La dimisión de Pedro Sánchez, tras no prosperar su propuesta de primarias y congreso exprés en un Comité Federal que llegó a tener visos de cisma, aboca al PSOE a crear una gestora que tome las riendas de la organización. El todavía primer partido de la oposición debe afrontar dos retos. El primero, superar su crisis y recomponerse tras una semana de infarto, como fase previa a la convocatoria de un congreso para renovar su liderazgo. Y el segundo, decidir qué hacer ante una eventual nueva sesión de investidura del PP.

Para el PSOE no se trata sólo de meditar su posición respecto de la gobernabilidad de España, sino de calcular también el riesgo que asumiría de ir a elecciones descabezado y profundamente dividido después de haberse hecho el harakiri en un cónclave tumultuario.

Herido grave

El PSOE no puede obviar en ningún caso que ha salido herido de gravedad de su Comité Federal. No es exagerado afirmar que el socialismo español se ha dado de bruces con los peores fantasmas de su centenaria historia en la reunión del máximo órgano entre congresos. De hecho, habría que remontarse a los feroces años 30 del siglo pasado, y a las escaramuzas armadas entre caballeristas y prietistas, para encontrar episodios más ignominiosos que el vivido este sábado en Ferraz.

La presencia de auténticos hooligans con pancartas en la puerta de la sede, prestos a insultar y a dirimir sus diferencias a empellones, hacía presagiar una jornada tensa. A medida que pasaban las horas, la incapacidad de oficialistas y críticos para consensuar siquiera un orden del día disparaba la tensión y daba rienda suelta a incidentes grotescos.

Tensión máxima

Unos y otros se negaban mutuamente la legitimidad que decían ostentar y no se ponían de acuerdo sobre qué votar ni si hacerlo mediante sufragio secreto o a mano alzada. Los seguidores de Susana Díaz querían votar el informe de la mayoría de la Comisión de Garantías, que proponía crear una gestora, mientras que el sector oficialista sólo admitía someter a consulta el plan de su jefe (congreso exprés).

La tensión aumentó entre los más pedestres partidarios de uno y otro bando con insultos, sollozos, interrupciones y conatos de agresión incluidos. El clímax del disparate se produjo cuando la dirección colocó una urna e instó a votar deprisa y corriendo, mientras los críticos recogían firmas para presentar una moción de censura.
Después de doce horas de encontronazos, y tras haber sido reconvenido por algunos de sus principales apoyos, como Josep Borrell o Pérez Tapias, Pedro Sánchez se avino a un acuerdo. La votación a mano alzada de su propuesta, 133 votos en contra y 105 a favor, le obligó a dimitir después de casi una semana de resistencia numantina.

Espectáculo impropio

El espectáculo ofrecido por el PSOE este sábado ha sido impropio de un partido con 137 años de historia y que ha sido clave para la gobernabilidad de España en democracia. Resulta muy difícil confiar en que una organización incapaz de resolver sus problemas internos mediante el diálogo y el acuerdo, pueda contribuir a solucionar los problemas de una España que tanto necesita de lo uno y de lo otro.

Con la caída de Sánchez, el PSOE tiene la oportunidad de pasar página a una etapa política marcada por la decadencia y revisar un postulado, el del "No es no", que paradójicamente abocaría al país a unas terceras elecciones que nadie desea, y que sólo hubieran beneficiado a Rajoy y hundido más aún al PSOE en la intrascendencia.