Me considero una persona valiente. Me he atrevido a mucho en mi vida y pienso atreverme a mucho más. Sin embargo no hace tanto hubo algo a lo que no me atreví. Albert Rivera me ofreció ir como independiente en la lista de Ciudadanos al Congreso. Y yo me sentí honrada de la cabeza a los pies. Pero, tras sopesarlo y darle mil vueltas, le dije que no.

Tenía y tengo buenas razones para quitarme de en medio (sin ir más lejos, que lo mío no es gobernar sino escribir…) y a la vez me dio rabia porque es de las pocas, muy pocas veces en mi vida, que he dicho que no a algo por miedo. Por miedo a pasarlo mal. Por miedo a tener disgustos y quebraderos de cabeza y patadas en el hígado como los que estos días ha tenido Marta Rivera de la Cruz, que a diferencia de mí sí se atrevió a meterse en camisa de once varas y en política.

Escribí en su día un artículo alabando a Marta, reconociendo que ella había sido valiente donde yo fui cobarde y pidiendo -¿premonitoriamente?- que no le cortaran la cabeza por eso. Que no la machacaran precisamente por sus cualidades. ¿No nos quejamos siempre de que la política es como es porque la hace quien la hace, porque los más cualificados no quieren ir a ella? Si dejamos que los chusqueros y los mamíferos de la cosa pública saboteen cualquier intento de desembarco de independientes mejor preparados, más lúcidos, más generosos y con más matices, ¿a dónde iremos a parar? ¿Directos a la peorcracia?

Marta Rivera de la Cruz como candidata puede gustar o no gustar y nadie está obligado a votarla. Pero a respetarla a ella y de paso a todos los que además de votar sabemos leer y escribir, pues sí. ¿De verdad creen que somos todos tontos y nos chupamos el dedo? Para sostener que aquel tuit suyo negaba el Holocausto hay que tener mucha mala leche, mucha empanada mental o las dos cosas juntas. Vamos, es que no voy ni a discutirlo.

En cuanto a lo otro: no sólo creo que la discriminación de género en el ámbito penal es y ha sido siempre un disparate, sino que puedo decir que conocí muy de cerca un caso de grave violencia doméstica psicológica, con salto a la física, infligido por un hombre a una mujer ante los ojos de la criatura de ambos, y que por culpa de esta ley de violencia de género que tenemos, que mata moscas a cañonazos mientras se le escapan vivos los tigres, no sólo los hechos quedaron distorsionados y sin verdadera corrección sino que la víctima salió injustamente perjudicada. Creánme, es una porquería de ley también para las mujeres.

¿Nos dejamos de tonterías y de ir a por Marta y nos ponemos, para variar, a hacer leyes bien hechas?