda y el aplastamiento del PP tuvieran vuelta de hoja en el otoño porque ellos no vieran satisfechas sus ambiciones, sería el final de su aventura política. Por algo Izquierda Unida ya ha dicho, por boca de Alberto Garzón, que ellos se conformarían con mucho menos que las carteras ministeriales.

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Aunque, dentro de las fases de la luna, hay una enorme diferencia entre un cuarto menguante y un cuarto creciente, la situación de Ciudadanos es, en cierto modo, parecida. Sus importantes progresos en todos los frentes no le han acercado a nada parecido al anhelado adelantamiento del PP. Si el domingo naufragó la fantasía de Iglesias de dejar de ser comparsa del PSOE para convertirse en socio de pleno derecho, también llegó a término la de Rivera de pasar de bisagra a alternativa hegemónica.

Elección tras elección, venimos comprobando cómo el bipartidismo admite correcciones de cierto calado, pero no enmiendas a la totalidad. De igual manera que Podemos perdió la que parecía su gran oportunidad de superar al PSOE en la repetición de elecciones de 2016, si Ciudadanos no ha podido llevarse por delante esta vez al PP, ya no lo conseguirá nunca.

Pero el no haber obtenido ni el oro ni la plata en casi ningún estadio, no resta valor al bronce. Más bien lo acrecienta, si, como es el caso, aporta la amalgama imprescindible para la acuñación de mayorías. Por eso, no es ninguna boutade decir que Ciudadanos es hoy, y lo será al menos mientras no se produzca la investidura de Sánchez, el partido más importante de España.

No es ninguna 'boutade' decir que Ciudadanos es hoy, y lo será al menos mientras no se produzca la investidura de Sánchez, el partido más importante de España

Nunca el centro sirvió para tantas cosas; pero quienes lo lideran tienen que saber administrar con inteligencia un poder que podría resultar efímero si no prueba su utilidad. La clave estriba en que la veleta naranja sea capaz de indicar en cada tejado municipal o autonómico -y en el propio palacio de la Carrera de San Jerónimo- el rumbo del viento constitucional. Unas veces señalará lo mejor y otras, simplemente, lo menos malo.

Con toda humildad me he permitido sugerir tres criterios, tal vez demasiado ambiciosos, a sus negociadores: levantar todos los vetos a quienes no sean separatistas; primar los acuerdos con PP y PSOE, en tanto que colindantes, sobre los acuerdos con Vox y Podemos, en tanto que más lejanos; y someter a Sánchez a la prueba del carbono 14 de la madurez política, supeditando la actitud ante su investidura a que tampoco él llegue a acuerdos con el separatismo en ningún sitio.

Aunque habrá que jugarlas sucesivamente, porque la suerte de los ayuntamientos quedará echada dentro de dos sábados y los pactos autonómicos y el ajedrez de la investidura vendrán después, Ciudadanos debe plantearse el proceso como si se tratara de partidas simultáneas. Y emerger, al final, como ese gran "partido regulador" o "medio" que, según soñaba, en pleno Trienio Liberal, El Censor, "se interponga entre los contrarios, temple su ardor y corrija sus extravíos, reuniéndose al que en cada cuestión determinada tenga la razón -y los votos suficientes- de su parte".

Puesto que Ciudadanos no puede ser ni la muleta del PP ni el perchero del PSOE, lo deseable sería que cada movimiento quedara compensado con otro de signo opuesto. Y eso es aplicable también a sus relaciones con la periferia del espectro. Por eso, puesto que va a ser inevitable sentarse con Vox para garantizar gobiernos de centroderecha en Cibeles y la Puerta del Sol, el planteamiento de Valls en Barcelona no sólo tiene valor en sí mismo, sino que puede contribuir a explicar el conjunto. Los humanos nos enfrentamos a menudo a lo que Isaiah Berlin llama "conflictos de suma negativa" y los políticos no pueden lavarse las manos ante encrucijadas en las que es inevitable identificar el mal menor.

El planteamiento de Valls en Barcelona no sólo tiene valor en sí mismo, sino que puede contribuir a explicar el conjunto

El mal menor en Madrid es reconocer la posición de interlocutor político que los votantes han concedido a Vox, pues de lo contrario la izquierda nos crujirá a impuestos. El mal menor en Barcelona es permitir que gobierne una coalición de populistas y socialistas, incluso si la encabeza Colau, pues de lo contrario Ernest Maragall la convertirá en la capital de una República Catalana que, de facto, empezará a dejar de ser fantasmagórica. Sería inaudito que, teniendo en cuenta su ADN, Ciudadanos no hiciera absolutamente lo que fuera, con tal de evitar esa catástrofe.

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El horizonte de la investidura no implica una situación-límite tan dramática, pero Rivera y Arrimadas deben ser conscientes -seguro que ya lo son- de que el anhelo de los grandes, medianos y pequeños empresarios, de los profesionales urbanos, de los autónomos, de la España más productiva en general, es que Ciudadanos, sólo o en compañía del PP, libere a Sánchez de las hipotecas que le impondrían Podemos y el separatismo. Su abstención en segunda vuelta sería así un paso intermedio entre los acuerdos a los que se pueda llegar con el PSOE en lugares como Aragón, Castilla y León o Canarias -donde romper la sempiterna hegemonía de Coalición Canaria sería un acto de profilaxis democrática- y un hipotético nuevo Pacto del Abrazo, cuando, dentro de unos meses, pinten bastos tras la sentencia contra los golpistas o el deterioro de la economía.

Para alcanzar esa meta hay que ir haciendo camino al andar porque en negociaciones que se vaticinan tan largas puede ocurrir como en aquellos maratones de baile de la Gran Depresión, reflejados en Danzad, danzad, malditos, en los que sabías con qué pareja empezabas, pero no con cuál terminabas. Lo esencial es no poner barreras infranqueables para nadie.

De igual manera que me parece exageradamente enfático obligar a los barones socialistas a romper con la política territorial de Sánchez -suena a aquello de la primera comunión de "¿abjuráis de Satanás, de sus pompas y sus obras?"-, también es preciso advertir al PSOE que esa salida por la tangente en Navarra, patrocinada por el PNV, que arrebataría la Comunidad foral a la archivencedora coalición constitucional liderada por Esparza, con la connivencia de Bildu, supondría el final de la escapada.

Me parece exageradamente enfático obligar a los barones socialistas a romper con la política territorial de Sánchez

A partir de ahí, nada, absolutamente nada, sería ya posible. Tal vez, por eso, el mismo dirigente político, con mucho más sentido del Estado del que a veces se le reconoce, que envió a sus mandatarios a sentarse con Josu Ternera, cuando dijeron aquello de que "a Navarra hay que seducirla, ir suave", mueve ahora con sutileza sus influencias para tratar de evitar el desastre.

Mientras Sánchez esté dispuesto a resistir al chantaje del PNV y a la desaforada ambición de María Chivite que pretende imponer sus 11 escaños a los 20 de Navarra Suma en una combinación contra natura, podremos esperar que las partidas simultáneas tengan un final equilibrado y por lo tanto feliz. Entramos en el tiempo de los pactos, el más noble de la democracia parlamentaria, por mucho que haya quienes prefieran la hora de las soflamas.

El ciclo de las urnas ha dado paso al de la gobernabilidad. Después de tres años y medio viviendo en un ay, España necesita estabilidad. O sea, que remedando al Camilo José Cela que se dijo a sí mismo "¡se acabó el divagar!" y se puso a escribir La familia de Pascual Duarte, la consigna del momento no puede ser otra que ¡se acabó el procrastinar!. O sea que, pactad, pactad, benditos.