Una mujer cristiana palestina herida es llevada al hospital tras un ataque israelí contra la Iglesia de la Sagrada Familia. Reuters
Netanyahu reduce al mínimo su lista de aliados tras enfurecer a Meloni con el bombardeo de la única iglesia católica de Gaza
Tras una semana convulsa dentro de su gobierno por la marcha de los partidos ultraortodoxos que tradicionalmente habían apoyado al Likud, los ataques sobre Siria y Gaza no hacen más que complicar la situación diplomática del primer ministro israelí.
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El Gobierno israelí vuelve a pender de un hilo, como lo ha hecho casi desde que se formara en diciembre de 2022. La razón vuelve a ser el descontento de los ultraortodoxos con la previsible retirada de la exención militar por motivos religiosos, algo que Benjamin Netanyahu lleva un año aplazando por una cuestión política, pero que el Supremo ya dejó claro que no hay base legal para mantenerla.
En una espiral de guerra constante contra todos sus vecinos (Gaza, Líbano, Siria, Irán…), el país no puede permitirse el lujo de tener a decenas de miles de jóvenes exentos del servicio militar solo porque hayan elegido estudiar las leyes sagradas.
En lo que va de semana, tanto Agudat Yisrael como la coalición Degel HaTorah han decidido salir del Gobierno tras décadas de connivencia política con el Likud, el gran partido de la derecha israelí.
Los ultraortodoxos han formado parte de todos los gobiernos de Netanyahu hasta la fecha, que no han sido pocos, y su retirada puede suponer el desmembramiento en la práctica de un Ejecutivo que ahora mismo está en minoría en la Knéset, la asamblea parlamentaria israelí.
A esto hay que unirle las amenazas constantes de los ministros de Sionismo Religioso, en particular de sus líderes Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, partidarios de una política aún más intervencionista y de la vuelta a las fronteras anteriores a los acuerdos de Oslo y de Madrid de los años noventa.
Los dos, junto a sus milicias armadas de Cisjordania, llevan extorsionando al primer ministro casi desde que tomó posesión dentro de un contexto interno de fuerte contestación: las protestas por el intento de Netanyahu de invadir competencias del Tribunal Supremo coparon buena parte de 2023 y el malestar en la mayoría de la sociedad israelí por el poco esfuerzo mostrado en la liberación de los rehenes del 7 de octubre es palpable.
Hablamos de una sociedad que tuvo que repetir comicios cinco veces en poco más de dos años y cuya división interna es, por lo tanto, evidente.
Como sucede en Occidente, los radicalismos cada vez ganan más fuerza y las posiciones son cada vez más extremas. Como sucede también en algunos países de Occidente, con tal de mantenerse en el poder, el primer ministro parece empeñado en satisfacer todas sus exigencias, incluso las que acentúan la soledad del país y su reputación en el exterior.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, a su entrada el lunes en la Knéset. Reuters
Amenazas a Damasco, pese a las peticiones de Trump
Y es que, desde el 7 de octubre de 2023, Israel vive en un estado de excepcionalidad que no apunta a nada bueno.
El trauma que supuso la masacre causada por el grupo terrorista Hamás y la constatación de que sus fronteras eran más permeables de lo que creían, ha hecho que Israel y, sobre todo, su Gobierno, hayan entrado en un peligroso estado de pánico.
A la guerra en Gaza le siguió la guerra en Líbano y a la guerra en Líbano, la guerra en Irán. Ahora, le ha tocado el turno a Siria.
Meterse en el avispero de Siria tiene pocas justificaciones. Netanyahu ha elegido la de la protección del pueblo druso, una etnia cuya religión mezcla elementos del islam, el cristianismo y el judaísmo, enfrentada a milicias islamistas y arrinconada en la región de Sweida.
Mientras que Estados Unidos intenta poner paz en la zona, Israel no deja de echar gasolina al fuego, provocando una inestabilidad en el país vecino que puede acabar en una nueva guerra civil.
Puede que, en la mente de Netanyahu, esa guerra civil sea deseable porque así sus enemigos están entretenidos y no pueden atacarlo, pero lo cierto es que el riesgo es enorme. En Siria, durante la anterior guerra civil, nació el ISIS.
En Siria, siguen activas las milicias pro-Asad, a la espera de dar un golpe para recolocar al sangriento dictador en su puesto. En Siria, hay un Gobierno cogido con alfileres que empezaba a ganarse un reconocimiento internacional y que ahora ve cómo sus instalaciones en Damasco son bombardeadas en pleno día.
En definitiva, Siria es un avispero y de poco sirve que Netanyahu le diga al ejército que abandone todo el territorio desde Damasco a la frontera con Israel si ese ejército no tiene el monopolio absoluto de la violencia, sino que esta se reparte entre tribus, etnias y distintas milicias.
El enfado de Trump al respecto es tremendo y el acuerdo de alto el fuego al que se llegó el pasado miércoles no tiene pinta de que vaya a durar demasiado. Siempre hay una afrenta que vengar por las bravas.
Cuatro muertos en una iglesia católica en Gaza
Aparte de las disensiones internas y el tira y afloja con la Casa Blanca, Netanyahu se enfrenta desde este jueves a un nuevo problema diplomático. Dentro de su política de bombardeos aleatorios en Gaza, una política que dura ya casi dos años, las FDI alcanzaron una iglesia católica en la Franja, dejando al menos cuatro muertos e hiriendo de gravedad al párroco Gabriel Romanelli, íntimo amigo del Papa Francisco, y cuya labor ha sido elogiada por el Papa León XIV.
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, salió inmediatamente a condenar el ataque a las redes sociales, con un mensaje que iba más allá de las confesiones religiosas.
Según Meloni, “los ataques israelíes sobre la población civil de Gaza son inaceptables, ninguna acción militar justifica tales atrocidades”.
Todo esto, el mismo día que Eslovenia se convertía en el primer país de la Unión Europea en anunciar públicamente que no permitiría la entrada en su territorio a los citados ministros Ben Gvir y Smotrich por incitación al genocidio.
Los problemas que está causando la ferocidad militar de Netanyahu son obvios. Está por ver cuáles son los beneficios. Los pocos rehenes que aún quedan en manos de los terroristas siguen sin ver cómo se concreta el acuerdo de alto el fuego que Estados Unidos lleva anunciando dos semanas.
La inestabilidad en Siria y en Líbano puede provocar un resurgimiento terrorista en la zona difícil de controlar. El continuo desacato a lo pactado con Trump no va a serle a Israel de gran ayuda. Conseguir la paz en Oriente Próximo es dificilísimo, pero empeñarse tanto en crear el caos tampoco es del todo sencillo.