El PP responde a sus múltiples fracasos con el azoramiento de los molosos desahuciados. Desde el batacazo de las europeas han sido cuatro veces cuatro las derrotas (andaluzas, municipales y autonómicas, y catalanas) ganadas a pulso sin que Mariano Rajoy ni su entorno, valga la redundancia, hayan ofrecido una sola muestra creíble de buena voluntad, a estas alturas nadie cuestiona su nula capacidad, para cambiar las cosas.

Felipe González ganó de chiripa en el 93 y dijo que había "entendido el mensaje" porque tocaba, desapasionadamente, un terroncito para ingenuos olvidadizos en medio de un lodazal irrespirable de escalos, crimenes de Estado y decepciones múltiples. El PP de Rajoy, sin embargo, no ha hecho otra cosa que perder votos desde 2012 y persiste en la creencia de que los electores perdonarán la corrupción y se olvidarán de los sinsabores de la crisis, de los recortes, de Bárcenas y su sueldo en diferido y su móvil colapsado de mensajes solidarios, y de Rato y las 'black' ardiendo en los reservados, sin más actos de contrición que la aprobación de unos presupuestos impracticables, por electoralistas, y una insultante revisión de los sufijos.

Llega la economía con alma, estúpidos, esa capaz acaso de convertir a Montoro en un amable edecán, o al mismísimo Rajoy en un dechado de empatía. La economía con alma, vaya oxímoron, viene a ser una nueva edición del spot de los cafés, aquél en el que Floriano hacía de Demóstenes sobre un tintineo de las porcelanas para concluir que al PP le había "faltado piel", cuando lo que todo el mundo veía es que el partido en el que la mayoría de los españoles había confiado la deconstrucción del zapaterismo andaba ahíto de caraduras y michelines.

Mariano Rajoy quiere servir una nueva ración edulcorada del milagrito de las cifras macro cuando el milagro de verdad es que Maria Dolores de Cospedal haya podido comprarse un piso de 246 metros cuadrados en la milla de oro de Madrid con su sueldo de ex presidenta.

El presidente no comprende que, después de siete años de crisis, de poco sirve crecer al 3% si el empleo es escaso y precario, y el futuro incierto, y no hay nadie en las alturas en quien depositar un resquicio de confianza. Si los españolitos de las quechuas en la Puerta del Sol y las dos licenciaturas en la cola de INEM están perdiendo la confianza en un hombre que se compra las camisas en Alcampo, ¿cómo demonios van a confiar en un equipo de tecnócratas conservadores con gustos pijos?

La constelación popular es una galaxia muerta, polvo en suspensión, por mucho que Pablo Casado o la Bomba Levy brillen vagamente en los últimos platós. Y la economía con alma, que anuncia Génova, es un acto de fe ciega, el último torpe ensalmo de una banda de derrochadores de votos prestados, el último balido de un ídolo cansado.