Encendemos el televisor y nos enteramos de quién nos ha vuelto a engañar, el empresario que ha sobornado y de qué se ha beneficiado. Si los fajos de billetes se entregaron en sobres o los contaron borrachos perdidos es casi anecdótico; como mucho nos da para chascarrillo.

Recibimos un periódico cada mañana a la carrera que nos da un chaval al que ni siquiera damos las gracias. Abrirlo. Deglutirlo. Vemos las imágenes de los últimos muertos provocados por el Isis en Siria en todos los formatos posibles incluidas las 4,7 pulgadas. Después del triple atentado del lunes, para cuando lean esta columna puede que sumemos un par de decenas de cadáveres más. Siria se desangra. Grabemos bien en la cabeza el titular.

En Nigeria Boko Haram masacra aldeas, secuestra niñas, quema vivas madres, hijos y espíritus santos; en Yemen la carnicería se la reparten hutíes, Al Qaeda, el Estado Islámico y las bombas enviadas desde Arabia Saudí. Se investiga a soldados franceses y georgianos acusados de dar agua y galletas a niñas centroafricanas a cambio de felaciones. 10.000 niños refugiados desaparecen escapando del horror de la guerra cayendo en los horrores de los que las provocan. Los peces se comen los cadáveres de los refugiados ahogados en el Mediterráneo y en el Egeo. Ojalá muchas fotografías con esa imagen dantesca de la mayor fosa común del planeta para convertirlas en trending topic.

Zapeamos convulsivamente en cuanto empiezan los anuncios en televisión porque nos da igual quién financie las noticias siempre y cuando podamos deglutirlas. Encendemos la radio y deseamos que se dejen de tanto anuncio y promoción y vayan al grano. Tenemos que hacernos una idea rápida de lo que ocurre en el mundo para decidir qué debe ser noticia y qué no, qué merece que un tipo cualquiera se entrampe hasta las cejas para chuparse los kilómetros que separan nuestra casa de Irak, Siria, Nigeria, Yemen o Centroáfrica. Crónicas que llegan sin que hayamos gastado un solo céntimo en costear que pudiéramos enterarnos. Llamaremos colaboracionistas a los reporteros gráficos y periodistas autónomos que elijan una guerra en detrimento de la nuestra, humillaremos a los que no entren en los despachos exigiendo ir a buscar la verdad que queremos saber y nos la traigan a nosotros por la cara.

Pararemos todas las injusticias desde el sofá, smartphone en mano. Nos enteramos por ciencia infusa y de balde. Con que nos llegue, se mueva y todos se enteren, nos vale. Clamaremos justicia con un retuit; protestando con almohadillas convertidas en etiquetas.

Así salvaremos el mundo. ¿Que no?