Política, manual de instrucciones comienza con una sucesión de simplezas rematada por una falta de ortografía. Érase un país sumido en la miseria, asolado por la corrupción y donde abundaban los “deshaucios” (sic). Para desactivar a las masas, los poderosos señalaron las urnas y así nació Podemos. Lo que viene tras este prólogo es un montaje convencional de propaganda en el que no hay un solo plano inocente.

Si quieren una crónica cruda y real de un vertiginoso ascenso político lean El alba la tarde y la noche, donde Yasmina Reza disecciona -hasta el punto de que despedaza- a Nicolas Sarkozy. La película que Fernando León de Aranoa ha hecho sobre Podemos es otra cosa: un homenaje. Y como tal se vivió en la sala.

Nunca había estado rodeado de tanta gente que se creyera tan buena persona. Era aquello una JMJ en versión reducida, una comunión de almas bellas. Fue toda una experiencia porque la proyección de la película se tornó en un ejercicio de metacine, en el que la acción traspasó la pantalla y fue completada por la reacción del público. La versión mejorada de La rosa púrpura de El Cairo.

La verdadera banda sonora de Política, manual de Instrucciones no es la pesada percusión de Antonio Sánchez sino una sinfonía coral de gemidos de autosatisfacción. Con el adagietto de los “ahhh” y los “uhhh”. Iglesias dice algo y “ohhh” y luego “juas” porque sale Soraya. El allegro de los “toma” y “venga”, y “qué hermoso fue aquello” y “pffff” y “mira, mira, fulanita o fulanito”; y al final del último movimiento un aplauso que se funde con los gritos de “Sí, se puede”. Un homenaje.

En el mundo de León de Aranoa la oposición a Podemos se resume en Eduardo Inda y Alfonso Rojo, Albert Rivera vive rodeado de empresarios y financieros, el PSOE no existe, La Sexta parece un medio hostil y las disputas en el seno del partido de Pablo Iglesias se resuelven con elegante esgrima intelectual. ¿Qué fue del camarada Pascual? No hay noticia. Al que fuera secretario de Organización le regalan algo de protagonismo en una única y penosa secuencia, en la que aguanta como puede el chaparrón de críticas de los líderes regionales.

¿Y Monedero? Su papel es más agradecido. En nuestra historia es Juan Carlos quien decide pasar a un segundo plano y erigirse en la necesaria conciencia crítica del partido, pero no por aquel malentendido con los bolivarianos ingresos de su empresa sino porque desconfía de la “hipótesis populista” de Errejón. Todo opera en favor de Iglesias, incluso la épica del desencanto que le deja como un pragmático a su pesar.

Las cámaras captan pinceladas de cotidianeidad y largas peroratas sobre teoría política que confirman algunas de las convenciones sobre Podemos. Como que toda esta aventura se parece más al último capítulo de la tesis doctoral de Íñigo Errejón que a un proyecto político para el país. El manual de instrucciones sólo habla de la conquista del poder. ¿Para qué? Quién sabe.