Que el fútbol, que debería ser siempre sinónimo de diversión y alegría, haya vuelto a ser víctima de otro atentado del Estado Islámico en una ciudad de Irak revela toda la cerrazón, rencor y crueldad de los terroristas. Si a mediados de mayo los yihadistas mataron a una docena de aficionados en una peña madridista de Balad, el sábado aprovecharon la celebración de la final de la Champions para volver a cometer otra carnicería en la peña madridista de Baakouba, justo cuando iba a comenzar la tanda de penaltis. Los islamistas consideran que el fútbol es algo antimusulmán y por eso lo incluyen entre sus objetivos.

El hecho de que estos atentados conciernan a los aficionados de un equipo español, hace que nos sintamos aún más cerca del pueblo iraquí, golpeado un día sí y otro también por el terrorismo en un país donde sigue reinando la inestabilidad, ya que los extremistas controlan amplias zonas del país. El régimen que preside Fuad Masum está siendo incapaz de contener a los yihadistas.

El Real Madrid emitió en su día una nota de condena del atentado de Balad y se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas antes del partido de Liga contra el Deportivo disputado en Riazor. Los gestos de solidaridad de la Liga, del Real Madrid y de las autoridades españolas deben repetirse ahora, prestando todo el apoyo moral, social y político para paliar en la medida de lo posible la desgracia que siembran estos actos de barbarie.