La intención de PP de presentar a Podemos como la segunda fuerza política del país en el único debate electoral en el que participarán los cuatro grandes candidatos es una treta deplorable. Tal y como informa hoy El ESPAÑOL, los populares están dispuestos a defender que Pablo Iglesias intervenga ante las cámaras inmediatamente después de Rajoy, postergando así a Pedro Sánchez. Eso permitiría al líder de Podemos disfrutar del denominado "minuto de oro", cuando la audiencia es mayor. Y sobre todo presentarle como líder de la oposición con el pretexto de que va segundo en las encuestas.

Los equipos de PP y Podemos que negocian las condiciones del debate están haciendo causa común en esa estrategia, prueba que corrobora la existencia de una pinza que viene funcionando desde principios de año y que fue la que dio al traste con la posibilidad de formar un gobierno tras el 20-D.

La Academia de Televisión, organizadora del debate, no debería consentir esa componenda en ningún caso. El orden de los turnos de palabra debe repartirse o bien por sorteo, como se ha hecho en otras ocasiones, o en función de los resultados de las pasadas elecciones, que es la única referencia válida para saber cuál es la representación con la que cuenta cada candidato.

Tensionar la sociedad

En ese intento por concederle a Iglesias un estatus que no tiene, el ministro de Economía en funciones Luis de Guindos aseguraba este lunes que Unidos Podemos "es la segunda fuerza política", dando carta de naturaleza a lo que todavía son sólo encuestas. En el PP deberían tener esa lección bien aprendida, porque si los sondeos fueran infalibles, Rajoy hubiera sido presidente en 2004, pero lo fue Zapatero.

Lo peor de todo es que el PP, un partido moderado y de gobierno, apuesta por primera vez en su historia por tensionar a la sociedad y por abonar el frentismo con la evidente finalidad de sacar tajada política. El prudente Rajoy ha acabado formando un matrimonio de conveniencia con alguien como Iglesias, que aboga por un modelo de sociedad opuesto al que él defiende. Corre el riesgo de que en ese irresponsable papel de aprendiz de brujo que ha decidido jugar, la pócima acabe yéndosele de las manos.