Hace sólo cinco años hacía furor un libro de Germà Bel titulado España, capital París (Destino, 2010) que ponía el dedo en la llaga de las infraestructuras y el alma radial de España. Era un libro inteligente, documentado y a la vez halagador para las élites de moda en el momento en Cataluña. Sin apartarse de la realidad y de los datos, imprimía un ligero pero significativo énfasis -a veces con argumentos más pertinentes, a veces más peregrinos…- a uno de los apriorismos catalanes más inexpugnables: el complejo de superioridad ultrajada respecto al resto de España. El agravio de sentirse gobernados, cuando no sojuzgados, por gente más incapaz. Notoriamente inferior.

¿Qué más tiene que pasar, redéu, para curarnos a unos y a otros de ese malentendido tremendo? ¿De esa pesadilla según la cual del Ebro al Mediterráneo todo es gauche divine, estelada y rock’n’roll, mientras que del otro lado a duras penas acaban de inventar el palo del mocho y la rueda?

Bueno, yo hace rato que digo que no es que Mas, Forcadell y el resto de la Santa Compaña tengan un plan maquiavélico y brutal. Qué va. No hay plan, no hay puntada con ni sin hilo, no hay aguja… Lo que hay es un inmenso agujero negro político. Un socavón moral e ideológico que no se lo salta ni un independentista ni un trapecista.

A estas alturas yo creo que hasta el pato Donald se apercibe –y eso que a él no le han dicho nada, de momento, del Tribunal Constitucional- que en Barcelona está, con perdón, improvisando casi todo el mundo. Quitando a los de Ciutadans, los únicos que no han tenido que reajustar a toda leche el foco y el voto, tenemos una resolución de un Parlamento autonómico que no sólo es que sea estrambótica e inconstitucional, es que no la pueden aplicar ni los mismos que la promueven, a falta de govern legalmente constituido, y que no tiene trazas de constituirse hasta bastante después del 20-D, a ver qué pasa y si desde Madrid les sacan las castañas del fuego.

De CDC a la CUP, pasando por La Vanguardia, todos esperan un milagro político que venga de la meseta y les ahorre el bochorno, a unos, de desdecirse, a otros, de rajarse, y a todos en general, de refundarse. Algo así como salir a comer fuera un domingo y regresar a casa para descubrir que, en tu ausencia, el vecino te ha cortado el césped y te ha lavado el coche. Cataluña, capital Madrid: al final de tanta historia hay que ir pues eso, a ver qué se les ocurre a los más brutos, a los españoles a secas, para salir del lío.

O no.