No tenemos costumbre, y quizá eso explica la lentitud de algunos para entender (y afrontar) la nueva situación. El caso es que estamos ante un juego en el que, como sucede en la mayoría de los juegos de naipes, uno depende de las cartas que lleva, y es en función de ellas como tiene que definir sus aspiraciones. Con el pequeño inconveniente de que en este caso la mayor parte de las cartas están a la vista, y los otros jugadores saben, grosso modo, qué es lo que puedes y no puedes hacer.

Mal que le pese, el actual presidente en funciones, Mariano Rajoy, no lleva muy buenas cartas. Cuatro años legislando por decreto, y no precisamente en sintonía con el partido cuyos votos necesita de forma desesperada, no le dejan en la mano otra baza que la de tratar de meter miedo con las posibles consecuencias de un gobierno hecho al margen de sus siglas. Por más que se empeñe en jugarlo, su otro argumento, ser el líder de la minoría más numerosa, no pasa de ser lo que los jugadores de mus llaman perete: un naipe de relleno en una mesa que se rige por la democracia parlamentaria, donde la legitimidad la otorga, al final, poder sumar más votos a favor que en contra.

Mejores cartas, por paradójico que pueda resultar, tiene en su mano el candidato socialista. Puede exhibir, en primer lugar, ser el más votado de las fuerzas que propugnan alguna enmienda al actual estado de cosas. Puede jugar, también, con su poca distancia relativa a los postulados de los demás actores de la partida, lo que le abre la posibilidad de dialogar con todos ellos. Su flanco débil está en la brecha que existe entre quienes representan los polos de ese conglomerado alternativo que necesitaría catalizar. Pero eso puede convertirse en una baza, porque es el único que puede alegar la centralidad suficiente para hacer funcional una nueva mayoría, suministrando a unos y a otros argumentos vendibles a sus respectivos electorados y forzándoles a las renuncias precisas para poder fraguar el acuerdo.

Ahora que se han enfriado los entusiasmos de la campaña, a los emergentes los convoca la cruda realidad. Ciudadanos está muy tocado, como pasa con quien genera más expectativas de las que logra satisfacer. Y en Podemos parecen haber empezado a entender que el asalto a los cielos se pone muy cuesta arriba con 69 diputados de dudosa cohesión; no digamos ya exigir un referéndum de autodeterminación y cuestionar las bases del Estado. Ni unos ni otros pueden imponer su agenda, pero sí les es factible modular la de quien no tiene otra que apoyarse en sus escaños. Y eso, mejor o peor, también es una jugada.

Para tahúres templados, hay partida.