
Tayyip Erdogan y Ahmed al Sharaa, en un foro diplomático a mediados de mes. Reuters
Israel y Turquía calientan su guerra fría por Siria y los palestinos: "Un choque directo sería muy costoso para ambos"
Erdogan ha sido durante años uno de los principales defensores de la causa palestina, mantiene relaciones con grupos como Hamás y respalda sus reivindicaciones frente a Tel Aviv.
Más información: ¿Ha muerto la lucha armada de los kurdos? Estos expertos saben que es demasiado pronto para que Erdogan cante victoria
Mientras Estados Unidos se retira con sigilo, Turquía e Israel libran una guerra fría en el corazón de Siria tras la caída de Bashar al Asad. En este tablero, Tel Aviv ha respondido con ataques aéreos contra los intereses turcos en Siria, donde Ankara entrena al nuevo ejército nacional. Y entre ambos, Washington maniobra para no perder el control sin pisar el terreno.
Antes de que EEUU anunciara la retirada parcial de sus tropas la semana pasada, Siria ya era escenario de una escalada militar entre Turquía e Israel.
El despliegue turco en la base aérea T4 de Tiyas, la proyección de nuevas infraestructuras militares en Palmira y los entrenamientos conjuntos con el ejército sirio provocaron un primer pico de tensión regional. A pesar de ser los dos principales ejércitos de la región —el turco es el segundo mayor dentro de la OTAN e Israel es el principal aliado militar de EEUU en Oriente Medio—, Ankara y Tel Aviv mantienen una rivalidad creciente que se manifiesta de forma cada vez más abierta sobre el terreno sirio.
La tensión no es nueva. Turquía ha sido durante años uno de los principales defensores de la causa palestina, manteniendo relaciones con grupos como Hamás y respaldando públicamente sus reivindicaciones frente a Israel. Esta postura alimenta una rivalidad ideológica que ahora se traslada al campo sirio, donde ambos compiten por influencia bajo agendas de seguridad enfrentadas.
El Pentágono reducirá a la mitad su contingente de unos 2.000 soldados en las próximas semanas, dejando atrás una red de bases y aliados —especialmente las SDF kurdas— que hasta ahora dependían del respaldo militar directo de Washington. Aunque el objetivo declarado es mantener un apoyo limitado en la lucha contra el Estado Islámico (ISIS), esta retirada redistribuye el equilibrio regional, con Ankara tomando la iniciativa mientras Israel reaccionó con violencia bombardeando la base T4 y la de Palmira el 25 de marzo.
El repliegue, sin embargo, no implica un abandono absoluto. Antes del anuncio del acuerdo de intenciones del 10 de marzo entre las facciones kurdas y el nuevo gobierno de Damasco, Trump aprobó un paquete de ayuda financiera y militar para las SDF con el objetivo de garantizar su operatividad durante al menos un año más. Se trata de una maniobra que busca contener al ISIS sin involucrarse más profundamente en la nueva estructura del poder en Siria.
¿Quién rellena el vacío?
A pesar de ser los dos principales ejércitos de la región —el turco, el segundo mayor dentro de la OTAN, e Israel, el principal aliado militar de Estados Unidos en Oriente Medio—, Ankara y Tel Aviv se encuentran en una ruta de colisión cada vez más evidente sobre el terreno sirio. La paradoja complica los equilibrios internos de la OTAN y añade tensión a la ya frágil alianza occidental en la región.
¿Significa esto que la administración Trump deja Oriente Medio en manos de Ankara e Israel? No exactamente.
Mientras EEUU se aleja físicamente, no renuncia a su capacidad de presión sobre Damasco mientras refuerza su alianza con Tel Aviv. No obstante, como advierte a EL ESPAÑOL el analista de Atlantic Council Richard Outzen, “una Siria soberana con capacidad de autodefensa y cooperación en materia de seguridad con Ankara necesita mucho menos la ayuda rusa o iraní en esa área. La clave de un resultado estable es lograrlo de una manera que no amenace los intereses de Israel ni de EEUU en la región”. Es decir, aunque Trump no confía plenamente en el mercúrico presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, lo acepta como una herramienta útil bajo vigilancia.
El acuerdo militar entre Turquía y el nuevo gobierno sirio se ha presentado como un pacto defensivo para estabilizar Siria y frenar al ISIS, pero los intereses cruzados están multiplicando los riesgos de confrontación en un escenario volátil. “Ankara busca restaurar un gobierno funcional en Siria que permita normalizar los vínculos de comercio, migración y seguridad entre ambos países”, explica Outzen, experto en seguridad nacional. Y añade: “una Siria funcional e integrada regionalmente resolverá muchas de las preocupaciones sobre las YPG (milicias kurdo-sirias aliadas del PKK, considerado grupo terrorista por Ankara) y los refugiados sirios en Turquía y en otros países”.
En la base aérea T4, cerca de Palmira, Turquía ha instalado sistemas de defensa como los Hisar-O con el fin de proteger al nuevo gobierno interino y disuadir ataques israelíes. Desplegará además 50 F-16 y drones armados para apoyar el entrenamiento del nuevo ejército sirio. Mientras que el despliegue de antiaéreos rusos como los S-400 sigue pendiente de aprobación de Moscú.
