La belleza y la razón van cada una por un camino. Pero cuando se juntan: ¡qué gustazo! Ahora en Cataluña, en España, tenemos a Inés Arrimadas. Con ella estamos casi en Grecia, en la Grecia de las diosas. Justo hoy he leído en Proust: “Desde que ya no existe el Olimpo, sus habitantes viven en la tierra”. Así Arrimadas.

Es tan guapa, que su presidente en Ciudadanos de pronto se ha vuelto mate. Albert Rivera resplandece en las encuestas, pero al lado de Arrimadas se ha afeado un poco desde la última noche electoral. Del mismo modo que a uno de los hermanos Calatrava se le llamaba “el guapo”, siendo feísimo, solo porque el otro era más feo aún. La belleza es una relación.

¿Y a quiénes tiene enfrente doña Inés? A los palurdos del nacionalismo, esos Pacos Martínez Soria de la estelada. De repente Arrimadas es la sueca en el país de los Landas. El nacionalismo ha tenido el efecto de convertir nuestra región más europeizante, aquella que nos indicaba la salida hacia Francia e Italia (es decir, cómo desde España se podía ser también francés e italiano), en la reserva carpetovetónica de la península. Los nacionalistas pueden hacer verdad que “África” empiece en los Pirineos; y que más al sur y al oeste, pasando el Ebro, se regrese a la Europa constitucional.

Qué tiempos aquellos en que la guapa era Teresa, Teresa Serrat, la burguesita barcelonesa de la novela de Marsé, a la que el Pijoaparte, oriundo de Ronda, perseguía. Hoy es la charnega Arrimadas, catalana de Jerez, la que está en su situación, pero con el nacionalismo pijoaparte no solo no persiguiéndola sino despreciándola. (A excepción de su pareja convergente: pero una golondrina no hace verano, y menos en las espesuras del oscurantismo). Por fortuna, no toda Cataluña es nacionalista, por más que la que sí lo es se empeñe en apropiársela entera, por reducción.

Hay al menos, sí, dos Cataluñas. En una está Arrimadas con su ilustración, con su formación, con su discurso limpio, con su encanto; y en la otra esa recua de Tejeros cúrsiles, monjas, chivatos, chantajistas y cantautores, que buscando la salida de España han caído en la España más negra, la del esperpento y los autos de fe.

El último en incorporarse ha sido un Manel Martos (¡editor!), que ha emitido unas fascistadas contra Félix de Azúa y –como me señala José María Albert de Paco– unas gracietas sin gracia sobre un fallido atropello de bici a Eduardo Mendoza. Ambos son catalanes pero da igual: en estricta lógica falangista, si no se adhieren al movimiento nacional son enemigos. Así de feo.