Olena, que trabaja como policía en Kiev, relata cómo han bombardeado las tres últimas casas en las que ha vivido desde el inicio de la invasión rusa.

Olena, que trabaja como policía en Kiev, relata cómo han bombardeado las tres últimas casas en las que ha vivido desde el inicio de la invasión rusa. María Senovilla El Español

Europa

Las tres casas en las que ha vivido Olena han sido bombardeadas: "Cada día odiamos más a los rusos"

La historia de esta mujer policía, con hijas adolescentes, un marido en el frente de combate y sobreviviendo a los ataques aéreos que azotan Kiev sistemáticamente, es la realidad de miles de familias ucranianas.

Más información: Consternación en Kiev tras la matanza del barrio de Darnytsia: "Putin preparaba algo gordo y al final ha llegado"

Publicada
Actualizada

Olena es policía en Kiev desde hace diez años. Cuando empezó la invasión a gran escala, pasó de hacer patrullas rutinarias en las calles, a ser una de las primeras personas que llegaban a los bombardeos rusos que azotaban la capital de Ucrania. “Como ya estamos en la calle, patrullando, llegamos muy rápido cuando se produce un ataque”, explica. Pero este no es el único cambio que trajo la guerra a su vida: Olena y su familia han tenido que cambiar de casa tres veces, porque el Kremlin ha bombardeado las tres últimas casas en las que han vivido.

Al principio de la invasión, perdió su casa familiar de Borodyanka. Afortunadamente, cuando la casa fue bombardeada sus dos hijas de 14 y 19 años estaban refugiadas en Polonia, y no tuvieron que vivirlo en primera persona. “Pero en el segundo ataque, cuando el dron alcanzó la nueva casa a la que nos mudamos, mi hija mayor estaba dentro”, relata Olena.

“Le dio un ataque de ansiedad. Fue el 8 de julio de 2024, el mismo día que Rusia bombardeó el hospital oncológico infantil de Kiev. Y desde entonces mi hija lo pasa muy mal cada vez que hay un ataque aéreo… se repiten los episodios de ansiedad”.

Sólo en la primera mitad de este año, Kiev ha estado bajo ataque ruso durante 444 horas. El equivalente a más de 18 días completos, en los que sus residentes han tenido que soportar la incertidumbre de no saber si el próximo dron es el que va a impactar en su casa, o en la de algún familiar o en la de ese amigo o conocido.

Al preguntar a esta mujer policía cómo se siente cada vez que se produce un nuevo ataque aéreo, responde con sinceridad que “como madre, lo primero en lo que pienso es en mis hijas, si sé que están a salvo, ya me concentro en el trabajo”. El marido de Olena es militar, y está en el frente de combate la mayor parte del tiempo. Y aunque parezca que la vida es muy difícil de gestionar en estas condiciones, en la actualidad ellos representan a la familia típica ucraniana.

Olena muestra en la pantalla de su móvil el edificio donde vivía con sus hijas antes del bombardeo que arrancó de cuajo sus ventanas en julio.

Olena muestra en la pantalla de su móvil el edificio donde vivía con sus hijas antes del bombardeo que arrancó de cuajo sus ventanas en julio. María Senovilla El Español

Ataques de doble toque

La vida de una familia típica ucraniana ahora consiste en valorar si hay que bajar a dormir al suelo del refugio cuando suenan las sirenas en medio de la noche, o si se arriesgan a quedarse en la cama e intentar descansar para afrontar el trabajo al día siguiente. Consiste en tener un padre o una madre o un hermano o un amigo en las trincheras, y esperar a que llegue un mensaje de texto en el que diga que está bien.

También consiste, cada día más, en preocuparse por la salud mental de sus seres queridos –especialmente de niños y adolescentes–, que llevan tres años y medio lidiando con una guerra por la que jamás deberían haber pasado, y que empieza a dejar secuelas psicológicas que en muchos casos les acompañarán el resto de sus vidas.

Y, como policía que es, la vida de Olena consiste en estudiar y entender cómo son los ataques rusos contra las ciudades ucranianas, donde el Kremlin cada vez emplea más la táctica del doble impacto. Esta práctica, que consiste en lanzar un primer ataque, esperar a que lleguen los médicos, los rescatistas y la policía, y entonces lanzar un segundo ataque en el mismo sitio, es más propia de grupos terroristas que de Estados de derecho. Pero Rusia la ha adoptado desde hace tiempo.

“En los últimos bombardeos en los que he trabajado, hubo doble impacto. Que un dron o un misil caiga en un edificio residencial, podría ser casualidad, podrían decir que se han equivocado en el disparo… pero cuando caen dos, en el mismo sitio, está claro que es un objetivo, y los civiles ahora somos objetivos”, dice con una expresión amarga.

