Alí Jamenei en la Islamic Unity Conference en Teherán.

Alí Jamenei en la Islamic Unity Conference en Teherán. Reuters

Oriente Próximo

Irán amenaza con ataques a Israel desde varios países, ¿qué gana con una guerra en Oriente Medio?

El apoyo de Irán a Palestina es la forma de conseguir desestabilizar la zona para mantener su poder e influencia en la región. 

10 octubre, 2023 02:57

Un viernes de febrero de 2012, el ayatolá Alí Jamenei, a sus 73 años y 23 después de que sucediera a Ruhollah Jomeini como líder político y espiritual de la República Islámica de Irán, se dirigía a sus fieles en un discurso televisado y aseguraba que Israel era “un tumor canceroso”, además de prometer su ayuda a cualquiera que le hiciera frente. Aparte del antisemitismo que acompaña a determinada manera fundamentalista de entender el islam, hay en el odio a Israel una transferencia evidente del odio a Occidente, a la democracia y a sus libertades individuales, algo que el clérigo ha repetido en infinidad de ocasiones.

Irán lleva décadas en una guerra santa… solo que una guerra santa sin demasiadas estridencias. Su objetivo no es liberar Palestina, sino conducir la revolución islámica que acabe dominando el mundo. En ese sentido, los palestinos no son más que un valioso peón en su tablero, el señuelo que utilizan de cuando en cuando para movilizar al fanatismo y reunirlo a su alrededor. Así hay que entender su apoyo a Hamás y a Hezbolá, y así hay que entender que fuera la inteligencia iraní la que decidiera la extensión y el momento del ataque del pasado sábado.

Durante décadas, desde la formación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, la presencia judía en Palestina se ha vivido como una intromisión intolerable. Al principio, por sus vecinos árabes: Siria, Jordania y Egipto, quienes se encargaron de armar diversas coaliciones que solo sirvieron para ir perdiendo más y más terreno.

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Una vez Israel consiguió normalizar las relaciones con estos países mediante la devolución total o parcial de dichos territorios, fueron Irán -un país que ni siquiera es árabe, sino persa- y Arabia Saudí los que tomaron el relevo de las hostilidades. En otras palabras, el panarabismo de Nasser se convertía en panislamismo. Y ahí empezaba, también, la lucha por el liderazgo interno.

Un puñetazo a Estados Unidos

Las últimas declaraciones públicas del gobierno iraní, realizadas después de los atentados, se pueden resumir en un apoyo sin fisuras a Hamás y a la amenaza de atacar Israel con misiles desde Líbano, Siria, Yemen y el propio Irán en caso de que a Israel se le ocurra atacar primero.

Irán ha vivido la matanza del sábado como un auténtico triunfo, con celebraciones públicas en las calles y algarabía entre la clase política y religiosa. ¿Por qué? Porque han conseguido poner Israel patas arriba sin derramar ni una gota de su sangre. No solo eso, sino que confían en que el conflicto se extienda por todo el mundo y condene a Occidente.

¿Cree Irán que la vida de los palestinos que viven en Gaza y Cisjordania será más fácil después de lo sucedido? ¿Cree que la posibilidad de un Estado palestino independiente, reconocido por Israel y la ONU, está más cerca? ¿Cree, en definitiva, que la acción, más allá de su perversidad moral, tiene al menos un fin práctico que justifique los atroces medios? La respuesta es no.

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Irán sabe que Israel contraatacará y que hará la vida de los civiles que viven en los territorios autónomos aún más complicada… pero necesita ese contraataque para su movilización y para la concienciación de los yihadistas del mundo.

Irán no solo habrá disfrutado de la muerte de cientos, probablemente miles, de israelíes y de turistas occidentales, sino que se relame ante lo que está por venir, tranquilo en la seguridad de que no le afectará de primera mano.

A poco que Israel cumpla su amenaza de entrar en Gaza a poner orden y acabar con la estructura de Hamás, la reacción en el mundo islámico será tal que hará imposible a Arabia Saudí firmar el pacto que tenía ya casi cerrado con Estados Unidos para normalizar las relaciones diplomáticas con el Estado judío.

Este pacto era vital para la administración Biden y para la estabilidad en la zona. Suponía el acercamiento de dos aliados occidentales que podían hacer de contrapeso al eje Irán-Siria-Rusia que maneja a su antojo gran parte de la región. Sin embargo, el ataque de Hamás acaba con cualquier posibilidad de acuerdo. Habrá que empezar de cero y pasarán años antes de que se vuelva a plantear algo parecido.

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Al dejar a Arabia Saudí fuera de la ecuación -al obligarla, más bien, a seguir sus pasos como un corderito- Jamenei refuerza su posición y se consolida como el gran enemigo de Occidente, un título de lo más prestigioso en determinados ámbitos.

El descontrol nuclear

Irán, en realidad, no tiene mucho más que ganar. Es todo un juego de poder con las vidas de palestinos e israelíes como trofeos. Lo que no puede permitirse bajo ningún concepto es que haya estabilidad… y en eso coincide con su gran socio europeo, el único con el que mantiene relaciones amistosas y al que respeta por sus gustos totalitarios: Vladímir Putin.

Putin y Jamenei no solo tienen una excelente relación desde hace años, sino que están juntos también en esto: Irán envía drones y munición a Rusia para su guerra en Ucrania, y Rusia acabó en su momento con la amenaza del Estado Islámico, que llegó a inquietar sobremanera no solo a Teherán sino, sobre todo, a su aliado sirio.

Y es que, durante décadas, Irán había cedido el cetro del terrorismo islámico a saudíes y egipcios -Al Qaeda- y posteriormente a ese conglomerado de nacionalidades que decidieron anunciar el Califato el 29 de junio de 2014, aprovechando el descontrol que el abandono de las tropas estadounidenses había provocado en Irak.

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Ahora, parece decidido a recuperarlo y habría que pensar en las consecuencias que puede suponer para Occidente la pujanza de un país dispuesto a patrocinar el terrorismo internacional… y que a la vez cuenta para sí con un programa nuclear cuyos avances se desconocen con precisión.

Desde que Donald Trump decidiera en 2018 desvincularse del acuerdo de control de enriquecimiento del uranio que firmara Barack Obama en 2016 y optara por matar con un misil guiado al general iraní Qasem Soleimani (enero de 2020), no es fácil saber hasta qué punto está cerca Irán de desarrollar armas nucleares o de dotar a sus muchos grupos terroristas afiliados de dispositivos radiactivos que pudieran ser letales al usarlos en atentados o incursiones en otros países.

La inteligencia estadounidense sospecha que Rusia está ayudando a Teherán con su plan para desarrollar bombas atómicas, aunque no está nada claro tampoco en qué le beneficia a Putin una teocracia nuclear a escasos kilómetros de sus fronteras.

Y es que la afinidad de Rusia con los países no alineados musulmanes viene de los tiempos de la URSS, pero algo ha cambiado: el propio Putin declaraba la semana pasada que su objetivo era crear un mundo multilateral en el que estructuras como la ONU, tal y como está pensada desde su creación tras la II Guerra Mundial, fueran cosa del pasado.

La URSS patrocinaba el terrorismo islámico y azuzaba a sus aliados contra Israel, sí, pero a la vez, Israel sabía que podía contar con la URSS para poner límites. Ahora, los límites no existen. Ni existen para Rusia en Ucrania, ni existen para Irán y sus milicias afines en Israel. Obviamente, eso supone una amenaza hasta ahora desconocida para el resto del mundo. De la capacidad de Occidente para defender aquí y ahora a sus aliados dependerá su seguridad en las próximas décadas.