Choque de agendas
El despliegue turco en Siria responde a una hoja de ruta bilateral estratégica. Según fuentes diplomáticas, el pacto prevé una integración escalonada de capacidades defensivas, la formación conjunta de un nuevo ejército sirio y el establecimiento de mecanismos de coordinación binacional para gestionar amenazas comunes como el ISIS o células residuales del antiguo régimen. También se ha planteado una redistribución futura de las fuerzas extranjeras presentes en Siria, incluyendo las estadounidenses.
Israel, por su parte, percibe esta expansión como una amenaza directa a su “libertad de acción”, es decir, atacar unilateralmente supuestos objetivos iraníes en suelo sirio, pero claramente la alianza entre Erdoğan y el nuevo líder islamista sirio Ahmed al Sharaa (ex Al Qaeda) también es una amenaza para Benjamín Netanyahu, que desde la caída del régimen se adentró en territorio sirio y apoya la autonomía de la minoría drusa en el sur.
Israel bombardeó la base T4 justo antes de la llegada de militares turcos, y los días 2 y 3 de abril intensificó sus ataques con bombardeos en Damasco, Hama, Homs y Daraa, donde murieron al menos nueve personas. Advertencias explícitas contra Ankara y Damasco. Estos ataques aéreos buscan, según fuentes israelíes, “eliminar capacidades militares que puedan ser usadas contra el Estado de Israel”. Un alto cargo de seguridad declaró al Jerusalem Post: “No permitiremos ninguna amenaza a nuestra libertad operativa aérea”.
La administración Trump, lejos de frenar esta deriva, ha endurecido su postura. EEUU exige que Siria expulse a militantes palestinos, controle sus arsenales químicos y emita declaraciones públicas contra el yihadismo como condición para suavizar mínimamente las sanciones. Washington aún no reconoce al nuevo gobierno y mantiene su designación de Ahmed al-Sharaa como terrorista. Paralelamente, Turquía y EEUU negocian una revisión de sanciones cruzadas, incluida la posibilidad de almacenar o retirar temporalmente los S-400 rusos para facilitar el regreso de Ankara al programa F-35 de la OTAN.
Sin embargo, sobre el terreno la cooperación avanza. Turquía ha ofrecido a las SDF integrarse en el Estado sirio a cambio de desarme. Según explica a este diario Ömer Özkizilcik, analista del Atlantic Council, “la estrategia geopolítica iraní colapsó debido a las políticas implementadas por Turquía. Años y miles de millones en inversiones iraníes han sido revertidos por Turquía en cuestión de días. Turquía cuenta ahora con una influencia adicional sobre Rusia que podría ayudar a mediar en Ucrania”.
La escalada entre Ankara y Tel Aviv es evitable. “Ambos son actores militares importantes, y un choque directo sería costoso para los dos. La diplomacia activa es imprescindible para evitarlo”, advierte Outzen.
Devorah Margolin, investigadora del Washington Institute, coincide: “EEUU tiene una oportunidad única para recordarle a sus socios sus intereses comunes en la región”. También subraya que la implicación de Turquía en Siria responde no solo a razones de seguridad, sino también a cálculos internos: “Estabilizar Siria no solo aliviará las amenazas externas sobre Turquía, sino que también podría traerle dividendos políticos internos a Erdoğan”.
Özkizilcik rechaza hablar de “coexistencia” entre Turquía e Israel en Siria, y afirma que “la presencia israelí es una ocupación ilegal según el derecho internacional”. Considera que solo un acuerdo que garantice la seguridad de Israel podría propiciar su retirada a las líneas de 1974.
Mientras tanto, el nuevo gabinete sirio —formado el 29 de marzo e integrado por figuras vinculadas a la facción de Al-Sharaa, la HTS, pero también por representantes cristianos, drusos y alauíes— asiste a las reuniones del FMI y el Banco Mundial en Washington. Al-Sharaa busca apoyo financiero para reconstruir un país devastado tras más de una década de guerra. Para ello, Trump debería levantar las sanciones, pero Israel presiona para evitarlo.
La alianza militar entre Turquía y el nuevo gobierno sirio no solo desafía el statu quo post-Asad, sino que también reposiciona a Ankara como actor central en el nuevo orden regional. Al ofrecerse como garante de la estabilidad siria, Turquía reduce el margen de maniobra de Irán, debilita su corredor estratégico hacia el Líbano y pone en entredicho la continuidad de las bases rusas, aunque Moscú siga negociando su permanencia en Tartús y Hmeimim. Turquía refuerza también su perfil como mediador regional —desde el Mar Negro hasta el Mediterráneo oriental— en un momento en que EEUU se repliega y la UE permanece dividida.
Esta reconfiguración convierte a Siria en epicentro de una pugna geoestratégica donde se entrecruzan los intereses turcos, israelíes, iraníes, rusos y estadounidenses. El acuerdo turco-sirio fortalece también la industria militar turca mediante exportaciones y transferencia tecnológica, aunque aumenta el riesgo de exposición a represalias o atentados contra intereses turcos dentro y fuera de Siria.