Olena muestra en la pantalla de su móvil una foto de cómo quedó su salón tras el bombardeo ruso que destruyó la última casa en la que había vivido.

Olena muestra en la pantalla de su móvil una foto de cómo quedó su salón tras el bombardeo ruso que destruyó la última casa en la que había vivido. María Senovilla El Español

Odiar al vecino

“El inicio de la invasión me obligó a recomponerme, a cambiar. Me volví más fuerte y asumí más responsabilidades”, asegura esta madre. “Pero lo que más me cambió fue ver cómo era de verdad mi entorno: me di cuenta de que estoy rodeada de personas maravillosas, gracias a las cuales se puede superar todo”.

Sin embargo, a medida que los bombardeos se van acumulando; a medida que los muertos, los heridos y la destrucción van dejando cicatrices en todos los distritos de Kiev, Olena reconoce que “sentimos más odio por los rusos, por el hecho de que no nos consideran humanos y simplemente quieren destruirnos”.

Es un sentimiento generalizado. La mayor parte de la población ucraniana no señala a Putin ni a su Gobierno como únicos culpables de la guerra; la mayor parte de la población de Ucrania cree que la sociedad rusa en su totalidad también tiene su parte de culpa, al mirar para otro lado o al justificar la invasión.

“Para mí la noche más aterradora que he vivido en estos tres años y medio fue la del 4 de julio, cuando bombardearon de nuevo nuestra casa. Había tal cantidad de drones sobrevolando que sentíamos que nosotros éramos el objetivo. Caían cerca, muy cerca, y no podíamos bajar al refugio en medio de aquello”, relata.

“Nos escondimos entre dos paredes, pero se escuchaba cómo descendía el dron… y la explosión. Eran explosiones constantes, a veces había pausas de 10 o 15 minutos, y otras veces no paraba. Y no sabías si las paredes aguantarían”, prosigue. “Finalmente las paredes temblaron con tanta fuerza que pensamos que la próxima explosión nos iba a matar. Pero sobrevivimos, y los odiamos aún más”.

Rescatistas y bomberos trabajan en uno de los edificios residenciales bombardeados por Rusia, en Kiev.

Rescatistas y bomberos trabajan en uno de los edificios residenciales bombardeados por Rusia, en Kiev. María Senovilla El Español

Donde puedas descalzarte

Después de perder su casa por tercera vez, la familia de Olena se mudó a un piso de alquiler. “Al final terminas sintiendo que si puedes poner tu mochila en el suelo y descalzarte, ese ya es tu hogar”, asegura, mientras muestra en la pantalla de su teléfono móvil fotografías de cómo quedó la anterior casa después del bombardeo del 4 de julio.

Las ventanas arrancadas de cuajo ocupaban casi toda la estancia, y había polvo y cristales pulverizados por todas partes. El portal y las escaleras del edificio también estaban cuajados de cascotes, y parte de los techos se habían venido abajo. “¿Cómo afrontas una situación así por tercera vez?”, preguntó. “Simplemente te sientes agradecida con la gente que te ayuda y que te acoge hasta que encuentras otro lugar donde vivir”, responde con una sonrisa.

“Eso es lo que más me gusta de este país, la solidaridad de su gente. Hemos podido ver cómo somos realmente en medio de la guerra: somos como un hormiguero, donde hacemos cadenas humanas para ayudarnos unos a otros cada vez que hay un ataque. La gente simplemente viene y se ayuda mutuamente”, asegura. “Por eso, aunque ahora estemos viviendo tiempos difíciles yo no me quiero ir de Ucrania”.

“Justo un día antes de que bombardearan mi última casa, fui al teatro con mi familia. Representaban una comedia, y en una parte de la obra un personaje decía que no iba a tomar el último trozo de pizza, porque no le iba a cerrar el pantalón al día siguiente. Entonces el otro personaje le respondía: tal vez no haya día siguiente, tal vez haya un bombardeo y mañana estés muerta… No sabes cómo me hizo reflexionar aquello, y cuántas veces lo he recordado”, apostilla.

“Ahora tengo un nuevo hogar, y espero que este hogar se mantenga entero. Ya me he mudado tres veces y sé que es muy difícil mudarse, y hay muchas personas que no tienen a dónde ir. Incluso me he encontrado casos de gente que ha regresado a los territorios ocupados, porque no tenían nada más. Y allí, al menos, había una casa”, se lamenta antes de despedirse.

“Nos aferramos a nuestras raíces, y más en los momentos de tristeza. Hay mucha tristeza ahora en Ucrania, duele por todas las pérdidas, pero hay que seguir viviendo. Lo más importante son las personas a las que te aferras, porque tu hogar está donde están tus personas”.