Donald Trump, presidente de EEUU, junto a Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, en la Casa Blanca. Reuters
Trump reprende a Netanyahu y fuerza el canje total: dónde se juega la paz y dónde naufraga el plan de 20 puntos
Estos son los cuellos de botella del plan de paz: monitores y un día después sin mando legítimo en Gaza.
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“¡Siempre eres jodidamente negativo! Esto es una victoria. ¡Acéptala!”. Esta fue la reacción al teléfono del presidente de EEUU, Donald Trump, a la respuesta del israelí Benjamín Netanyahu (“No hay nada que celebrar”) sobre la aceptación con condiciones de Hamás del plan de paz para Gaza, según una exclusiva de Barak Ravid (Axios).
Trump le dio un últimatum a Bibi: si no mueve ficha, pierde su apoyo. La bronca se encuadra dentro del empuje de la Casa Blanca para activar un canje amplio y un alto el fuego inmediato.
Imperfecto y difícil, pero la única salida de momento, según el Washington Post, el plan de 20 puntos de Trump busca poner fin a la cruenta guerra entre Israel y Gaza de la que el 7 de octubre se cumplen dos años, y que se inició con el ataque terrorista de Hamás a un concierto y a colonias israelíes, con un saldo de 1.139 fallecidos y 251 secuestrados, de los que hoy quedan 48 rehenes en Gaza, unos 20 con vida.
En el bando de Hamás, el Ministerio de Sanidad asegura que son más de 60.000 los muertos, en su mayoría civiles, cifra aceptada por Israel y por Naciones Unidas, que ha calificado la reacción del Gobierno de Netanyahu como un ataque desproporcionado, además de calificar los actos de ambos lados como crímenes de guerra, y llevar a cabo una investigación de genocidio.
La garantía más evidente de que el plan puede salir adelante es, precisamente, la presión de Trump a Netanyahu, ya que EEUU es el principal valedor y suministrador de armas a Israel (según el acuerdo firmado por Barak Obama en 2016), con un gasto solo en lo que llevamos de 2025 de unos 12.000 millones de dólares, según datos del Gobierno de EEUU. Con Trump al frente, ¿qué puede salir mal?
En el acuerdo hay mimbres para frenar la sangría, como el canje de rehenes por prisioneros israelíes y la retirada inicial de las fuerzas israelíes de Gaza. Pero sin monitores con auténtica capacidad ejecutiva, una Autoridad (Nacional) Palestina reformada y con poder real, o un “consejo para la paz” que sólo coordine (y no que gobierne), el plan corre el riesgo de ser otro alto el fuego efímero con reconstrucción extractiva y cero horizonte político.
El plan propone tres fases. La fase 1 exige el alto el fuego inmediato tras la confirmación de Hamás, que se produjo el viernes, el intercambio de todos los rehenes, vivos o muertos, por miles de presos palestinos en manos de Israel, y la retirada inicial del ejército israelí a una línea de retirada dentro de Gaza llamada línea amarilla.
La fase 2 incluye el desarme de Hamás y la gobernanza interina sin Hamás (tecnocrática), con observadores y “monitores independientes” que verifiquen cada paso.
Y la fase 3 supondría la retirada completa de Israel, si se cumplen los hitos y un programa de reconstrucción coordinado por un panel internacional (board).
De momento, y pese a la petición pública de Trump de detener todos los bombardeos, los ataques israelíes continuaron en las últimas horas, lo que tensiona la mínima confianza necesaria para arrancar.
Hamás, que a todas luces ha perdido esta guerra, exige palestinos en los órganos de observación y transición y no menciona el desarme en su aceptación del plan. Al mismo tiempo, los equipos viajan a El Cairo para negociar la coreografía operativa.
Y mientras estos se acercan al Nilo, Netanyahu habla de reptiles carnívoros: “No alimentéis al cocodrilo”, ha advertido el líder israelí a los líderes europeos a los que acusa de hacer concesiones al terrorismo, y ha amenazado a Hamás con la aniquilación total si no acepta íntegra e incondicionalmente el plan de Trump.
Qué puede salir bien
El principal motivo para que todo salga bien es que existe una ventana política para que se lleve a cabo la fase 1: el canje, el alto el fuego y la retirada inicial de Israel.
Son incentivos que tanto Netanyahu como Hamás pueden “vender” a sus ciudadanos. La agencia Reuters recogía dos claves en boca de Trump: “cuando Hamás confirme, el alto el fuego será inmediato”. Operativamente, esto desbloquea el intercambio y baja la temperatura militar.
En segundo lugar, el poder de presión de Washington. La reprimenda a Netanyahu no es anecdótica, sino que incrementa el coste político de no moverse. El relato de liderazgo de Trump (“yo lo he solucionado”) y el empuje a ambas partes para avanzar forman parte de la estrategia de presión, como explica Axios.
