Alguien tenía que acabar echando la cuenta algún día. Al final, ha sido la organización no gubernamental Transparencia Internacional la que nos ha ofrecido un dato sobre las ayudas públicas (no otra cosa son) recibidas por el fútbol profesional vía recalificaciones urbanísticas: 1.000 millones de euros. Una subvención encubierta que debe sumarse a las ya muy generosas que de manera directa y más o menos transparente recibe el deporte rey, por parte de la administración central, las autonómicas y multitud de entidades locales. Que las plusvalías derivadas de la urbanización, que tienen luego como contrapartida el aumento del coste de los servicios públicos para todos los ciudadanos, se destinen a llenar las arcas de entidades privadas, la mayoría de ellas con ánimo de lucro, es algo que forma parte de la normalidad española y que no parece incomodar a nadie.

Es curioso que en cambio exista un discurso permanente, en ciertos sectores de la sociedad española, acerca del abuso que representan, por ejemplo, las ayudas destinadas al cine español, una industria que en todos los países desarrollados se considera como una relevante palanca de proyección del país, y que los distintos gobiernos apoyan sin que nadie se escandalice por ello. Y es curioso porque si nos vamos, por ejemplo, a datos de 2015, nos encontramos con que las ayudas del gobierno central al cine apenas fueron de 50 millones: puede apreciarse la diferencia en el orden de magnitudes. Claro que, para una comparación bochornosa, podemos consignar la cifra para ese mismo periodo de las ayudas ministeriales para la promoción de la lectura, el libro y las letras españolas: un total de 849.000 euros. Al año.

Después de esta revelación, es de esperar que de aquí en adelante, cuando se hable de mamandurrias, de sectores subsidiados y de cazasubvenciones, se ponga a la cabeza de la lista a la industria del fútbol profesional. Tampoco estaría mal, a efectos pedagógicos, que se subrayara que cuando un club compra un jugador por 90 o 100 millones de euros, lo hace, entre otros factores, porque en la formación de su capital el fútbol español contó con ese formidable recurso aportado por el contribuyente, que aumentó de manera sustancial su capacidad de endeudamiento y financiación y contribuyó así a proyectar su actividad y marca a la escala planetaria en que ahora se desenvuelve.

Lo que no esperamos es que a nuestros gobernantes les acometa una fiebre que les lleve a apostar por la cultura con el mismo fervor y el mismo ahínco con que apostaron por quienes saltan los fines de semana al césped a patear un balón.