Tropas del ejército de Israel operando en la Franja de Gaza

Tropas del ejército de Israel operando en la Franja de Gaza Reuters

Oriente Próximo

Israel redobla su presencia militar en Jan Yunís para conseguir que Hamás acepte su alto el fuego

El ejército dirigido por Benjamín Netanyahu espera con ello entrar en una nueva fase en la que se elimine a los altos cargos de Hamás. 

2 enero, 2024 02:31

Pronto se cumplirán tres meses desde la masacre del 7 de octubre y el hecho es que sigue habiendo un abismo entre la facilidad con la que el ejército israelí progresa en toda la Franja de Gaza y lo lejos que siguen estando sus objetivos iniciales. En estos momentos, Israel ya controla casi por completo el norte de la Franja, salvo algunos espacios de resistencia en el barrio de Jabalia, en Gaza City. En las últimas horas, ha iniciado la ocupación del campamento de Bureij, en el centro del territorio palestino, y aunque los encontronazos en el sur son constantes, el este de Jan Yunís ya está prácticamente en sus manos.

Queda la zona más contestada, la que rodea al Hospital Nasser, y de ahí que Israel anunciara este lunes el envío de siete brigadas para reforzar su ejército y completar su conquista. La idea es que no acabe el mes de enero sin un control efectivo y total sobre toda la Franja. A partir de ahí, se pasaría a una nueva fase de la guerra, solicitada desde hace tiempo por Estados Unidos, consistente en la retirada progresiva de tropas y la intervención de comandos de élite para la eliminación de altos líderes de Hamás y la liberación de los más de 125 rehenes aún en manos de los terroristas.

Ahí podemos ubicar el abismo. La fuerza bruta de Israel, que, efectivamente, ha superado con éxito las trampas que Hamás le proponía en la batalla urbana y apenas ha sufrido bajas en el proceso, choca con la incapacidad de su inteligencia militar para ir más allá y conseguir aquello por lo que entró en Gaza. La guerra empezó en octubre y nadie puede garantizar que esa anunciada tercera fase, tras los bombardeos masivos y la ocupación terrestre, vaya, efectivamente, a permitir a Israel acabar con Hamás y devolver a todos los rehenes a sus casas. Incluso si lo hace, lo hará tarde.

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El gobierno de Netanyahu insiste en que la destrucción es el camino más rápido hacia la rendición de Hamás, pero no ha habido evidencias sólidas hasta ahora al respecto. Después de 22.000 gazatíes muertos (cifra imposible de verificar y que no distingue entre civiles y soldados) y cientos de miles de desplazados, Yahyah Sinwar y los suyos siguen escondidos en algún túnel y ha sido imposible liberar más que a un rehén, muy al inicio de la ocupación, en el norte de la Franja, abandonado por los terroristas.

Una estrategia caótica

El asesinato accidental de tres de los secuestrados por las IDF el pasado mes de diciembre es significativo de la forma de trabajar del ejército israelí en Gaza: nadie se tomó el tiempo ni la paciencia ni la humanidad de averiguar quiénes eran esas tres personas desarmadas y desnudas de cintura para arriba. De hecho, la semana pasada se supo que uno de los tres murió después de repetidas promesas de que no le pasaría nada si salía de su escondite. En cuanto lo hizo, le dispararon a quemarropa

Este tipo de comportamientos son completamente inadmisibles y están detrás de la brecha enorme que existe ahora mismo entre Israel y sus aliados, especialmente Estados Unidos. La incapacidad del estado judío para mantener la cabeza fría en un terrible momento y respetar las reglas de la guerra ha llevado a una estrategia apresurada, caótica y llena de tanques y bulldozers. El objetivo parece ser no dejar piedra sobre piedra y confiar en que eso baste para la rendición. No está siendo el caso.

Los rehenes llevan casi tres meses en manos de terroristas y en territorio hostil. Si los que volvieron a casa hace más de un mes lo hicieron traumatizados y en un estado de salud precario, es difícil imaginar lo que deben estar pasando los supervivientes en la actualidad. La presión interna en Israel es tremenda y los éxitos medidos en kilómetros cuadrados no sirven de mucho a una opinión pública que quiere a sus ciudadanos de vuelta. Esa es la (única) ventaja que tiene Hamás en este tablero y la que está dispuesta a apurar hasta las últimas consecuencias.

El alto el fuego imposible

Los dos bandos necesitan una tregua por razones obvias: los israelíes solo van a recuperar a sus civiles si se los entregan los terroristas, eso parece claro. A su vez, los terroristas están asediados, incomunicados, temen perder el poder sobre una sociedad civil completamente descompuesta y no se sienten seguros en ningún lado del que hasta hace tres meses era su jardín privado.

Así y todo, son incapaces de ponerse de acuerdo. Hamás reclama empezar con el alto el fuego y luego empezar a negociar condiciones. Israel se niega por completo: la tregua se producirá -y será breve, no más de una o dos semanas- solo si el acuerdo de intercambio de rehenes por prisioneros le es satisfactorio. Egipto, que ha aceptado mediar junto a Qatar y Estados Unidos en el conflicto, propuso la semana pasada un plan de paz que pasaba por la creación de un gobierno para la Franja compuesto por varios partidos y figuras respetadas en el mundo árabe. Entre ellas, miembros de Hamás. Israel, por supuesto, se negó en redondo.

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También se negaron los terroristas porque no se contemplaba el alto el fuego incondicional como inicio del proceso… aunque luego haya mandado una delegación que está negociando en El Cairo con el presidente Al Sisi y probablemente, se reconozca o no, con miembros del Mossad y la CIA. El movimiento de las IDF sobre Jan Yunís, precisamente en esta circunstancia, se ha interpretado como una medida de presión para acelerar el acuerdo: como siempre, Israel cree que, a más muertos sobre la mesa, más posibilidad de que la balanza caiga de su lado.

Hasta ahora se ha equivocado y es desolador que insista en ese camino. Ha tenido mucho tiempo para localizar a Yahyah Sinwar y liberar a los rehenes. No lo ha conseguido por la vía militar y solo lo ha logrado parcialmente por la diplomática. Dejar trabajar a los que consiguieron el primer acuerdo no parece un mal consejo, pero determinados políticos del gobierno Netanyahu lo viven como una especie de "barcos sin honra". Solo queda esperar que sea la ciudadanía israelí la que acabe pidiendo responsabilidades al respecto, acelerando así un posible proceso de paz complicadísimo y durísimo, pero necesario.