Es admirable la naturalidad con la que Jordi Évole diseñó la artificiosidad del debate entre Albert Rivera y Pablo Iglesias en el bar Tío Cuco de Barcelona. No le envidio la tortura, eso sí, al pobre currito de producción de La Sexta al que le cayó el encargo de encontrar un bar normal que representara al hipotético español de la calle. Uno de esos bares de barrio obrero de toda la vida, tan fotogénicos y exóticos ellos, con sus azulejos de patio sevillano, su reloj con el logo de Coca-Cola, su especialidad en sándwiches de jamón y queso, sus botellas de anís casi vacías, su palillero de plástico blanco, su servilletero con servilletas impermeables y, muy importante, su café con leche servido en vaso y no en taza.

Traten ustedes de encontrar al español medio. Uno de treinta y seis años, al que le gusten los toros y la tortilla de patatas con cebolla, del Real Madrid, de dedos cortos y más bien rechonchos, casado, con dos hijos, católico no practicante, votante del PP, de 1,73 metros de altura, 68,9 kilos de peso, que lave las sábanas dos veces a la semana, que haga la siesta cada día, que pase el 70% de su tiempo libre frente a la televisión, que no se cepille los dientes cuando salga a comer fuera de casa y con el colesterol por encima de los 200 mg. Antes encontrarán un pájaro dodo. La normalidad es una cosa inusualmente excepcional.

En la puesta en escena del debate entre Iglesias y Rivera, en definitiva, solo faltó el carmín mal fregado en el borde del vaso de Rivera. Así que ya siento chafarle la guitarra de sus fantasías obreristas a los adolescentes de turno, pero ese bar no representa a la mayoría de los españoles. ¿Les representa a ellos? Solo hay que echarle un vistazo a las tres asesoras del equipo de Pablo Iglesias para darse cuenta de que la normalidad Podemos no podría estar más alejada de la del cliente medio del bar Tío Cuco. Ese al que meten en medio de una sesión del festival Sónar a cargo de un DJ transexual y se lía a garrotazos.

Lo que sí representa ese bar, y muy fielmente por cierto, es la idealización del español medio que el obrerismo de postal lleva décadas intentando encasquetarnos al resto de los españoles mientras los nietos del último proletario de mono azul que enroscó una tuerca en España pasan la tarde sentados frente a la puerta de la Apple Store atiborrándose a cafés macchiato del Starbucks más cercano en vasos de cartón reciclado.

Ahí lo han niquelado.