Detienen, por supuesto cohecho, a Alfonso Grau, ex número dos de Rita Barberá y ex vicealcalde de Valencia. La reacción de Mariano Rajoy que, como todos los españoles, también está hasta las narices de los estragos que causa la corrupción, no se ha hecho esperar: ha pedido “templanza”.

En la misma ciudad, esa en la que tanto se apoyó el presidente ahora en funciones para poder residir en la Moncloa, Francisco Camps levanta las manos y dice que no le detengan, que él no tiene nada que ver con el caso Taula. El expresidente de la Generalitat propone que le pregunten y que facilitará las explicaciones precisas. Puede que no haya muchos que le crean, tal y como están las cosas, y teniendo en cuenta determinados antecedentes de la política valenciana popular, pero el predecesor de Fabra lo tiene tan claro que se muestra hasta belicoso; él no está triste, como Rita, sino cabreado.

En medio de todo esto Rajoy, ante su Comité Ejecutivo, ha solicitado a los suyos “serenidad” ante el fenómeno que está devastando de un modo cada vez menos reversible la credibilidad del PP.

Y eso que el partido todavía en el Gobierno está casi en ruinas en cuanto a la confianza que genera. Pero sus dirigentes no acaban de verlo. Pablo Casado, el vicesecretario de Comunicación, asegura que son “cuatro golfos” los que están manchando el nombre del PP. Se entiende la indignación del político palentino, pero no tanto que cuente tan mal.

Mientras, la izquierda afina estrategia en la sala roja –dónde, si no- del Congreso, para definir cómo van a aislar, hasta nueva orden, al partido que, aunque parezca increíble tener que recordarlo, ganó las elecciones. Rajoy, impertérrito, consciente de que si se produce la coalición que tanto teme es en gran medida por la corrupción que ha estrangulado al PP, insiste sin embargo en no dejarse llevar por “la histeria”.

En realidad, es para ponerse histérico, pero el presidente está llevando a límites desconocidos el arte de agotar los tiempos sin hacer nada. Ahora ya solo aspira a un batacazo de investidura de proporciones definitivas de Sánchez para, después, con los mismos apoyos que tenía cuando le dijo “no” a Felipe VI, presentarse como el gran salvador incomprendido.

Pero no le será fácil: por mucho que al líder del PSOE le cueste lograr acuerdos, probablemente los consiga cediendo aquí y allá. Lo menos que pueda, pero todo lo que necesite. Al final, todos los políticos buscan el poder, y Sánchez está a un solo “sí” de tenerlo: el de Iglesias.

Podemos no se venderá por poco, sobre todo sabiendo que lo suyo es lo único que falta. Que sin ellos, los demás no son más que una broma pesada de un mes.

Rajoy observa el escenario inmóvil, sin ofrecer concesión alguna. Tan templado como es él, probablemente pensó que algún día recibiría de Pontevedra, la ciudad que considera suya, alguna distinción, algún reconocimiento especial. Un título honorífico, quizá; algo del estilo de “hijo predilecto” o similar. Seguramente, nunca imaginó que en su propia casa le concederían el de “persona non grata”. Pero, a veces, la realidad se eleva para asombrar hasta a las personas más previsibles.