Bart Hulsbosch vive en Bruselas, trabaja en un banco y lee todos los días De Standaard, el diario neerlandófono. Habla a menudo con familiaridad y respeto de “mi periódico”. Las historias de la actualidad adquieren más relevancia y credibilidad para él cuando aparecen en su diario. Busca los gráficos para enseñarlos y le gusta compartir y comentar sus artículos. Incluso en la leída Bélgica, Bart es un caso especial, el lector ideal, alguien que sigue hablando de “mi periódico” en un mundo informativo fragmentado en el que el diario habitual es el muro de Facebook.

A lo largo del tiempo la identificación personal con la marca ha sido tal vez el arma más poderosa de la prensa. Y sólo unos pocos han conseguido una conexión duradera con sus lectores. Una de mis anécdotas favoritas sobre la historia del New Yorker es la de Hannah Turner, una americana que fue voluntaria de la Cruz Roja en el norte de Italia al final de la Segunda Guerra Mundial. Décadas después recordaba el día del traslado de un grupo de soldados moribundos. Uno de los pocos que estaban conscientes le preguntó: “¿Qué cosa te gustaría tener ahora mismo?” Hannah contestó sin dudarlo: “Un ejemplar del New Yorker”. El herido se echó a reír y se puso hablar de cuánto le gustaba el semanario. Hasta que llegó la ambulancia comentaron sus viñetas y escritores favoritos. “Pasamos 15 minutos en otro mundo, uno que era familiar, divertido y muy, muy distante de aquél”, contaría mucho después Hannah a Ben Yagoda, el autor del libro About Town sobre la historia del New Yorker. Fue la última conversación del soldado, que no sobrevivió al traslado.

Este jueves EL ESPAÑOL lanza lo que nuestro diseñador Alfredo Triviño bautizó como “la edición”, un periódico con su principio y su final pensado para el teléfono móvil y la tableta. Alfredo lo definía como “un viaje” reposado al final del día. Lo más parecido a un periódico sin papel. 

Puede que la cita diaria dentro de un perímetro con una lectura sucesiva sea una antigualla o una idea revolucionaria, pero lo esencial, lo que nos salvará o lo que nos hundirá a largo plazo, sigue siendo lo mismo que mueve a Bart o lo mismo que movía a la enfermera del New Yorker: la identidad. La capacidad de hacer algo único que se convierta en personal para los lectores es lo que hace que un medio sea influyente y duradero. A lo que proponemos aún le faltan muchas de las herramientas que imaginamos hace casi un año. Pero la idea detrás de "la edición" aspira a algo mucho más profundo y que no se logra sólo con un contenedor bonito. Lo que hará que llegue lejos será nuestra capacidad para ganarnos el título de “mi periódico” ofreciendo ese algo que no te da nadie más. 

Sree Sreenivasan, jefe digital del Museo Metropolitan de Nueva York, siempre dice que “todos estamos en el negocio de la atención”. Lo estamos, pero el verdadero triunfo es conseguir no sólo la atención sino sobre todo el afecto del lector.