Me regalan un libro tremendo. Es una guía ilustrada de 2.000 años de fe cristiana. Lo edita H.F. Ullmann, es fruto del esfuerzo de todo un equipo de expertos y tiene una potencia visual difícil de describir con palabras. En la portada, más grande que la pantalla de mi ordenador, campea la palabra CRISTIANISMO en amarillo sobre una cruz de un color azul muy determinado (que resulta ser mi favorito, pero bueno, ese es otro cantar) y que si la miras fijamente durante un rato ejerce un efecto casi hipnótico. Con decir que no se me ha ocurrido otra cosa que calzar el libro de pie sobre un radiador esquinero para verlo desde la cama. Hace, no sé cómo decirlo, compañía.

Me escribe desde Düsseldorf la persona que tuvo a bien regalarme el libro: “La Cruz no es otra cosa que un símbolo formado por dos palos. Pero representa el Amor humano en grado máximo o esa Anima Mundi de Lao Tse de la que hablamos durante el Encuentro”.

Dice el buen hombre Encuentro por las mismas que podría decir Desencuentro, porque hace referencia a un debate filosófico al que poco, o quizás nada, faltó para acabar como el rosario de la aurora. Unos ponderaban la virtuosa aventura del taoísmo. A otros se les ocurrió ponderar la posibilidad de correr análoga aventura, de alcanzar semejante virtud, desde otro ángulo cultural o religioso, y allí se armó, nunca mejor dicho, la de Dios es Cristo. Lo espiritual sacó furiosos (y un poco fatuos) espolones intelectuales para desacreditar toda creencia o simplemente emoción ajena. Para negar toda razón de ser al Otro. Pura política, si se piensa despacio. O hasta deprisa.

¿Por qué es tan misteriosamente difícil ser ya no diré fiel, sino meramente coherente con uno mismo, no predicar una cosa y hacer otra? ¿Por qué las mayores decepciones, los más duros atropellos, se cometen siempre invocando lo mejor y lo más sagrado? ¿Por qué no podemos dejar a lo ajenamente divino en paz?

Y luego me preguntan si yo creo que alguien sabe cómo evitar que vayamos a unas terceras elecciones. Vamos hombre. Mostradme no ya un solo político justo, sino un votante justo, uno solo. Uno que meta la mano en la urna como quien coge una flor y no como quien tira la primera piedra. Quizá así nos salvemos entre todos del diluvio no, de lo siguiente. Pero ya me perdonarán que lo dude, encuestas y sobre todo realidad en mano... Ay Qué Cruz.