El problema del racismo en EEUU

El problema del racismo en EEUU

La tribuna

El problema de ser negro en EEUU

El autor hace un repaso de la historia del racismo en el país de la libertad para concluir que, pese a los avances en este terreno, aún queda un poso que provoca que parte de la población siga discriminada.

22 enero, 2016 02:21

Cada 28 horas la Policía estadounidense mata a un negro; negros son la mayoría de los que esperan en el corredor de la muerte. Esta misma semana la Academia de Hollywood se ha visto en la obligación de anunciar "grandes cambios" en los Oscar por la clamorosa ausencia de actores negros entre los nominados...

El escritor James Ellroy asegura que América nunca fue inocente: "Se fundó sobre un fondo de racismo, genocidio de indios, robo de tierras, esclavitud y religiosidad lunática". La madre de Ellroy fue asesinada cuando él era un niño. Un hecho así distorsiona cualquier infancia, ¿pero distorsiona también la visión de la infancia de tu país?

Grecia es conocida como la cuna de la civilización, del mismo modo que Estados Unidos es la cuna de la democracia; pero en la antigua Grecia el número de esclavos superaba al de ciudadanos libres, y la mayor parte de la historia estadounidense está manchada con la sangre de los negros linchados.

Peripecias en la vida de una joven esclava (1861) es el estremecedor relato que una negra, Harriet A. Jacobs, nos escupe en primera persona: siete años estuvo escondida en un desván sin poder ver a sus hijos, por los que sentía "un amor cada día más profundo y melancólico" (estuvo cinco años más que Ana Frank, aunque hoy casi nadie se acuerde de ella -incluso en la desgracia hay jerarquías-).

Cuando un negro se escapaba, soltaban a los perros para que le desgarraran la carne a dentelladas

En Peripecias los padres no sueñan con que sus hijos estudien una buena carrera, sino con poder comprarles la libertad; los niños no sueñan con juguetes, sino con escapar al norte, aunque luego se enteren de que allí apoyan una ley que convierte en delito cualquier ayuda al esclavo fugitivo, que en los trenes los negros no pueden viajar en los vagones de primera, que en los barcos deben dormir en la cubierta.

En el libro leemos el anuncio de una "venta pública de negros, caballos y cerdos"; sufrimos al contemplar "cómo azotaban a una esclava hasta que le chorrease la sangre de los latigazos" (simplemente porque al amo no le había gustado el plato que le había preparado); al contemplar también los postes de flagelación de las plantaciones, las perreras…

Cuando un negro se escapaba, soltaban a los perros para que le desgarraran la carne a dentelladas; negros que corrían hacia los bosques y las ciénagas como décadas después correría Jesse Owens hacia las líneas de meta (Owens, un solo hombre demostrando con sus victorias lo estúpidos que eran los supremacistas arios). Por cierto, cuando regresó a EEUU con las cuatro medallas de oro olímpicas, ni pudo sentarse en la parte de delante de los autobuses, ni fue recibido por Roosevelt en la Casa Blanca porque éste se encontraba en plena campaña electoral y no quería que la foto con un negro le quitara votos.

Los grandes países, como las grandes personas, están llenas de paradojas. EEUU no es una excepción

De vuelta a su país tras diez meses en Inglaterra en los que no padeció ningún prejuicio racial, Harriet A. Jacobs escribió: "Desde la distancia me parecía ver que de las costas de los Estados Unidos se levantaban espectros. Es triste sentir miedo de la propia patria". Por fin, después de casi treinta años de esclavitud, una benefactora compró su libertad: "¡El recibo de venta! ¡Había sido vendida! ¡Un ser humano vendido en Nueva York, la ciudad de la libertad, a finales del XIX!".

Los grandes países, como las grandes personas, están llenos de paradojas: EEUU se erigió sobre dos pilares fundamentales, el puritanismo religioso de quienes tuvieron que irse de Europa por fanáticos y el progresismo ilustrado que repudiaba las ideas absolutistas del Viejo Continente (el primero nos explica por qué Darwin ha sido proscrito de varios estados; el segundo, es la semilla del Movimiento por los Derechos Civiles).

