El hecho es (y un vídeo lo prueba) que la alcaldesa Ada Colau, a unos militares que se acercaron a saludarla respetuosamente durante su recorrido por el Salón de la Enseñanza celebrado en Barcelona, eligió decirles que preferiría que no acudieran a aquella feria y que el espacio de las Fuerzas Armadas se mantuviera separado del espacio general. Es decir: risueña y suavemente, decidió hacerles ver a los uniformados, que por cierto no podían replicarle, que no eran una presencia grata ni bienvenida. Que sepamos, sólo lo hizo con ellos; no hubo ningún otro expositor al que en el trance de ir a presentarle sus respetos le infligiera el desaire de un “tú no deberías estar aquí”.

Que detrás de eso haya un acuerdo del Ayuntamiento al que la señora Colau representa no minimiza el desplante: no es indispensable echarle a alguien en cara que se ha tomado un acuerdo en contra de su presencia (pese a ser también una institución de enseñanza, por cierto) cuando ese alguien acude a saludarte, y el hecho de que ese acuerdo cuente con el respaldo de la corporación no exonera a la alcaldesa de un rechazo que es obvio que suscribe y reitera en cuanto tiene la ocasión.

Llegados a este punto, lo que cabe preguntarse es de dónde viene y se nutre esa notoria animadversión hacia los militares de la señora alcaldesa. Uno entiende, más o menos, de dónde sale la del concejal de la CUP que se mofa de una atenta invitación del inspector general del Ejército y la cuelga en Twitter con el comentario de que va a proceder a tirarla a la papelera: para él, o eso cabe suponer, se trata del representante de un ejército de ocupación, al que su cofradía espera que menosprecie. Lo que no se termina de ver es por qué, a no ser que la señora Colau participe de ese sentimiento independentista, y en tal caso sería más honesto que lo declarase con franqueza, existe en la izquierda a la que representa la pulsión de negar los espacios públicos del común a quienes integran un colectivo de hombres y mujeres que tienen, a estas alturas, acreditadas de sobra su vocación de sacrificio al servicio de sus conciudadanos y su obediencia a las autoridades democráticas y legítimamente constituidas.

Quizá, echando mano de la terminología de cierta derecha recalcitrante, la izquierda representada por Colau sobreactúa ese buenismo que considera de mal gusto e innecesarios los ejércitos, y se complace en expresarlo con gestos malotes ante quienes por disciplina jamás le van a responder. No estaría mal que recordara que, al margen de los deseos de paz que todos tenemos, Barcelona y su área metropolitana son el principal foco de yihadismo de la Península Ibérica. Una amenaza frente a la que sus vecinos y vecinas, y si quiere puede mirar al norte, a Francia o a Bélgica, bien podrían necesitar un día a quienes ella, por un prejuicio ideológico trasnochado, quiere marginar.