Si PSOE y Ciudadanos salieron de su reunión con Podemos escamados pero remotamente esperanzados en que las conversaciones siguientes pudieran servir para allanar un acuerdo de investidura, la comparecencia de Pablo Iglesias este viernes ha dejado claro hasta qué punto se avino a participar en la negociación con la única intención intención de dinamitarla y desgastar a ambos partidos. Está por ver si lo ha conseguido, pero no cabe duda de que, consumada la pinza y abocados a elecciones, en el PP se ha desatado la euforia. 

No hay mejor resumen de la actitud de Podemos que la frase con la que el socialista Antonio Hernando reaccionó a la traición de Iglesias: "Su gran movimiento durante todo este tiempo ha sido pasar de la cal viva a un libro de baloncesto", en alusión al presente que éste entregó a Pedro Sánchez para reconciliarse con el PSOE tras haber sugerido en el Congreso que Felipe González estaba detrás de los GAL.

Pablo Iglesias no sólo no ha hecho nada por valorar siquiera la posibilidad de permitir un Gobierno reformista encabezado por PSOE y Ciudadanos para echar a Rajoy, sino que ha calculado hasta el último gesto para hacer daño a los dos firmantes del pacto de El Abrazo.

Inmovilismo de Podemos

Ha sido una voladura en dos actos. El primero alcanzó su cénit cuando presentó en el último minuto -después de dos horas y media de reunión- un documento de 20 propuestas "de cesión" incompatibles con el acuerdo suscrito entre Sánchez y Rivera. De hecho, en su contraoferta Podemos volvía a reclamar un incremento del gasto público inasumible para un país con déficit; insistía en reconocer el derecho a decidir; y reiteraba su voluntad de integrarse en un gobierno de progreso, del que quedaría excluido Ciudadanos, con tantos ministros como confluencias tiene. Iglesias ha pasado de exigir en enero a Sánchez una vicepresidencia y la mitad del Consejo de Ministros a reclamar ahora la mitad del Consejo de Ministros y la marginación del tercer socio.

El segundo acto se desencadenó este viernes en una comparecencia en solitario en la que ha condicionado cualquier decisión a una consulta trampa a sus bases. Iglesias no preguntará a sus simpatizantes si prefieren elecciones o que Podemos permita gobernar a Sánchez apoyado por Rivera, sino si quieren un Gobierno PSOE-Ciudadanos o un "Gobierno de progreso". Por si esta semántica fuera poco inductiva, Iglesias advirtió que la dirección actual se irá si no gana la opción que él prefiere: la del frente de izquierdas apoyado por los separatistas.

Esto es, después de entrar como elefante en cacharrería en la mesa de negociaciones, el líder de Podemos ha dado un portazo a cualquier posibilidad de acuerdo sin dar tiempo a discutir la inconsistencia maximalista de sus propuestas. Luego ha puesto un cerrojo de doble llave pues es absurdo pensar que las bases de Podemos puedan optar por una opción que lleva implícita la descomposicón del partido.

Sin tiempo para discutir

Es muy descarado que Iglesias pretenda ocultar su pinza con Rajoy apelando a la legitimidad de las bases de Podemos, cuando éstas no van a ser consultadas por nada acordado con el PSOE y/o Ciudadanos porque, sencillamente, no ha habido tiempo de discutirlo. Las pruebas de que Pablo Iglesias ha buscado humillar al PSOE y Ciudadanos son tan clamorosas que el empeño con el que insiste en lo mucho que ha cedido es sólo demostrativo de su desfachatez, por otro lado proporcional a la ingenuidad de Sánchez.

El dirigente socialista puede caer en la tentación de seguir entrando a los trapos que le tienda Iglesias, y contactando con los separatistas a través de Miquel Iceta, lo que sólo servirá para desacreditarle ante el Comité Federal del PSOE, o prepararse para los sacrificios que sean necesarios con tal de salvar a España de la zozobra política e institucional, intentando atraer al PP hacia una gran coalición con un presidente de consenso.

Tres meses y medio después de haber votado, los españoles tiene motivos sobrados para pensar que tendrán que volver a a las urnas el próximo 26 de junio. La estrategia de tierra quemada del hiperactivo Pablo Iglesias ha resultado el complemento perfecto del inmovilismo de Rajoy.