Algunos de los colonos ingleses aprendieron de los indios a sembrar maíz y atrapar anguilas en el río; sin embargo, en las décadas posteriores, invadieron sus tierras, construyendo las cabañas de troncos que luego se convertirían en ciudades y pueblos. En las trece colonias originarias se vanagloriaban de dar oportunidades a las personas de cualquier raza (excepto si eran esclavos negros). Los Padres Fundadores -Franklin, Washington, Jefferson…- eran hombres ilustrados que sabían latín y griego (Franklin también sabía francés, español e italiano, e inventó el pararrayos; en el París de las Luces conoció a un Voltaire ya anciano, que pensaba que los negros eran inferiores a los europeos, pero superiores a los monos); la mayoría de los campesinos de las colonias era analfabeta. Cultos y analfabetos se llenaban la boca con las palabras "libertad" e "igualdad", pero ningún pararrayos protegió a los negros ni a los indios de los efectos del racismo (el propio Jefferson poseía seiscientos esclavos).

Rosa Parks acabó siendo la primera mujer de la Historia que era velada en el vestíbulo del Capitolio

Subidas en carretas cargadas de Biblias y escopetas, familias enteras viajaban hacia el sur y el oeste en busca de tierras fértiles y riquezas, luchando contra los pieles rojas que se cruzaban en su camino. Otros once estados ingresaron en la Unión. Al aumentar la producción de algodón gracias a la desmotadora, aumentó la necesidad de esclavos (mayor en el sur, favorecida por el clima). El Congreso de EEUU declaró: "La esclavitud es una gran bendición para el orden moral, social y político, una bendición para el amo y una bendición para el esclavo".

Hasta que en el norte aparecieron los primeros abolicionistas, todos devotos. Y hasta que apareció Abraham Lincoln, que convirtió la Guerra de Secesión en una lucha moral contra la esclavitud (lucha que ganó comprando los votos de algunos diputados). Lincoln, que había nacido en una cabaña de troncos, da nombre en Washington a un monumento con forma de templo griego. Su destino se asemeja al de Rosa Parks, que no quiso ceder el asiento a un blanco en un autobús de Montgomery, y acabó siendo la primera mujer en la Historia que era velada en el vestíbulo del Capitolio.

Tras el asesinato de Lincoln, su esposa estuvo varios meses en un psiquiátrico. Cuando parece que se va a imponer la razón, siempre merodean los fanáticos. ¡Qué mejor símbolo de ello que la casa que habitó Descartes en Holanda, el fundador del racionalismo, convertida luego en un manicomio!

EEUU se ha convertido en un país menos racista, pero del viejo 'aire del infierno' todavía queda un poso

Rosa Parks ya no vivió la esclavitud, pero sí la segregación racial: en los restaurantes, las playas, los parques, las escuelas, los cementerios… Al líder del Movimiento por los Derechos Civiles, Luther King, lo asesinó un racista que se había criado en un pueblo donde era motivo de orgullo que ningún negro hubiera dormido en él (a Luther King, por el contrario, pasear cogido de la mano de su padre era lo que más le gustaba de niño).

Harriet A. Jacobs comparaba el odio con "el aire del infierno". Algunos policías estadounidenses parecen los perros que soltaban los amos de las plantaciones cuando huía un negro; su desmesura recuerda la de algunos conquistadores que, al pisar tierra, soltaban a los perros de presa para que mataran a los indígenas o los hicieran esclavos (curiosamente, la primera persona que daría la vuelta al mundo sería un esclavo malayo que viajaba con Magallanes).

Durante las últimas décadas, Estados Unidos se ha transformado en un país menos racista. El director de cine alemán Win Wenders asegura que nos ha colonizado el alma: Elvis, el rey con la voz negra; Sidney Poitier recogiendo un Oscar por Los lirios del valle; Bob Dylan denunciando las irregularidades en el juicio contra un oscuro huracán; Larry Bird viendo a Dios disfrazado de jugador de baloncesto; Obama en la Casa Blanca… Sin embargo, de aquel "aire del infierno" queda el poso, una brisa infernal. Y esa brisa acaricia el grito de cada negro asesinado.

*** José Blasco del Álamo es escritor y periodista. Su último libro es 'Azaña será ejecutado' (Editorial Funambulista, 2015).

*** Ilustración: Ana Linde.

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