En tercer lugar, este marco tiene posibilidades de funcionar si se ejecuta bien, como indica el analista Michael Koplow (Israel Policy Forum), que concede que el plan puede poner fin a la guerra si se implementa con orden. Su advertencia es que lo duro viene después: gobernanza y seguridad sostenibles.
Puntos de fricción
El primer punto de fricción será la responsabilidad de los monitores independientes que parecen ser los encargados de hacer todo el trabajo. Neri Zilber ha resumido con crudeza un consenso entre los principales expertos: esa cláusula es la que sostiene todo el “orden de posguerra”, sin mandato, reglas de enfrentamiento, cadena de mando y capacidad coercitiva, será papel mojado.
El segundo punto de conflicto es que el “día después” carece de una arquitectura operativa suficiente. Hugh Lovatt (European Council on Foreign Relations, ECFR) admite que los principios del plan pueden ser útiles para frenar la destrucción, pero señala agujeros, como un calendario difuso, garantías poco claras y enmiendas israelíes de última hora que desplazan el equilibrio.
Pide hitos verificables (benchmarks) y garantías explícitas, y advierte del riesgo de consolidar la separación Gaza–Cisjordania si no se corrige.
En tercer lugar, existe una brecha entre anuncios y hechos. Pese a la instrucción de cesar los bombardeos, los ataques mortales israelíes han continuado. Si el día 1 no muestra señales consistentes —hora del alto el fuego, mapa público de retirada, orden del canje—, la confianza se evapora.
Un camión transporta un tanque, en el lado israelí de la Franja de Gaza.
El cuarto factor disruptivo es Cisjordania. El capítulo West Bank es el gran agujero negro: Trump ha exigido verbalmente a Israel la no anexión, pero faltan medidas operativas (moratoria de asentamientos, alivio institucional a la ANP). Sin un hilo político con Cisjordania, Gaza se cae por “efecto West Bank”, según Lovatt (ECFR).
Por último, la composición del board por la paz y la anunciada presencia de Tony Blair es motivo de rechazo, por el riesgo de tutela externa, y anuncia “fallos fatales” si el board concentra decisiones y desplaza a la administración interina palestina. Chatham House añade un ángulo económico: cuidado con un esquema donde los beneficios de la reconstrucción salgan de Gaza, una posibilidad que alienta las críticas de “neocolonialismo”.
Lo destinado al fracaso
En la fase 1 todo puede fracasar si se producen incidentes sin protocolo (un cohete o una incursión pueden congelarlo todo), incongruencias entre discurso y terreno (anuncios de pausas, pero con bombardeos).
Además, la coreografía es opaca, sin hora de cese ni mapa de retirada ni orden del canje. Se impone la exigencia de día 1 milimétrico: hora exacta del cese, mapa público de la línea, y secuencia clara del intercambio. Y un centro de desescalada que procese incidentes en tiempo real.
En la fase 2, el principal riesgo es que se lleve a cabo una verificación en la que los monitores observan pero no pueden hacer cumplir. También existe el riesgo de un veto doméstico israelí a devolver poder real a la ANP en Gaza. Además, y como indica Lovatt, se puede producir una desalineación con Cisjordania: sin freno a asentamientos de colonos ni oxígeno a la ANP, todo cojea.
Estos riesgos exigen un anexo técnico público mínimo: con mandato de monitores, reglas de uso de la fuerza, cadena de mando y sanciones automáticas ante incumplimientos, y un compromiso operativo con Cisjordania.
La fase 3 puede fallar si se impone la percepción de “gobierno externo” si el board decide sobre la administración palestina. Esto supondría una reconstrucción extractiva: contratos y retornos que no se quedan en Gaza.
Los países árabes no pueden ser como pagadores sin voz, ya que el acuerdo perdería legitimidad y cooperación. Para evitar este peligro, y como sugiere Chatham House, el board debe ser acotado para que coordine y supervise (pero no gobierne), con una auditoría robusta, participación árabe con plenos derechos y reglas para capturar el talento palestino.
Egipto y el eje árabe
Egipto es el cuello de botella, ya que acoge a las delegaciones y marca el compás de la mesa de El Cairo. Si allí se atasca el acuerdo, se atasca todo.
Además, esta mediación se produce mientras siguen los ataques, lo que encarece la confianza basal entre los negociadores. Catar y otros actores árabes pueden sumarse, pero están pidiendo una soberanía palestina real y reivindican papel de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
No quieren un gobierno de facto extranjero vía board. En este aspecto convergen la mayoría de analistas europeos.
En resumen, estas serían las señales a vigilar en las próximas horas para ver si el plan funciona: un día 1 bien coreografiado, regulación del mandato de los monitores, la moratoria verificable de asentamientos en Cisjordania y la coherencia de los anuncios verbales y los desarrollos sobre el terreno.